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Augusta y el horror vacui conversacional

Óscar Díaz | 13 de abril de 2014

Óscar Díaz, Augusta (Georgia). Llámenme antisocial, pero no siento la necesidad de comunicarme con los desconocidos si no es estrictamente necesario. No me considero huraño y creo que soy de buen conformar, pero más allá de las cortesías que nos permiten “vivir en democracia”, como dicen los ases del recomendadísimo blog Vicisitud y Sordidez, me encuentro a gusto en silencio aunque escape al estereotipo de español bullicioso y jaranero.

La anterior declaración de miserias internas choca frontalmente con el espíritu de hospitalidad sureña que se da en Augusta y alrededores, una mezcla de amabilidad extrema y horror vacui conversacional que inicialmente agradeces y que al cabo de los días terminas aborreciendo con toda tu alma. Lo que en principio te atrae y te parece encantador, termina convirtiéndose en un zumbido molesto e insistente.

Sé que esto suena a pataleta de Mr. Scrooge y que da gusto encontrarse con gente solícita y atenta, pero la interminable letanía compuesta por infinitas variantes de “How are you doing, sir? Are you having a good afternoon? Enjoy your stay!” acaba haciendo mella en la paciencia del más pintado.

Ante este agotador intercambio de información intrascendental, el demonio que todos llevamos dentro, algunos a flor de piel como el que firma estas líneas, hace que nos planteemos alejarnos de los formulismos y responder ante el enésimo “¿qué tal?” del día: “Pues esta mañana regular, porque anoche discutí con mi mujer, hay un texto que me tiene mártir y la coyuntura socioeconómica española no es la mejor, aunque gracias a Zeus estoy bien de salud pese a unos dolorcillos que…”

Es comprensible el gusto por la interacción vacua en los que se juegan el sustento, especialmente en los que trabajan en hostelería, un sector cuya principal fuente de ingresos para el trabajador medio se basa en el trato y la propina posterior, pero también en los average Joe se da esta extraña afición a pegar la hebra a la menor oportunidad. Tal vez tengan miedo a que se abran las aguas y el gran Cthulhu despierte de su sueño eterno si hay un silencio de más de un par de segundos (una alternativa bienvenida cuando las conversaciones se prolongan), o quizá sea un método sutil para impedir los excesos alcohólicos en la zona. Si te pasas con la priva, te abruman con una combinación letal de amabilidad y charla ininterrumpida, el peor complemento posible para una resaca matutina. Supongo que la pinta de guiris que gastamos despierta curiosidad y a muchos les resulta pintoresco charlar con un extranjero. Si te pillan con ganas, pase y vaya, pero al cabo de una semana…

Siguiendo con este análisis a vuelapluma de las relaciones interpersonales en el Masters de Augusta, me quito el sombrero ante la eficacia de sus empleados, aunque en ocasiones la eficiencia provoca víctimas colaterales. Nada que objetar en las tiendas y los puestos de comida y bebida, máquinas bien engrasadas (mal símil para un establecimiento de restauración, lo siento) que generan miles de dólares cada minuto, pero el personal de seguridad y de control, aunque sus maneras son correctísimas, tiene menos cintura que Chigrinskiy.

Todo es procedimiento, protocolo, rutina, sota, caballo y rey, y ojo con ir por tu cuenta que por aquí no sirve de nada que expliques que los españoles somos “espíritus libres que destacan por su capacidad de improvisación” (léase, caos con patas). Nuestra tendencia a transitar territorios fronterizos saca de quicio a muchos de los habitantes de estas latitudes y, a lo largo de la semana, mientras intentábamos desarrollar nuestra labor informativa, hemos tenido más de una conversación absurda del estilo del sketch de Kierkegaard de Faemino y Cansado. “No, si yo ya paso”; “Lo siento, pero no puedo permitírselo”; “A ver si nos aclaraaaaamos…”. Por suerte, no acabamos en el calabozo del Augusta National.

Por todo lo anterior a muchos estadounidenses les llama la atención Miguel Ángel Jiménez, por el contraste brutal que les ofrece con respecto a algunos aspectos de sus vidas regimentadas, por ese talante de bon vivant estereotípico que trasciende el personaje, por su capacidad para traspasar las líneas y seguir una senda propia. Así que imagínense la que se hubiera armado en caso de victoria…

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