Darren Clarke sabe de segundas oportunidades. De joven se libró por los pelos de morir en el pub de Belfast en el que ejercía de barman en los años de plomo del IRA, en la grandiosa Ryder Cup irlandesa de 2006 en el K Club respondió a la confianza de su capitán y sus compañeros contribuyendo con tres puntos en tres partidos dos meses después del fallecimiento de su esposa Heather, enferma de cáncer, y este mismo año ha salido del pozo en que llevaba desde hace casi tres años con su triunfo en el Iberdrola Open.
Segundas oportunidades que también han aprovechado en algún momento muchos de los que ocupan la cabeza de la clasificación de este apasionante Open Championship, o que quieren aprovechar, preferiblemente en esta edición del torneo.
Como es el caso de Lucas Glover, desaparecido hasta su victoria en el Wells Fargo de este año después de imponerse en el US Open y pasar por un complicado divorcio; de Thomas Björn y su recordado desplome en el Open de 2003 en Royal St. George’s; de Davis Love III, capitán Ryder, y su intento de regreso a la élite; de Dustin Johnson y sus dos sonados reveses en el US Open y el PGA Championship del año pasado; de Phil Mickelson y su eterna huida de la etiqueta de brillante segundón; de los Tom seniors, Lehman y Watson, y su lucha contra el paso del tiempo…
En un deporte tan dado a la épica de la redención, tan embebido de cierta mística mesiánica y de la búsqueda de héroes que trasciendan el resultado, el Open Championship es el escenario ideal para que aparezcan estas historias de desplomes y resurrecciones… y si el Open se disputa en Royal St. George’s, llueve y sopla el viento (como parece que ocurrirá durante el fin de semana), estas historias se multiplicarán. De hecho, ya podemos hablar de unos cuantos desplomes, como los de los idolos locales Westwood, Donald y Poulter, principales favoritos al titulo, Graeme McDowelll o Padraig Harrington…
Aun así, la referencia sigue siendo el “old man par”, y según ese baremo encontramos a Clarke y Glover compartiendo el liderato, con un golpe de ventaja sobre Chad Campbell, Martin Kaymer, Thomas Bjorn y Miguel Ángel Jiménez, y dos sobre un septeto en el que figura Pablo Larrazábal. En total, 31 jugadores separados solo por cuatro golpes, distancia insignificante si la meteorología se empeña en complicar la vida a los golfistas que han conseguido superar el corte. Y ojo con Rory McIlroy, que sin hacer ruido y sin meter un putt está ahí, al acecho y dando inmejorables sensaciones.
En el Open de 1997, en Royal Troon, solo un inesperado 65 de Justin Leonard en la última jornada dejó a Darren Clarke sin la ansiada jarra de clarete. Este año el abanico de aspirantes es más amplio, pero Clarke hará todo lo posible para unirse al clan de los (nor)irlandeses (como Sean Penn en la película de Phil Joanou), en el que ya le esperan Graeme McDowell y Rory McIlroy en su condición de ganadores de grandes.
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