Pese al gentilicio empleado en su nombre, que parece delatar un carácter local y exclusivo, el New Yorker se ha convertido en el ejemplo arquetípico de publicación cosmopolita, fiel cronista de la realidad estadounidense. A lo largo de sus más de ochenta años de historia, por sus páginas han pasado luminarias que han destacado en casi todas las vertientes artísticas, especialmente en los campos de la literatura, el ensayo y la ilustración. En New Yorker han publicado autores señeros, como J. D. Salinger, Philip Roth, Haruki Murakami, John Cheever, Roald Dahl, Vladimir Nabokov, Woody Allen o John Updike, todos ellos bien asentados en el Olimpo literario o cinematográfico.
Por otro lado, ya desde el primer ejemplar publicado en 1925 quedó claro que la ilustración iba a ocupar un espacio preponderante en la revista. Por sus páginas han pasado artistas de la talla de Charles Addams, William Steig, George Booth, Peter Arno, Gahan Wilson o Charles Saxon, todos desconocidos para el gran público de nuestro país (con la obvia excepción de Addams, popular gracias a las andanzas de la macabra familia a la que prestó su apellido), pese a que han diseccionado certeramente la realidad de la sociedad estadounidense desde las ventanas abiertas al mundo que ofrecían cada semana sus viñetas. A esta impresionante nómina de artistas se ha unido la española Ana Juan, que lleva más de una década asomándose esporádicamente a la portada de esta revista con sus magníficas ilustraciones.
Podríamos decir, sin temor a equivocarnos, que el New Yorker es el decano del humor estadounidense. Sus casi 85 años de vida dando su particular visión del mundo a través de sus artistas supera con mucho a otros longevos baluartes del humor estadounidense, como el programa Saturday Night Live (35 años en antena) o Los Simpson (25 años ya en nuestras pantallas).
Dada la disparidad de autores y estilos que pueblan las páginas del New Yorker, no se puede hablar de una determinada impronta o “marca de la casa” en el material publicado, aunque los escrupulosos filtros editoriales consiguen que solo lleguen a los lectores las mejores historias, reportajes y viñetas. Su obsesión por la excelencia, que en ocasiones se toma por esnobismo, es una infalible salvaguarda para sus lectores. Sus ácidas viñetas se limitan a poner ante nuestra miope mirada cosas que ya están ahí. Nos llaman la atención sobre algo y acabamos dándonos una palmada en la frente y diciendo “claro” mientras esbozamos una sonrisa.
Y, por supuesto, a su inquisitiva mirada no se escapa el pasatiempo nacional por excelencia: el golf, en todos sus aspectos, ha pasado en un gran número de ocasiones por la trituradora New Yorker, tantas que se ha llegado incluso a publicar un libro con las cien mejores viñetas dedicadas a nuestro querido deporte. Recopiladas exhaustivamente por el editor Robert Mankoff, en este libro se reflejan todas las bondades y miserias del golf, y resulta llamativo comprobar la vigencia de algunas viñetas que cuentan con más de 70 años de antigüedad.
Además de recomendaros The «New Yorker» Book of Golf Cartoons, si la historia de la revista os llama la atención hay otro volumen imprescindible que no es difícil de localizar en nuestro país. En The Complete Cartoons of the New Yorker, además de una magnífica recopilación ordenada cronológicamente de las mejores viñetas, se incluye un DVD con los 70.000 cartoons publicados en los más de 80 años de historia de la publicación.
Y, por supuesto, no podemos acabar este artículo sin incluir una pequeña muestra representativa de las mejores viñetas de golf del New Yorker. Esperamos que las disfrutéis:
Todas las ilustraciones son copyright © 2009 Condé Nast. Reservados todos los derechos.
2 comentarios a “El golf y el New Yorker”
Me he estado riendo un buen rato con el de la fundita……..me parto :-))
Muy buenos !!
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