Normalmente se referían a él como “El árbol de Eisenhower”. Estaba situado en la calle del hoyo 17, a la izquierda desde el punto de vista de los golfistas, a 210 yardas desde el tee. Se decía que Dwight Eishenhower, trigésimo cuarto presidente de los Estados Unidos, había pegado su bola tantas veces hacia ese árbol que había pedido que lo quitaran. Y puede parecer una tontería, pero que un hombre tan tajante, el mismo que había planeado el Día D, llamara un día a las oficinas del Augusta National y clamara algo como “quiero que alguien quite ese maldito árbol de en medio” resulta una gran historia.
Clifford Roberts y el club desafiaron sus intenciones, aunque no se sabe a ciencia cierta cuánto odiaba el presidente ese árbol. No es de extrañar que si verdaderamente hubiera querido que lo quitaran lo hubiera conseguido. Al fin y al cabo, estamos hablando de un hombre que levantó 65.000 kilómetros de autopistas a lo largo y ancho de su país. En cualquier caso, ya sea a él, a Roberts o cualquier otro de los responsables del club, debemos estar agradecidos. Se trataba de un magnífico ejemplar, como muchos otros del Augusta National. Un pino de más de cien años al que le gustaba meterse en medio de los golfistas, al menos cuando era más joven.
Y las historias se sucedieron, muchísimas historias. Tommy Aaron, ganador del Masters en 1973, mandó su bola a ese árbol y no bajó. Supuestamente, su caddie le dijo: “Nunca se quedan dentro”. Pero no pudieron encontrarla en ningún otro sitio, tenía que estar ahí. Aaron jugó otra bola y, al día siguiente, mientras caminaba cerca de él, cayó una. Jack Nicklaus la mandó al mismo lugar tantas veces que, en ocasiones, refunfuñaba: “¿Por qué no escucharon a Dwight?”, mientras que Tiger Woods, mucho después, se quedó justo debajo de sus espesas ramas y se lesionó intentando un punch desde la pinaza. Hasta Tom Watson declaró que cada vez que pasaba cerca del árbol de Eishenhower recordaría contemplarlo unos segundos y mostrarle sus respetos.
A medida que pasaba el tiempo, aquel pino comenzó a perder su papel en el gran torneo. Los golfistas iban mucho más largos y más altos que los que no vivieron la gran explosión de la tecnología aplicada al golf. Así se reflejó en las palabras de Bubba Watson, que ganó ayer en Riviera: “Sí, era un trozo de historia. Yo nunca he tenido un problema con ese árbol porque no me entraba mucho en juego”. Suena cruel, pero muy real.
El Augusta National anunció que se habían visto obligados a retirarlo (véase la foto superior) debido a una tormenta, muy a pesar de que había alcanzado el mismo estatus que muchos otros lugares de su amplísima simbología. Aún así, confirmaron que también pondrían algo en su lugar para recordar la incompetencia como jugador del presidente Eisenhower y, a lo mejor, se vengan así de las palabras de Bubba. El tiempo pasa, incluso en un lugar como este.
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