Lo vimos tras Celtic Manor. Un puñado de los mejores jugadores del equipo de Colin Montgomerie fueron determinantes para la victoria en la Ryder Cup y sus carreras cambiaron la tendencia que seguían hasta entonces. Lee Westwood fue el líder de su equipo, Rory McIlroy vivió por primera vez el ruido y la furia de esta competición por equipos, Luke Donald comenzó a embocar todos sus putts e Ian Poulter… Bueno, Poulter comenzó a jugar cada evento hasta final de año como si estuviera disputando los individuales del domingo. Fue el llamado “Efecto Ryder”, mediante el cual aquellos hombres se hicieron conscientes de que podían ganar a cualquiera, sin importar el escenario.
Aquel último putt de G-Mac, los tres puntos de cuatro posibles que consiguió Luke o el impacto de la competición en Kaymer hicieron que su confianza se disparara hasta alturas insospechadas, dejándoles el resto de la temporada y parte de la siguiente volando sin motor por las clasificaciones de cada prueba en la que tomaban parte. No estaban entrenando más que antes, sino que empezaron a creerse superiores. Los resultados están para revisarlos: Westwood, Kaymer y Donald alcanzaron el número uno del mundo, Poulter y McDowell protagonizaron ataques imposibles desde la distancia y volvían a ganar (“Another G-Mac attack!”, titulaba la prensa). Aquella dinámica alcanzó su máxima expresión de poderío días antes del comienzo de la pasada Ryder: cuatro jugadores europeos en los cinco primeros puestos del Ranking Mundial. Europa, por primera vez en su historia, no solo dominaba el palmarés de la Ryder en los últimos años, sino que tenía los mejores jugadores.
Puede que fuera el primer requisito imprescindible para lo que aconteció el pasado domingo, en el que los hombres de Olazábal lograban ocho puntos y medio de doce posibles. “Si somos mejores, ¿por qué no vamos a ganarles?”, debían pensar. La situación vuelve a repetirse y no deberíamos menospreciar el “Efecto Ryder”; la historia está llena de patrones que se repiten cada cierto tiempo. Ian Poulter ha vivido una temporada difícil hasta su explosión de furia en Medinah, al igual que Martin Kaymer, que ha visto cómo el vuelo de su bola cambiaba de una semana para otra con motivo de la gran cita. Son los primeros que deberían sentir este impulso adicional; la victoria como combustible del campeón.
Pero entre todos ellos hay dos que, por sus circunstancias, están más preparados para sentir esta nueva fuerza. El primero es Nicolas Colsaerts, elección personal de Olazábal y número 35 del mundo. Sus victorias hasta la fecha, al igual que su posición en el Ranking, no reflejan con claridad al jugador que el viernes batía sin la ayuda de Westwood a Tiger Woods y Steve Stricker. Hay un antes y un después en la carrera de Nicolas con esta competición: el pasado es el de un jugador frío y calculador que escondía su mirada tras unas gafas y una gorra bien ajustada; el futuro es del hombre que preguntaba desatado al público estadounidense “¿y ahora qué?” cuando embocaba un putt para birdie en el hoyo 17, en su primer día de Ryder. O el que tras tirar su bola al agua el viernes despedía rabia y frustración a través de unos ojos incendiados. Él debería ser el primero en seguir los pasos de Westwood, Kaymer o McDowell hace un par de años. Para empezar, ya ha aceptado una exención para disputar el Frys.com Open la semana que viene, y no será el último que dispute en el PGA Tour para conseguir su tarjeta para la próxima temporada.
El segundo es Francesco Molinari, el jugador capaz de crearse oportunidades de victoria en cada torneo que disputa. Ha disputado su segunda Ryder que, a diferencia de la primera, se ha disputado en territorio hostil para su equipo. Ya vimos cómo en Celtic Manor el italiano era capaz de desprender pasión por este torneo a través del público y de su hermano, pero en esta ocasión ha sido distinto. La imagen que debe perseguir Francesco, número 31 del mundo, es la del jugador que metió un putt para birdie en el hoyo 14 del Medinah Country Club para empatar el partido contra Woods, con la presión adicional de que todos sus compañeros habían hecho su trabajo. No son muchos los llamados a responder en los momentos decisivos, cuando la tensión es capaz de congelar los músculos. Ni él ni Colsaerts han desplegado todo su potencial y el tiempo y los acontecimientos les están otorgando una plataforma de lanzamiento al espacio, donde los defectos se vuelven borrosos y las virtudes les permiten volar por encima del resto.
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