Cuando el viajero deja atrás Inverness y toma dirección norte, entra de lleno en las auténticas Tierras Altas de Escocia, un interminable paisaje ondulante hasta el horizonte recorrido por estrechas carreteras en las que apenas cabe un coche, bajo un cielo siempre ceniciento. Las Highlands representan algo menos de la mitad de la extensión de Escocia, pero solo albergan 46 de los más de 550 campos de golf escoceses. Y sin embargo, al jugador de golf le puede interesar llegar a este lugar alejado de todo solo por jugar Royal Dornoch, un campo considerado entre los 20 o 30 mejores del mundo y, para Golf Digest, por encima de iconos como el Old Course, Carnoustie o Royal Portrush. En ese mismo lugar nació Donald James Ross, uno de los grandes diseñadores de la escuela estratégica de la época dorada del diseño de campos de golf.
Tan solo es posible encontrar una decena de lugares con más tradición golfística que Dornoch. Aunque está acreditado que en Dornoch se juega al golf desde 1616, su club de golf es de aparición mucho más reciente; se funda en 1877 y son dos caballeros locales, Alexander McHardyn y el doctor Hugh Gunn, los encargados de diseñar el primitivo campo de nueve hoyos. El campo vivió su mediocridad, en la tranquilidad de su relativo aislamiento, hasta la llegada al cargo de secretario de John Sutherland en 1883. Sutherland ambicionaba poner su club al nivel de los mejores del país y para ello entabló relaciones con Old Tom Morris para ampliar el campo. Las obras se realizaron en 1886, pero la relación de Tom Morris con Dornoch no acaba ahí. Morris se encargó además de mejorar todo el campo y su mantenimiento, divulgó sus excelencias e hizo llegar sus virtudes a las personas adecuadas. Como resultado, el club recibió el título y la dignidad de Royal en 1906, bajo el reinado de Eduardo VII.
La elección de Morris no fue el único acierto de John Sutherland. Mientras Tom Morris trabajaba en el campo, obligó a que el personal del campo estuviera presente para que aprendiera de su buen hacer. Entre los asistentes se encontraba Donald Ross, un chaval de 14 años, hijo de un cantero, que trabajaba como aprendiz en una carpintería y que echaba unas horas en el campo como greenkeeper y caddie.
Haber visto trabajar a Tom Morris llevó al joven Donald, animado por los miembros del club, a viajar a St Andrews para aprender de él el arte de la fabricación de palos de golf, aprovechando la destreza y el conocimiento de la madera adquirido como aprendiz de carpintero. La estancia en St Andrews fue clave en su vida por dos motivos. En primer lugar, en St Andrews conoció a otro joven llamado Robert White que pronto emigraría a Estados Unidos convirtiéndose en greenkeeper de Myopia Hunt Club en Hamilton, Massachusetts, donde conoció a Leonard Tufts, miembro de la familia propietaria de Pinehurst. Y segundo, de St Andrews se llevó, además de su formación como clubmaker, innumerables y valiosas ideas sobre el diseño y mantenimiento de campos de golf extraídas directamente de la experiencia de Tom Morris.
Donald Ross abandonó St Andrews después de dos años y pasó otro en Carnoustie antes de volver a Dornoch en 1893, donde se convirtió en el primer profesional del club, aunque no tardó en empezar a dejar muestras de las lecciones aprendidas y de su talento como diseñador, introduciendo algunos cambios en el links. Allí conoció al Dr. Robert Wilson, un profesor de astronomía en Harvard que pasaba los veranos en Escocia jugando al golf. Wilson convenció a Ross de que emigrara a Estados Unidos, haciéndole ver que allí podría ganar al menos tres veces lo que ganaba en Dornoch. Ross partió para ultramar en 1899 con un puñado de dólares en el bolsillo y encontró trabajo como profesional en Oakley Country Club, en Watertown, por mediación del Dr Wilson.
Los primeros años en Estados Unidos los repartió entre su labor como profesional y como greenkeeper. Ross no fue un jugador excepcional ni pasaría a la historia como tal, pero logró buenos resultados en los torneos profesionales. Ganó tres veces el prestigioso North and South Open, similar en glamour y exclusividad al Masters actual, y otras dos el Open de Massachusetts. Participó en ocho ediciones del US Open, con cuatro top 10, y en dos del Open Championship, consiguiendo un octavo puesto como mejor clasificación. El punto de suerte que le faltó a Donald Ross para hacerse con un Grande lo tuvo su hermano Alex, emigrado como él años después, al ganar el US Open de 1907 disputado en el recorrido St. Martin’s del Club de Cricket de Filadelfia.
Hacia finales de la primera década del siglo XX, Donald entiende que no le atraía tanto el juego del golf como la posibilidad de meter en líos a los jugadores, cuya arrogancia detestaba. Esa era una idea que le andaba rondando por la cabeza desde que pisó Pinehurst por primera vez, pero que toma cuerpo a partir de 1910, y que le lleva a abandonar el golf en sí para dedicarse exclusivamente al diseño de campos.
Su primera incursión en el diseño se la había ofrecido el Oakley Country Club, cuyos rectores le encargaron su reforma cuando trabajaba allí. La tarea era formidable por el escaso espacio del que disponía, más aún siendo un diseñador absolutamente novato. Ross trabajó por intuición, dejándose llevar por los modos de la época, que eran los de la llamada “Escuela Punitiva”, y creó un campo al uso, con greenes en forma de ponchera, tiros ciegos, obstáculos geométricos marginales y un moldeo rudimentario.
Si ese primer diseño no fue muy inspirado, al menos le sirvió para ponerse en contacto con la familia Tufts, dueña de un complejo hotelero en Pinehurst. James Tufts (padre de Leonard) le ofreció diseñar cuatro campos para el complejo y remodelar el ya existente. El flechazo se produjo en cuanto Ross vio Pinehurst. A partir de ese momento pasaría allí el resto de su vida, en una casita de ladrillo blanco llamada Dornoch detrás del hoyo 3 del futuro campo 2. Donald Ross y su equipo tardaron dos años en construir los primeros nueve hoyos del campo 2 y otros cuatro en completar los 18. Para entonces, la fama de Donald Ross como diseñador había alcanzado niveles impensables.
A Ross se le atribuye haber intervenido de una u otra forma en unos 400 campos (600 según otras fuentes) de 47 estados. De todos esos, no visitó jamás la tercera parte y otros tantos solo los vio en una o dos ocasiones. Ross trabajaba de una forma que era poco común para la época y más propia de nuestros días. La mayoría del trabajo lo hacía en su casa o en las oficinas de verano que había abierto en Little Compton (Rhode Island), North Amherst (Massachusetts) y Wynnewood (Pennsylvania), donde trabajaba con sus ayudantes JB McGovern y Walter Hatch. Millonarios, corporaciones locales y distintos lobbies hacían una cola de hasta tres años para que Ross les diseñara un campo.
Ross era un visionario y un perfeccionista que, como Alister Mackenzie, podía identificar los elementos clave del terreno más anodino y explotarlos para crear los mejores hoyos posibles. En la mayoría de ocasiones trabajaba exclusivamente con mapas topográficos y cianotipos sobre los que dibujaba y describía prolijamente el resultado pretendido. A continuación, pasaba el proyecto a sus capataces para que lo ejecutaran, confiando ciegamente en su buen juicio a la hora de introducir cambios si surgían imprevistos. Esa forma de trabajar propició, por ejemplo, que en 1925, la empresa de Ross trabajara simultáneamente en 20 campos empleando a más de 3000 trabajadores, cifras más propias de nuestros días que de los años 20.
La meticulosidad de sus dibujos y la precisión de sus instrucciones escritas, bien conservadas en los archivos de la familia Tufts, ha permitido restaurar muchos de sus diseños originales echados a perder por remodelaciones posteriores poco inspiradas. A ese respecto se pronunció Tom Weiskopf amenazadoramente al ver la remodelación que hicieron Tom y George Fazio de Oak Hill en los años 80:
«Voy a fundar una organización llamada Sociedad para la Preservación de los Campos Clásicos de Golf. Los miembros portarán escopetas cargadas por si vieran a alguien tocando un campo de Donald Ross.»
Con tal producción y tal forma de trabajo es imposible que todos los diseños de Donald Ross sean buenos. Pero lo sorprendente es que la mayoría son campos excelentes y entre ellos hay numerosas obras maestras intemporales, precisamente aquellas en las que Ross más se implicó, más visitó y más encima estuvo del proyecto. Buena prueba de ello es que en sus campos se han disputado más de 100 campeonatos nacionales (masculinos, femeninos y amateurs). Ross es el diseñador en cuyos campos se ha disputado más veces el US Open (19) y el que más sedes ha diseñado: Oakland Hills, Inverness, Oak Hill, Pinehurst, Brae Burn, Interlachen, Scioto y Worcester.
La Gran Depresión del 29 golpeó a la empresa de Ross como a tantas otras, reduciéndola notablemente. Aunque a partir de ese momento Ross diseñó una docena de campos más, dedicó todo su empeño en terminar de afinar Pinehurst 2, al que siempre consideró su mejor obra y al que más cariño tenía.
Pinehurst se asienta en una zona arenosa que Donald Ross supo sacar partido como gran baza frente a los grandes campos americanos de interior. Obsesionado como estaba con el aspecto natural de sus diseños, consiguió que el campo se integrara de forma homogénea y natural en el entorno, incorporando a la vez características propias de los links de su Escocia natal.
Los primeros nueve hoyos se construyeron en 1901 y se alargaron dos años después, duplicando la distancia original. Los 18 hoyos primitivos estuvieron listos para el juego en 1911. Sin embargo, Pinehurst 2 no fue desde el primer momento la joya que conocemos hoy, y como prueba de ello, durante la primera década del siglo pasado Pinehurst 3 se consideraba muy superior. Crear un campo de esa calidad fue un proceso evolutivo que llevó hasta 1935, momento en el que Ross consideró su obra terminada. Los actuales hoyos 3 y 6 se añadieron en 1928 como sustitutos de otros, aprovechando el diseño de un supuesto “campo para empleados” que no llegó a construirse por los rigores de la Depresión. Por último, los hoyos 4 y 5 se añadieron en 1935, en el seno de la última gran remodelación emprendida por Ross, en el que además se alargó el campo hasta las 6900 yardas y se cambiaron todos los greenes de arena prensada por greenes de bermuda.
Pinehurst 2 es un ejemplo escaso dentro del mundo del golf, pues se trata de un campo que fue tutelado y guiado en su evolución durante varias décadas por el mismo arquitecto que lo diseñó inicialmente. Solo The National Golf Links of America, de Charles Blair MacDonald, y Myopia Hunt, de Herbert Corey Leeds, pueden presumir de lo mismo.
Considerando su gran obra finalizada, a partir de ese momento abandonó en la práctica su trabajo como diseñador y se dedicó a vivir en su casa del green del hoyo tres, como ciudadano estadounidense y orgulloso republicano, junto a su familia y sus perros hasta el final de sus días el 26 de abril de 1948. Un año antes había contribuido a formar la Asociación Americana de Arquitectos de Campos de Golf, de la que fue el primer presidente. En 1977 entró a formar parte del Hall of Fame, un honor raramente reconocido a cualquiera que no sea un jugador.
Donald Ross se refirió a Pinehurst 2 como un “campo de ajedrez”, en el que cada golpe abre o cierra posibilidades al golpe siguiente y que, por encima de todo, pone a prueba la paciencia del jugador. Es un campo de calles anchas y duras, en las que la bola rueda interminablemente como en el Old Course, campo con el que comparte numerosas características. No hay un rough como tal, sino una zona arenosa con esparto y plantas forrajeras que sustituyen a la festuca y el tejo escocés. Los bunkers tienen unos taludes monumentales, sin perder carácter natural y su aspecto desaliñado. Y los greenes engañan al jugador ofreciendo un objetivo franco que, en realidad, esconde una superficie efectiva de juego mucho menor que la de los ya pequeño greenes de Pebble Beach por las enormes caídas que poseen. La ausencia de un collarín de green, como suele ser habitual y como sucede en el Old Course, permite que la bola ruede lejos del objetivo si el golpe no es certero. En Pinehurst solo hay dos cortes de hierba, green y resto. Esa característica, lejos de facilitar las cosas, las hace más difíciles. Por un lado la ausencia de rough no impide que la bola ruede hasta meterse en verdaderos problemas, y por otro, plantea al jugador que está corto de green tres alternativas distintas (usar el putter, un chip o un approach por alto) generándole unas dudas a las que no está acostumbrado a enfrentarse. Y a la vez favorece al mayor número de jugadores porque permite que exploten aquel golpe que mejor saben ejecutar.
Sin embargo, las virtudes de los campos de Ross y los objetivos que se perseguían con el diseño original no fueron bien entendidos con el paso de los tiempos. Muchos de sus diseños sufrieron remodelaciones enteramente desafortunadas que hicieron desaparecer cualquier atisbo de la genialidad de Ross. Pinehurst 2 no fue la excepción y los cambios introducidos para las ediciones del US Open de 1999 y 2005, desvirtuaron completamente el trabajo de Donald Ross. La restauración que emprendieron Bill Coore y Ben Crenshaw en 2010, basándose en la documentación original archivada de Ross y en fotos aéreas de los años 40, fue dirigida a devolverle al campo su apariencia inicial y virtudes originales. Para ello empezaron por ampliar las calles en más de un 50%. Si se pretende que el campo plantee alternativas estratégicas al jugador, debe de tener espacio que permita desarrollar diferentes planteamientos. Además, recuperaron el planteamiento inicial de solo dos alturas de hierba (el célebre rough progresivo y penalizador que la USGA emplea desde 2006 queda para otra sede) deshaciéndose del rough que encorsetaba las calles en el US Amateur de 2008. A cambio, eliminaron unas catorce hectáreas de bermuda para rescatar los arenales que son propios de la zona y que Donald Ross tan bien supo explotar.
Por lo que puede verse en las fotos, y lo que cuentan las crónicas, el trabajo de Coore y Crenshaw ha resultado acertadísimo y parece haber traído de vuelta el viejo Pinehurst. Por esta vez, los miembros de la Sociedad para la Preservación de los Campos Clásicos de Golf permanecen en calma.
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