El miedo a ganar o el peso de las expectativas son un enemigo más peligroso que el más ducho de los rivales, especialmente cuando está en juego pasar a la historia alzando el trofeo de un major. La derrota de Tiger Woods ante Y. E. Yang en el PGA Championship de 2009, la primera vez que el californiano caía después de liderar un grande una vez disputados 54 hoyos, y la posterior cadena de desventurados acontecimientos que le alejó del cetro mundial, marcaron el comienzo de un interregno repleto de aspirantes a brillar en las principales citas del año.
Ahí están las cifras: 19 jugadores han ganado los 21 últimos majors (solo Mickelson y McIlroy han repetido en este tramo) y la ausencia de un claro dominador también se ha reflejado en la cantidad de remontadas que se han producido en estos escenarios.
Desde el Masters de 2009, solo cinco de los líderes tras 54 hoyos han acabado agenciándose la victoria: Ángel Cabrera en Augusta en 2009, Louis Oosthuizen en el Open Championship de 2010, Rory McIlroy en el US Open de 2011, Darren Clarke en el Open Championship de 2011 y Rory McIlroy en el PGA Championship de 2012. El joven norirlandés, actual número tres del mundo, ha sido el único capaz de rematar dos de las tres veces que ha ocupado el liderato en un major después de 54 hoyos (y podría llevar un impecable 100% si no llega a ser por la debacle de aquel Masters de 2011), aunque sus méritos siguen estando lejos de los del mejor Tiger.
2013 ha sido un año especialmente proclive a los vuelcos en la clasificación y se han producido remontadas en los cuatro majors, aunque a decir verdad las ventajas de los líderes después de 54 hoyos en los grandes eran tenues. Furyk salía con un solo golpe de ventaja en este PGA Championship y Dufner acabó llevándose el título; Westwood atesoraba dos golpes de margen en el Open Championship pero no pudo hacer nada ante el final irresistible de Phil Mickelson; precisamente el zurdo de oro había desperdiciado el impacto que sacaba a sus rivales en el US Open y claudicaba ante Justin Rose; y meses antes Snedeker y Cabrera veían cómo Adam Scott llegaba por detrás para dejarles sin chaqueta verde.
Como bien indica David Fernández (@EldrickISB en Twitter) en un artículo de la web Martinperarnau.com, 1989 fue el último año en que ocurrió esto mismo, que los cuatro grandes acabaran en manos de golfistas que no empezaron como líderes la última vuelta. Recordemos aquel año histórico.
El comienzo del Masters de aquel año no pudo ser más atípico. Con 49 años cumplidos, Lee Trevino, enemigo declarado de Augusta, era líder tras la segunda jornada solo un año después de haber fallado el corte con un tremendo +20 en el marcador. Aunque luego se impuso la lógica y Trevino quedó en un discreto segundo plano, la hazaña del «Supermex» en aquel ventoso Augusta todavía se recuerda.
La nómina de aspirantes se multiplicó durante una tercera jornada interrumpida por la lluvia y que tuvo que acabarse el domingo por la mañana. Ben Crenshaw mandaba, seguido de cerca por sus compatriotas Hoch y Reid, mientras que Seve Ballesteros recuperaba tres golpes en los cuatro hoyos que le quedaban de la tercera jornada y se colocaba cuarto a tres golpes del líder. Mientras tanto, Nick Faldo parecía difuminarse con una tercera vuelta nefasta y retrocedía hasta la novena plaza.
En la vuelta definitiva, el as de Pedreña hacía birdie en cuatro de los primeros hoyos para firmar 31 a mitad de vuelta con solo 10 putts. Crenshaw tenía muchos frentes abiertos: el español se había colocado líder, pero Faldo ya había acabado por delante con un impredecible 65 que le dejaba como líder en casa club y Norman encadenaba una racha brutal con seis birdies en nueve hoyos para igualar con el inglés a falta de un hoyo. Sin embargo, el australiano fue conservador en el último hoyo y cometió un bogey que le alejaba de un posible playoff, opción que también se le escapó a Ballesteros al irse al agua y cometer doble bogey en el hoyo 16.
Solo quedaban Hoch y Crenshaw, que salían igualados con Faldo al hoyo 18 después de que el primero cometiera bogey en el 17 y el discípulo de Harvey Penick lograra su segundo birdie consecutivo en ese mismo hoyo. Sin embargo, poco después Crenshaw encontraba el bunker de green en el 18 (dijo tener el guante empapado) y no era capaz de recuperar, mientras que Hoch salvaba el par para salir al desempate con Faldo. Poco después, el modesto jugador estadounidense tenía la oportunidad de entrar en el reservado Olimpo de Augusta si embocaba un putt de apenas medio metro en el primer hoyo del desempate, pero no lo logró. Instantes después, Faldo clavaba un putt para birdie de ocho metros en el segundo hoyo del playoff para culminar la remontada y adjudicarse su primera chaqueta verde. «Me abrió la puerta. Parecía que era el destino», declaraba el inglés.
Oak Hill, escenario del PGA Championship de este año, fue la sede del US Open del año de las remontadas. Strange defendía el título logrado el año anterior en el histórico Country Club de Brookline y con un espectacular 64 en la segunda vuelta (que empataba el récord del campo de Ben Hogan vigente hasta la semana pasada), dejaba claro que era el rival a batir.
Sin embargo, llegó el sábado y el estoico y callado Strange dio tregua a sus rivales con un inesperado 73. Como solía hacer, y siguiendo los pasos de su admirado Hogan, el estadounidense se impuso una dura penitencia: dar bolas hasta que oscureció. Por delante tenía 18 hoyos para cazar a sus compatriotas Tom Kite (-5) y Scott Simpson (-4).
El domingo, Strange, con gesto inmutable, se convirtió en un auténtico tiralíneas y firmó quince pares consecutivos mientras a su alrededor se desencadenaba el caos propio de un US Open, aunque en esta edición la lluvia, y no el sol, fue la protagonista. Kite, probablemente el jugador más consistente del circuito americano, se autodestruía dolorosamente con dos doble bogeys y un triple, Simpson perdía comba y Strange era el único de los seis primeros clasificados que no firmaba el domingo su peor vuelta de la semana. Al final, su perseverancia le permitía convertirse en el primer jugador que lograba dos US Open consecutivos desde que otro astro lo lograra en 1950 y en 1951. ¿El autor de dicha gesta en los cincuenta? El jugador cuyo espíritu acompañó a Strange durante toda la semana: Ben Hogan.
Pese a su status de gran campeón, a Norman se le recordará tanto por lo que ganó como por lo que pudo ganar y por las maneras creativas en las que se las apañaba para perder torneos de golf. Sin embargo, no hubo ni un solo reproche en aquel Open Championship de 1989 disputado en Royal Troon.
En una edición atípicamente cálida, todos andaban pendientes de Tom Watson, el maestro de los links, que ya había ganado en Royal Troon en 1982 y llegaba a la jornada decisiva en segundo lugar a un solo golpe del australiano Wayne Grady, que hasta entonces había eclipsado a su ilustre compatriota.
Pero el domingo, Norman (con el gran Bruce Edwards, caddie de toda la vida de Watson, en la bolsa) salía casi una hora antes que los líderes y empezaba encadenando seis birdies consecutivos para colocarse a la altura de Watson y Grady… sin que estos hubieran puesto aún el pie en el campo. Pese a tropezar en el «sello de correos», el diminuto hoyo 8, Norman siguió con su paso implacable y acabó con un impresionante 64 (-13 en el acumulado). «Es la mejor vuelta que he jugado en mi vida», declaraba Norman al acabar. «Nunca voy en contra de nadie, pero ahora mismo me gustaría ver cómo todos los demás se desploman».
No hubo fuegos artificiales ni catástrofes espectaculares entre sus rivales, aunque Watson cedía algo de terreno y Grady se defendía para aferrarse a sus opciones. Pero surgió un rival inesperado, el fornido Mark Calcavecchia, que apenas unas horas antes había estado a punto de abandonar para regresar con su esposa Sheryl, embarazada de su primer hijo, que ya había tenido contracciones. «Tengo un buen presentimiento», le dijo su esposa después de convencerlo para que se quedara compitiendo. Y cumpliendo el augurio de su mujer, Calcavecchia acabó con una milagrosa vuelta (embocó un putt de 17 metros en el 11 para salvar el par y enchufó un chip para birdie desde 20 metros en el 12) para igualar con Norman y Grady.
A continuación se disputó el primer playoff a cuatro hoyos de la historia del Open Championship después de que se introdujera dicha norma en 1984 (antes se jugaban 18 hoyos de desempate al día siguiente) y Norman siguió con su marcha implacable con dos birdies en los dos primeros hoyos (llevaba -10 en sus 20 últimos hoyos). Aun así, Calcavecchia no se achicó y le dio la réplica con un putt de 8 metros para birdie en el segundo compromiso del playoff, para después ver cómo Norman cometía un injusto bogey en el 17 después de casi clavar un hierro 3 desde el tee. Y luego llegó la debacle del 18 para el australiano, en la que se liberó toda la mala suerte que había evitado hasta entonces, la «raya» más famosa de la historia del golf (ya que no acabó el hoyo después de una serie de catastróficas desdichas, como los libros de Lemony Snicket).
El marcador tras la primera vuelta del PGA Championship de 1989 era un perfecto corte en sección del golf estadounidense de las últimas décadas: en cabeza, Mike Reid y Leonard Thompson, «jornaleros cualificados», seguidos por un Tom Watson que buscaba el PGA que le faltaba para su Grand Slam particular y, a dos golpes, Jack Nicklaus con 50 años y un Arnold Palmer que, con casi 60, había firmado su vuelta más baja en el PGA Championship desde 1976, trece años antes.
Pero una vez desvanecidas las opciones de los veteranos, en cabeza quedó Mike Reid, un jugador que tenía pinta de contable flacucho según el periodista Rick Reilly pero a quien sus compañeros golfistas le dedicaban otro apodo mucho más elogioso: radar. En el exigente Kemper Lakes Golf Club, sede de aquel PGA Championship, Reid diseccionó calle tras calle y acribilló las banderas para encabezar el torneo durante 70 hoyos.
Pero Reid se vio amenazado por un Payne Stewart ataviado con sus característicos bombachos que había acabado con cuatro birdies en los últimos cinco hoyos para terminar con -12 en uno de los finales más impresionantes que se han visto sobre un campo de golf. «En los nueve hoyos finales de un major pasan cosas muy raras», declaró el estadounidense.
Reid aún disfrutaba de una cómoda ventaja ya que estaba con -14 a falta de tres hoyos, pero seguro que le rondaba por la cabeza su funesto final del Masters de ese mismo año, torneo que había liderado a falta de seis hoyos. Dicho y hecho: Reid cometía bogey en el 16, doble bogey en el 17 y fallaba un putt para birdie de poco más de dos metros en el hoyo 18. De este modo, Payne Stewart lograba su primer major y entraba en la historia.
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