Dicen los que creen en estas cosas que justo antes de morir pasa ante ti tu vida en diapositivas, no sabemos si con filtros de Instagram o con posibilidad de subirlas a las redes sociales para compartirlas. En rigor, dicen que más que diapositivas es una película, pero el mundo del cine anda fastidiado y seguro que en el más allá tampoco andan sobrados de presupuesto para efectos especiales. But I digress… como decía Peter David, así que tendremos que dejarnos de divagaciones. A lo que iba: si esto es así, estoy convencido de que, poco antes de diñarla, a mí se me aparecerán unas cuantas imágenes de esta Ryder Cup de 2014, fogonazos inolvidables que se me han quedado grabados a fuego en el córtex.
Que el tee del 1 esté a reventar a las 6:30 de la mañana, una hora antes de que se pegue el primer golpe de la Ryder (y con un fresquito notable), dice mucho de la magia de esta competición. Menos mal que habían habilitado una zona para prensa en la parte trasera de la grada central, aunque también acabó empequeñecida y rebosante de cámaras, fotógrafos y plumillas.
Lo que vino después, como dijo el local Stephen Gallacher, es algo que se lleva muy dentro y que recuerdas toda tu vida. Cánticos, vítores, abrazos, aplausos, despliegue de ingenio, chascarrillos, saludos y muchas ganas de soltar adrenalina viendo las primeras bolas volar. Como ya sabréis, hubo anécdota con el primer golpe del día (un globazo sonrojante de Webb Simpson), ya que el starter Ivor Robson se equivocó al anunciar que jugaría Bubba Watson, para después arreglar el desaguisado con un flemático «Pues va a ser Webb Simpson».
Luego, decidí seguir los 18 hoyos del partido matinal de Sergio García y Rory McIlroy contra Mickelson y Bradley, a priori el más atractivo de la jornada y el que arrastró más público. Cierto es que lo de «arrastrar público» en un recorrido como Gleneagles no es fácil, porque los desplazamientos entre hoyos son complicados y el campo estaba a rebosar, con lo que agradecí el peto para ir por dentro de las cuerdas que te permite moverte con bastante libertad.
Eso sí, menuda marabunta había dentro de las cuerdas, entre fotógrafos, personal de televisión, prensa escrita, invitados, árbitros, representantes del torneo, policía, marshalls de prensa (que nos pastoreaban si nos alejábamos de las rutas previstas), mobile marshalls (que vigilan el uso de teléfonos móviles en los momentos delicados), etc. Solo faltaban los marshalls de los marshalls, para comprobar si estos cumplían con su función…
Yendo dentro de las cuerdas, además de ver el partido en la mejor localidad, captas detalles que habitualmente se te escapan. Por ejemplo, como cuando Mickelson le pidió a McIlroy que se subiese a su buggy en el desplazamiento hasta el hoyo 9. Una vez sentados el uno junto al otro, el zurdo estadounidense le pasó el brazo por encima del hombro con una sonrisa y en sus labios se intuyó una disculpa por el comentario que hizo hace un par de días en rueda de prensa acerca del pleito que hubo entre McIlroy y McDowell (o más bien, el pleito con Horizon, la antigua empresa de representación de los norirlandeses, que salpicó a ambos). «No iba en serio«, decía Mickelson con su habitual sonrisa bobalicona y franca que a mí me recuerda al rictus de los perros cansados después de darse un buen tute en el parque. Pero son cosas mías, no se preocupen.
Después, también me fijé en un gesto que posiblemente haya tenido trascendencia y que reflejé en las redes sociales. Después de una escapada por la derecha en el hoyo 12 y de cruzarse de un lado al otro de la calle con su siguiente golpe, a Mickelson se le vio echarse la mano discretamente al muslo derecho, como si lo tuviera un poco resentido. Después del partido de la tarde, horas después, Mickelson anunciaba que necesitaba descansar y seguro que ayer se dio una buena sesión de fisio.
Estar dentro de las cuerdas también te permite vibrar con golpes increíbles (como la sacada de búnker de Sergio en el 4), toparte con personajes que rara vez tendrías cerca (como Michael Jordan, que estuvo vigilando de cerca la actuación de Keegan Bradley, patrocinado por su marca Jordan Brand) o departir con protagonistas directos, como el padre de Sergio García.
Por supuesto, a lo largo del día me topé con un buen número de aficionados y amigos españoles, algunos seguidores de la web y otros del programa Locos por el Golf que presentamos Carlos Palomo y yo, como los santanderinos Benito y Pablo, con bandera española personalizada con el logo de Seve, o las tres generaciones de la familia Mendizábal con el pequeño Aritz al frente.
Ver las reacciones de los capitanes y acompañantes, advertir conversaciones y confidencias entre los jugadores que finalizan sus partidos y se acercan a apoyar a los suyos, descubrir la amplísima gama de distintos matices de rubio de bote (o natural, que alguna hay) en las mujeres y novias del equipo americano, son algunas de las ventajas que te ofrece estar tan cerca de los protagonistas.
Y pese a la derrota en última instancia y la lógica decepción, me guardo estos 18 hoyos como oro en paño y espero sumar unos cuantos más desde aquí al domingo. Como decía en un corto César Sarachu, uno de los actores protagonistas de Cámara Café, «ya peco yo por ustedes».
Entregas anteriores
Diario de la Ryder 2014 (I): tres españoles en Gleneagles
Diario de la Ryder (II): atropellos, cifras y compatibilidades
Diario de la Ryder (III): la hora de la verdad
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