Solo un pensamiento pasaba por la cabeza de Keegan Bradley cuando comenzó la última jornada del Bridgestone Invitational a cuatro golpes de la cabeza: “Intenta forzar un playoff”. El reto era durísimo: no solo tenía que llevar a cabo una vuelta espectacular en un campo con un mínimo margen de error, sino que tenía que presionar a su compañero de partido, hacerle entender que este torneo lo iba a ganar él. Y eso, tratándose de un rival como Jim Furyk, no contaba con muchos precedentes.
Aun así, desde lejos, Bradley comenzó a jugar como lo había hecho en días anteriores en un Firestone mojado, más asequible. Drives descomunales que terminaban en calle y tiros a bandera agresivos, fundamentados en una contundencia extraordinaria a la hora de embocar la bola. Tras dos hoyos de adaptación al terreno, comenzó un ataque que comenzaría con un birdie en el 3 y terminaría con un par en el 18. “Todavía no lo puedo creer”, declaró el ganador al finalizar. De hecho, al comienzo de esta última jornada nadie lo hubiera hecho.
Porque Furyk abrió su vuelta con una determinación aplastante: tres birdies consecutivos que dejaban a Bradley a seis golpes de una victoria imposible. En ese momento, cuando nadie veía posible que Furyk pudiera fallar, Keegan siguió creyendo en sí mismo y de poco importó que consiguiera reducir la distancia gracias a un birdie en el 7. Era el momento más duro de la vuelta para calcular probabilidades, plantear conjeturas sobre los segundos nueve y, sobre todo, para creer en el triunfo. En ese tramo de hoyos en que Bradley solo consiguió pares fundamentó un ataque perfecto, en el que nunca volvería a estar más lejos del liderato y una vez lo obtuviera, daría por sentenciado el torneo.
Y fue perfecto porque Furyk fue el líder del Bridgestone Invitational durante prácticamente 71 hoyos, llevando a cabo la dura tarea de congelar a sus rivales, mantener las formas de un jugador indestructible y pausando el ritmo de competición hasta un punto aburrido. Porque cuando un jugador domina hasta el punto que lo ha hecho él, el golf termina volviéndose predecible: de calle, a green. Un trabajo titánico desarrollado a lo largo de tres días y medio que dio el torneo por finalizado varias veces a lo largo de la semana, pero no en el momento definitivo. Birdie de Keegan en el 10, birdie en el 11, en el 14. El margen se iba reduciendo mientras Keegan leía otro putt caminando alrededor del hoyo, mirando su bola como si la estuviera amezando de muerte si no entraba; la situación era de lo más familiar. Hace un año, en el PGA Championship, el joven de 26 años hacía lo mismo ante Jason Dufner.
En el hoyo 16, el ataque llegó a su punto más álgido. Más de 600 yardas de par 5, uno de los más largos del año y el escenario perfecto para demostrar que aunque se tratara de un hoyo interminable no por ello sería más difícil. Tanto Keegan como Furyk lanzaron un tercer golpe a green cuidando las formas, evitando a toda costa el agua frontal y el rough selvático a la derecha. Como preámbulo de lo que iba a pasar a continuación, a modo de entrante, Louis Oosthuizen sacó su bola de la hierba alta en un approach tan complicado de dejar cerca del hoyo como imposible de embocar. Primer birdie. Era el turno de Furyk, que tenía un putt cuesta abajo de unos cinco metros con una caída pronunciada de derecha a izquierda. Segundo birdie. En aquel momento, condicionado por el acierto de sus rivales, lo más sencillo hubiera sido que Bradley fallara su putt de tres metros, al fin y al cabo había llevado a cabo una vuelta espectacular, dándole emoción en el último momento a un dominio aplastante de Furyk. Tercer birdie.
Con un solo golpe de ventaja, Furyk afrontó los dos siguientes hoyos como lo había hecho toda la semana: buscando la calle y atacando el green con comodidad. Su estrategia fue tan efectiva que al finalizar las dos primeras jornadas ya se encontraba con once golpes bajo el par, un registro impresionante si se tiene en cuenta que el torneo se ganó con menos trece. Pero durante la tercera, mientras jugaba con Rafael Cabrera-Bello, empezaron a verse atisbos de lo que terminaría siendo un serio problema. Furyk se dejaba tantas oportunidades claras de birdie que terminó adormeciendo su instinto para conseguirlos. No había problemas en fallar un putt noble de tres metros cuesta arriba porque Jimmy sabía que en el siguiente hoyo tendría una oportunidad similar. No había problemas hasta que, claro, el putt era para par.
Cuando una parte del juego empieza a flaquear el impacto se siente en el resto en un momento u otro. Era imposible que Furyk cogiera todos y cada uno de los greenes durante dos días y tirara siempre para birdie. Cuando la presión es máxima, el fallo siempre es más probable y el del americano llegó en el último hoyo, en un segundo golpe a green tan pobre que pareciera que lo estuviera pegando un jugador distinto. Nada más impactar la bola, Jim hacía swings de prácticas intentando quitarse de encima esa horrenda sensación, pero empezaba a ser tarde, acababa de tirar su ventaja por la borda. Keegan tenía por delante un putt de cinco metros para par y, encrespado como una ola, seguía la línea por la que había pasado su bola para romper en el hoyo y sacar con rabia el puño. Su ataque perfecto había concluido seis birdies y ni un solo error después, confirmando que si hay que buscar un tipo duro en el circuito él, hoy día, es la referencia.
Furyk, al igual que en el pasado U.S. Open, no solo perdió una oportunidad dorada de conseguir la victoria sino que también desaprovechó la vía alternativa que otorga un playoff. Su approach a green fue tan malo como su segundo golpe y se dejó un lie aún más complicado que el primero, y un putt de dos metros cuesta abajo después. Si lo embocaba seguía vivo pero ni tocó hoyo. Entonces, al igual que tras finalizar en Olympic o después de que Adam Scott confirmara la tragedia en Royal Lytham, solo quedó el silencio.
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1 comentario a “El ataque perfecto”
Enhorabuena por la crónica. Magnifica. Ayer no pude ver la ultima jornada, y lo he vivido como si lo hubiera visto!.
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