“Tengo dieciocho años. Acabo de salir de lo que más tarde se llamará el Symetra Tour y soy una rookie a tiempo completo en el LPGA Tour. Soy despreocupada, joven, precoz. Tengo la suerte de estar jugando un deporte del que me había enamorado, y me están pagando basándose en lo bien que juego”. Son palabras de Christina Kim sobre su primer año en el circuito, el 2004. Pocos se acuerdan ya, pero aquella temporada, con veinte años, esa jugadora agresiva y expresiva hasta límites desproporcionados fue la más joven de la historia en alcanzar el millón de dólares en ganancias.
En dos temporadas, como dice ella, pasó de ser jugadora del Futures Tour a conseguir dos victorias en el LPGA Tour y participar en la Solheim Cup. Su futuro, más que prometedor, parecía ya el de una jugadora destinada a convertirse en referencia. Christina apenas había pasado de los veinte y peleaba por la victoria cada semana. Miren el curriculum de la ahora treintañera Kim en Wikipedia y verán un dato revelador: excepto en el Evian Masters, de reciente entrada en el calendario de las mejores, ella tiene un top 10 registrado en cada uno de los otros majors. O recuerden esos días en los que hacía las delicias del público estadounidense, sacándonos de quicio de quicio a los europeos en la Solheim Cup. Reconózcanlo: queríamos tirarle un hierro a la cabeza para cortar esa explosión de alegría.
La alegría de Kim, sin embargo, ha sido siempre una ilusión. O al menos no ha sido lo que nosotros creíamos ver. “Depresión. Pensar en el suicidio. Irritabilidad. La incapacidad de sonreír”. La chica que irradiaba felicidad pasó nueve años sin victorias en el ningún circuito y su vida, la del futuro brillante y prometedor, pasó a ser un interrogante. Fue la época en la que se apuntó al Ladies European Tour y viajó por medio mundo, incluido España, además de escribir poco a poco en un blog siguiendo un consejo médico. Y no crean que son los pensamientos desorganizados de una chica que necesita ayuda, sino que lo que escribió Kim es en ocasiones muy bueno. “Creo que es la hora de enfrentarme al elefante de la habitación”, tecleó en 2012.
El detonante de esta enfermedad, por simple o incluso estúpido que parezca, fue el mismo golf. Corría el 2010 y Kim se preparaba para la disputa del Sime Darby LPGA Malaysia. Después de una ronda de prácticas, recibió un masaje para estirar los músculos. Resultado: una de sus vértebras resultó dañada y perdió un palo de distancia en cada golpe, al menos durante su primera semana. Se amplió a dos durante la segunda, tres durante la tercera… “Por primera vez desde que tenía catorce años no podía alcanzar 130 metros de vuelo con el hierro 8. Tenía suerte de poder llegar a 120 como máximo”. ¿Qué sucede con una jugadora que no puede confiar en su swing?
“Por entonces, mi pensamiento inicial era hacer el swing más largo, retardando el impacto y recuperando la distancia perdida. Veinte meses después, tenía un overswing que hacía que el de John Daly pareciera un golpe de chip. Añadiendo ochenta grados más a mi swing, había perdido toda la capacidad de pegarle bien a la bola. Eso me hizo perder velocidad, distancia y precisión”. Con la ayuda de Sean Foley y Kevin Smeltz, sin embargo, comenzó a mejorar. Ayer, tras nueve largos años, volvió a levantar un trofeo. Christina se dirigió al elefante de la habitación y le contó una historia que escribió en su blog, allá por agosto de 2012: “Siempre recuerdo algo de Natalie Gulbis. La vi en el vestuario el martes anterior a debutar en el circuito y se estaba comiendo un sandwich de mantequilla de cacahuete. Me miró y me sonrió. ‘No puedo creer que estemos aquí’, le dije. Nat me miró y me contestó: ‘¿Estamos viviendo un sueño, verdad?’”
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