Convendrán conmigo en que está muy feo apuñalar en público a un «cadáver», por cuestiones éticas y estéticas, aunque algunos no tardaran en hacer leña del Watson caído. Parece evidente que el capitán estadounidense de la Ryder ha tomado decisiones cuestionables a lo largo de la competición, pero es duro ver a una de las leyendas más queridas en Escocia tragar saliva mientras seguramente pensara et tu, Phil, tú también, Phil. «El dolor está ahí», dijo un Watson afectado por una nueva derrota estadounidense en la Ryder, y ya van ocho de las diez últimas, denotando vulnerabilidad pese a su potente voz de crooner. Y Mickelson ha elegido el bando de los pirómanos al comparar las capitanías de Azinger y Watson y lanzar un par de andanadas al modo de proceder del capitán que tenía a su lado durante la rueda de prensa.
Resulta curioso el carácter bifronte de Mickelson: imagen pública impecable, sonrisa perenne, jugador querido por todos… pero cuando se le calienta la boca, cuidado, porque es especialista en meter el dedo en el ojo al más pintado: que si los impuestos, que si Tiger, que si la reforma de este campo, que si McIlroy pone pleitos a McDowell…
Por suerte, en el bando europeo todo fueron elogios y parabienes. Solo la mención de Nick Faldo, otro pirómano profesional que hace un par de días se despachó con Sergio García al tacharlo de inútil en la Ryder que capitaneó (con nulo éxito) en Valhalla, generó risas nerviosas y alguna leve tensión en la rueda de prensa de celebración. Faldo, que desde que cambió de bando y se integró en el frente mediático suele levantar ampollas por sus análisis y sus maneras, se ha debido de olvidar de cuando dedicó el tercero de sus Open, el de 1992 en Muirfield, a la prensa «from the heart of my bottom» (desde el fondo de su trasero) (no «from the botton of my heart», que sería «desde el fondo de mi corazón»).
Pero no es justo centrar la última entrega del diario de la Ryder en dos salidas de tono y dejar de lado a los auténticos protagonistas, los componentes del equipo europeo encabezados por un imperial Justin Rose, invicto y autor de cuatro puntos, Rory McIlroy, Graeme McDowell y Martin Kaymer, bomberos que apagaron el conato de incendio en los estadounidenses en los individuales, Sergio García, vencido por unas enternecedoras lágrimas en el hoyo 17 y protagonista de un final épico (tres birdies, un eagle y un par en los cinco últimos hoyos) y un Jamie Donaldson que tuvo el honor de anotar el punto de la victoria.
Donaldson ha pasado en un par de años de ser un jornalero cualificado de los que se ganaba bien la vida por su capacidad para hacer caja a alzar trofeos con cierta regularidad y clasificarse para la Ryder. Tiene un punto de excentricidad y locura divertidísimo y es un jugador muy querido por sus compañeros. Ayer, por ejemplo, entró a caballito de Thomas Björn en la rueda de prensa de los vencedores, y alguna vez les contaré en detalle cómo se subió sobre la marcha a nuestro buggy en el Masters de Augusta y ejerció de polizón durante un buen trecho en el que temimos por su integridad física. Rubicundo, de eterna sonrisa y mirada brillante, Donaldson disfrutó de la confianza de su capitán y respondió a ella aportando tres puntos a Europa y dando el golpe decisivo, un magnífico hierro que se queda para la historia como el hierro de esta Ryder.
Y en la rueda de prensa posterior, como es lógico más contenida que en Medinah, descubrimos que Westwood sigue ejerciendo de improvisado barman y que se le ponen unas «chapas» coloradas y tremendas en los mofletes en cuanto pimpla una pizca, que a Dubuisson hay que sacarle las palabras con calzador, que McGinley ha sido un capitán meticuloso y que ha estado pendiente de todos los detalles, y que las banderas de Europa se alternaron con las de sus países de origen en los hombros de los jugadores europeos.
Con respecto a mis andanzas en el último día de la Ryder, qué decir… Ha sido un privilegio poder estar entre los auténticos protagonistas de este gran torneo y ser testigo de innumerables detalles que de otro modo me habrían pasado desapercibidos. Tenía la mejor localidad y la he disfrutado hasta el último momento, aunque en el aspecto laboral las raciones han sido generosas.
Eso sí, después de la carretada de horas en el campo y la sala de prensa siempre quedaba un rato para compartir cena y pintas con mis compañeros de fatigas y descubrir lo extrañas que son las costumbres nocturnas de los oriundos de Perth, la ciudad en la que pernoctábamos y que se encuentra a apenas media hora de Gleneagles. Como decía un amigo nuestro, el espectáculo da para un «Callejeros Perth», pero estamos en una web de golf, así que… tendrán que acercarse por estos lares para descubrir de qué hablamos
Entregas anteriores
Diario de la Ryder 2014 (I): tres españoles en Gleneagles
Diario de la Ryder (II): atropellos, cifras y compatibilidades
Diario de la Ryder (III): la hora de la verdad
Diario de la Ryder (IV): los pelos de punta
Deja un comentario