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Zona Pro

El arte y quien lo mira

Juan José Nieto | 12 de abril de 2014

“Vulgar y bárbara, la obra de un salvaje borracho”. Así definió Voltaire a la indeleble Hamlet y así podría describir, tras cada edición de Masters, Sergio García al Augusta National, el legado de madurez del mejor golfista amateur (y algunos prescindirían de esto de amateur) de todos los tiempos, Bobby Jones, y una joya indiscutible de diseño, casi un jardín colgante llamando a las puertas del cielo.

Quizá sea sólo un asunto de puntos de vista. Apunta Víctor Mendoza, crítico de arte, que una obra de arte exige zambullirse en su espacio, que para mirar, escuchar y sentir es necesario negarse a uno mismo. No lo consiguió Voltaire, adalid curiosamente de la tolerancia, mientras leía pasaje a pasaje la tragedia del Príncipe de Dinamarca, como no lo ha hecho tampoco nuestro mejor golfista tras dieciséis participaciones en Augusta. Ambos, Sergio y Voltaire comparten un talento muy particular. Ambos, golfista y filósofo, observan el mundo desde posiciones propias y particulares, alejadas en cualquier caso del discurso oficialista y políticamente correcto.

No pretendo menoscabar el derecho de Sergio a no encontrarse cómodo en Augusta, pero me extraña que un jugador de su talento no logre adaptarse a un campo en el que han brillado de manera sobresaliente los mejores jugadores de la historia. Nelson, Hogan, Snead, Palmer, Player, Nicklaus, Watson, Seve, Langer, Faldo, Olazábal, Tiger, Mickelson y muchos otras estrellas, además de vestirse la chaqueta verde, se deshicieron en elogios al referirse al Augusta National. «Si solo hay un campo en el cielo, espero que sea como el Augusta National, decía Gary Player, para acabar sentenciando «eso sí, no quiero un horario de salida demasiado temprano». «El campo es perfecto, luego demanda perfección», decía Faldo tal vez dando con la clave de lo que le sucede a Sergio, un jugador que, aunque parece estar atravesando por un período de paz interior, convive a duras penas con el error entrando habitualmente en bucles demasiado perniciosos.

Por esta razón, por todos estos argumentos de peso, me cuesta darle la razón a Sergio, pese a que me esfuerzo en comprenderlo. En un campo en el que la bola debe dibujar suaves y pronunciados efectos, en el que es importante darle altura y ser habilidoso y creativo alrededor de los greenes, Sergio García debería ser siempre uno de los favoritos. Y en cambio, año tras año la historia se repite, como diría Marx, unas veces como tragedia y otras como farsa para desaliento del propio Sergio y de quienes le seguimos.

En fin, sé que este tema es recurrente y que somos muchos los que parecemos estar al acecho de un nuevo e inoportuno tropezón. Lo cierto es que nada me alegraría más que firmar la crónica del primer grande del castellonense, ese niño que consiguió que me enamorara de este juego cuando apenas lo conocía y que aún sigue sentándome puntualmente cada fin de semana ante el televisor. Eso sí, dos cosas tengo claras si ello sucediera. Una, seré muy feliz. Dos, no será en abril.

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