Un día después, Merion enseñó las garras. La lluvia, los greenes blandos o la facilidad al ver que la bola no botaba con fuerza en las calles se fueron diluyendo como argumentos débiles ante la carnicería que acostumbra a ser el U.S. Open. Ya no queda nada en Filadelfia que otorgue una tregua a la competición. La selección natural ha dado comienzo. Solo dos hombres se mantienen retorciéndose y dando pataletas bajo el par.
Son tan distintos entre sí como el agua y el aceite. Uno está cogiendo todas las calles y greenes de este recorrido, en todo un homenaje a la victoria allí de Ben Hogan en 1950; el otro alterna impactos dignos de ser colocados en un museo durante décadas con otros mediocres, suicidas si tenemos en cuenta la intención con la que fueron ejecutados. Son Billy Horschel y Phil Mickelson, un metrónomo y un malabarista, un hombre que sigue fielmente un método y otro que confía su futuro en sus instintos, en su capacidad para ver los golpes que afronta. Poco tienen que ver entre ambos, pero por dos vías diametralmente opuestas supieron llegar a la misma situación: el menos uno tras dos jornadas de lucha intensa, salvaje y sin reglamento.
Es difícil explicar cómo un jugador con sola una victoria en el Circuito Americano fue capaz de plantarse en este escenario y coger cada uno de los greenes en regulación de Merion, sembrado con un rough capaz de herir la sensibilidad de grandes campeones. Pero es lo que hizo Horschel: doce de catorce calles y dieciocho de dieciocho, el primer jugador en conseguirlo en quince años. Billy fue paseándose por el campo cogiendo el putter a la mitad de cada uno de los hoyos, firmando cuatro birdies, un bogey y entregando la tarjeta más baja del día con 67 impactos. Un menos tres que figura en la tabla como una afrenta al sentido común, pero que también representa la única vía posible para triunfar en el U.S Open. Este es el método. La única vía hacia la supervivencia.
Mickelson también la conoce dado que ha finalizado en este torneo cinco veces segundo, sin embargo, eso no quiere decir que vaya a seguirla al pie de la letra. Necesita tanto de atacar las banderas como de sus recuperaciones milagrosas alrededor de green, ya que es el alimento que le mantiene vivo entre jornada y jornada, es su forma de jugar este deporte. Por eso sus estadísticas son engañosas: sí, ha cogido en estos dos días más del 70% de las calles y sí, también se aproxima al 80% de greenes en regulación, pero cuando el bueno de Phil está pateando para birdie significa que su bola ha tenido ya alguna oportunidad de meterse en el agujero. En varias ocasiones la envió al aire y contempló cómo seguía una trayectoria perfecta en dirección a las cestas de mimbre que pueblan este campo; daba igual que fuera un par 3, 4 o 5, de 450 metros o de 280. Mickelson le pedía a sus golpes que fueron buenos y dejó varios en la memoria de los espectadores que serán difíciles de olvidar, pero a diferencia de en la primera jornada, solo hizo un birdie.
“De nada sirve pegar un golpe perfecto si luego no la metes”, debió pensar en cuatro o cinco hoyos. Y fue tal cual, así de simple y cruel. Es difícil imaginar a algún hombre que jugara ayer al mismo nivel que lo hizo este zurdo endiabladamente talentoso, pero sí que fueron muchos los que igualaron o superaron su tarjeta: 72 golpes, dos sobre par. Por ejemplo Steve Stricker y Justin Rose, que siguiendo un guión mucho más similar al de Horschel entregaron un resultado de 69 impactos, situándose en el par global. Luke Donald perdió la ventaja sobre el campo con la que inició el día, pero también es tercero empatado con ellos, así como Ian Poulter, el asesino de voluntades en match play, decidido esta temporada a convertirse también en un criminal en serie. Con cuatro hoyos todavía por jugar, el héroe de Medinah podría también afrontar el fin de semana desde los números rojos.
Todos ellos, junto al sorprendente amateur Cheng Tsung Pan, son los únicos que no van perdiendo contra Merion. Si sumamos sus carreras encontraremos un resultado de cuatro grandes, que son los tres Masters y el PGA con los que cuenta Phil. Sin embargo, cada uno de ellos está preparado para dar el gran salto hacia la historia. Puede que Tiger, desde el mas tres y tras firmar el par con su codo izquierdo dolorido, sea capaz de perseguir desde más cerca a Nicklaus, o que puede que McIlroy, desde la misma situación, sea capaz de engordar su precocidad y sus récords en un fin de semana de alto voltaje. Incluso Gonzalo Fernández-Castaño cuenta con esa opción desde la decimoséptima plaza.
El corte, con muchos jugadores todavía por terminar, puede desplazarse hasta el mas ocho y Sergio contará con tres hoyos para mejorar su mas seis actual y asegurar su presencia otro domingo. Olazábal fue una víctima más en las fauces de Merion, que ha dejado de ser la víctima de la semana para convertirse en el verdadero protagonista de este U.S. Open. Como en los viejos tiempos.
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