Cuando Phil Mickelson apareció en la escena del golf, hace más de veinte años, todo lo que rodeaba su mundo fluía con la misma naturalidad que su juego. No había dudas sobre su talento, respondía a las preguntas de la prensa ágil, conciso, y cuando se enfrentaba a los últimos hoyos de un torneo acostumbraba a lanzar ataques poderosos e incontrolables. En ocasiones se salía con la suya, como cuando ganó su primer torneo como amateur en Arizona, mientras que en otras se tambaleaba, como en sus primeros grandes. Pero Mickelson nunca dudaba, siempre parecía sacar a relucir su personalidad ante un futuro enormemente prometedor.
Poco quedaba de ese chico pasados los cuarenta. Había ganado tres Masters, sí, además de unos setenta millones de dólares en ganancias en una carrera merecedora del Salón de la Fama. En otras palabras: ha sido complicado, todo el camino. Del mismo modo que arrasaba en una competición llegaba a la siguiente y tiraba por la borda sus opciones en los últimos momentos, cuando más contundente debía mostrarse. Muchos, por aquella época, decían que incluso tenía más talento que Tiger Woods, pero que no había comprendido del todo esa rara ciencia que desemboca en victorias. El joven con desparpajo comenzó a responder preguntas más lentamente, más pensativo, y durante años optó siempre por la estrategia correcta, y no la que veían sus ojos. Mickelson, como cualquier otro hombre, había envejecido.
Ha pasado gran parte de su trayectoria pegando bolas desde el rough, desde la arena, aprochando desde posiciones que desafiaban la lógica… Ha desarrollado una capacidad inigualable para salir de los apuros a base de fallar calles o golpes francos y ha conseguido ganar cuarenta veces en el PGA Tour. No, este hombre no se parece en nada al jugador investido con chips y un swing productivo y eficiente. Phil, en muchos sentidos, se parece mucho a Severiano Ballesteros, a Rory McIlroy o a Tom Watson. No produce resultados en el momento correcto, sino cuando él está confiado. Quizá sea por eso que nunca ha conseguido ganar un US Open, destinado a estrategas más correctos y precisos, o por lo que, hasta ahora, tampoco había conseguido vencer en las islas británicas.
Muirfield ha sido esta semana un examen definitivo de contundencia. Las calles y los greenes quemados, los botes que se prolongaban en cualquier dirección durante segundos, las altas hierbas que rodeaban la única vía posible hacia el agujero… Todo estaba preparado para que Lee Westwood consiguiera su primer grande, al igual que Henrik Stenson, Hunter Mahan, Zach Johnson o Tiger Woods, hombres que son capaces de llevar un esquema de golpes a la realidad, como si todo se tratara solo de números. No había lugar en esta prueba para la imprecisión o las dudas, y por eso Phil partía desde la segunda línea de favoritos. Tras tres jornadas disputadas se encontraba con un acumulado de más dos, y solo un milagro parecía poder otorgarle un triunfo tan atípico como inesperado.
Pero la última jornada del Open transformó un escenario que demandaba razón y previsibilidad en un auténtico baile con movimientos libres y esporádicos. Ya no se trataba del campo, sino de sus protagonistas. Westwood finalizó sus nueve primeros hoyos con más dos, al igual que Stenson o Tiger. Las puertas que parecían cerradas se abrieron de par en par a base de bolas que caían en un pot bunker o putts que se pasaban dos metros del agujero. El derrumbe de las certezas llevó a hombres henchidos de confianza a destacar por encima de los que menos errores acostumbran a cometer. Véase a Ian Poulter, la fiera destacada en match play que parece haber encontrado el modo de triunfar en las grandes ligas: menos cinco en 12 hoyos. Así, como venidos de la nada. Llevaba un acumulado de mas tres al amanecer y en tan solo un parpadeo era un claro candidato al título. De nuevo espasmos y arreones; ni rastro de las certezas.
Adam Scott sacó a relucir su cara más típica en los majors de los últimos años: largas salidas al centro de la calle, oportunidades de birdie convertidas en putts perfectamente interpretados o, en general, una secuencia de golpes dignos de un general frente a la batalla más importante de su vida. Llegó a ser líder del Open, al igual que en Royal Lytham, pero de nuevo algo en los links le terminó por descolocar para repetir su misma actuación: cuatro bogeys seguidos. Nadie parecía sostenerse en los primeros puestos.
Y entonces apareció Phil, el caos personificado revolviéndose por un campo de golf. No era el chico solvente y despreocupado de los viejos tiempos y llegaba de perder otro US Open en Merion, cuando parecía que ya estaba besando el trofeo. Este hombre, sumido en un conflicto permanente con su pasado, firmó cuatro birdies en los últimos seis hoyos del recorrido y alzó los brazos al aire. No era un chaval, no, pero se había comportado como si lo fuera. “Este es probablemente el momento más gratificante de mi carrera”, declaró en su discurso al público escocés. “No era algo que estaba seguro de poder hacer. Estoy muy orgulloso de ser vuestro campeón”.
Olvidadas las cuentas pendientes, los lances del pasado o las oportunidades que se convirtieron en tragedias, este zurdo nacido en California jugó al golf como la primera vez que le vimos por televisión, como un niño, y dejó en la memoria del golf una vuelta que no tiene razón de ser; nadie hizo cuatro birdies en los hoyos más complejos de Muirfield. Pero, ¿qué tiene sentido en este deporte, al fin y al cabo? Su triunfo es también el del talento por encima de la razón, los planes o la lógica. Es fácil decirlo ahora, pero alguien como Phil Mickelson estaba destinado a ganar un Open Championship.
Adam Scott Ángel Cabrera Asian Tour Brandt Snedeker Bubba Watson Charl Schwartzel Darren Clarke Dustin Johnson Eduardo de la Riva European Tour FedEx Cup FedEx Cup 2013 Francesco Molinari Gonzalo Fernández-Castaño Ian Poulter Jordan Spieth Miguel Ángel Jiménez Muirfield Open Británico Open Championship Open Championship 2013 PGA Tour Phil Mickelson Race to Dubai Race to Dubai 2013 Rafa Cabrera-Bello Schweppes Sergio García Tiger Woods Webb Simpson Zach Johnson
1 comentario a “El niño que debía ganar un Open Championship”
Phill es un jugador de golf extraordinario. No tan solo por su excelente tecnica, yo diria que por su gran humildad e integridad. Su capacidad de atender al publico, firmando autografos, regalando pelotas, chocando sus manos, saludandolos; todo eso lo hace un jugador fuera de serie. No hay ningun otro que se le iguale y si fueramos a determinar un ranking que abarque las cualidades tecnicas y humanas seguro que Phil seria el numero uno del mundo desde que se hizo profesional hasta la fecha. Una familia bella, un jugador espectacular una persona integra. Que mas se puede pedir?
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