No es oficialmente el número uno del mundo, pero después de ver el Accenture Match Play Championship la pasada semana, el mando en el ranking mundial parece caer día a día en las manos de Rory McIlroy. No solo se confirma que su juego está a la altura del puesto, su carisma se fortalece por mucho que los productores televisivos americanos se esfuercen en obviar muchos de sus golpes.
El minucioso escrutinio al que se le está sometiendo, un terreno que en los últimos años se le había reservado a Tiger Woods, deja claro que McIlroy es el número uno del mundo in pectore y la futura referencia del golf en los próximos años. Este fenómeno, esta atención a cada detalle del juego y la vida del norirlandés se ha visto reflejado en el análisis de su swing.
A primera vista, el movimiento por el que pasa McIlroy para pegar a la bola parece una oda a la naturalidad y la potencia, y así ha sido considerado por multitud de expertos y estudiosos hasta alcanzara su status actual. Este año, por primera vez, se empiezan a escuchar críticas. Nick Faldo comentaba esta semana que “su rodilla derecha se mueve demasiado” y varios profesionales opinan que su backswing es algo vertical. Nada que impida que su bola salga gritando tras el impacto de su driver o que pegue golpes con un hierro largo que aterricen con suavidad junto a las banderas, pero ya se habla de estos pequeños detalles por insignificantes que parezcan, y todo a su alrededor es noticia.
Todavía no ha conseguido ocupar el primer puesto en el ranking pero ya tiene el mismo caché y tratamiento que se otorga a Tiger Woods. Eso hace madurar a una velocidad endiablada. El joven Rory que el pasado verano defendía a ultranza a su caddie, J. P. Fitzgerald, insultando al periodista Jay Townsend vía Twitter parece lejano, como si después de pedir disculpas en público por su actitud se despidiera para siempre de ésta. Él mismo declaró lo que le había costado acostumbrarse a la fama después de pulverizar registros en el último U.S. Open disputado, y ha estado trabajando en ello.
Hoy aparece ante nosotros una versión más moderada de McIlroy pero, ojo, sólo hablando ante las cámaras. El jugador de golf suma apariciones en torneos con finales entre los cinco primeros y sigue siendo tan agresivo como de costumbre, como es propio de él. El fenómeno mediático sigue creciendo a medida que le vemos jugar y, como vaticinó Jason Day el pasado año, “es imposible que no te guste McIlroy”.
No ganó la final contra la mejor versión de Hunter Mahan, otro jugador que ha sabido recomponerse después de una gran decepción (Celtic Manor, 2010), pero sí consiguió ganar a Westwood para alimentar aún más —si cabe— su confianza para el resto de la temporada. Se ha llegado a decir de él que tiene un swing cercano a la perfección, como el de Ben Hogan, mientras que a otros les recuerda al de Sam Snead o incluso al de Bobby Jones. Sus hierros largos evocan la precisión de los de Nicklaus y parece, por todos los halagos que recibe, que estamos ante una versión renovada de los mejores jugadores que han existido.
Mientras tanto, él ha seguido compitiendo a un gran nivel y sus intenciones apuntan muy alto, hasta el punto que podemos estar ante el año uno de la “Era McIlroy.»
Deja un comentario