Nunca es bueno generalizar sobre un deporte tan rico en datos, estadísticas y números como es el golf. Sin embargo, cuando ciertos patrones se repiten en varios jugadores a veces se puede encontrar una tendencia en un circuito profesional. Hace unos días sabíamos que Darren Clarke, después de haber ganado el Abierto Británico (la victoria más importante de su carrera), había comenzado un plan de preparación física que rompía con todo su pasado como golfista, además de muchos de sus principios.
Este año el vigente campeón del The Open Championship cuidará su dieta y pasará una considerable cantidad de horas ejercitando su cuerpo, poniendo más atención a los detalles y a las condiciones que hacen que se pueda pegar mejor a la bola. Toda una revelación si tenemos en cuenta que su victoria en Sandwich llegó después de haber cogido menos de la mitad de las calles del recorrido.
No estamos ante un caso aislado. Las novedades que Clarke quería incorporar a su juego no han llamado demasiado la atención en el golf profesional puesto que es una tendencia que empezó hace muchos años, concretamente desde la aparición de Tiger Woods en el mundo competitivo. Más que el tardío cambio de estrategia de Clarke, llama la atención el nuevo perfil de jugador que irrumpe en el circuito y que no ha conocido otro plan que éste; el de estar preparado en todos los aspectos que puedan influir en una vuelta, desde el psicológico hasta el momento del impacto con la bola.
El nuevo jugador de golf cuenta con un «período de carga» que suele coincidir con el final de cada año y el comienzo del siguiente, cuando menor es la concentración de torneos y existe la posibilidad de empezar de cero una nueva temporada. Este factor es determinante. Aunque una victoria sea igual de importante a comienzos que a mediados de año, existe un momento en el que un jugador es capaz de jugar con más ilusión y ambición, y sus primeras apariciones en el nuevo año suelen ser determinantes en su forma de afrontar la gran cantidad de torneos que se le avecinan.
En este período, que no suele durar más de dos meses (mucho menos en algunos casos), pasan un buen número de horas en el gimnasio. Los objetivos son distintos dependiendo del jugador. Si se quiere aumentar la distancia, como es el caso de Azahara Muñoz, el trabajo va más dirigido a aumentar la musculación mientras que si simplemente se quiere mejorar el estado de forma (como se supone el caso de Clarke), el ámbito de trabajo es más general. En ambas situaciones los resultados no llegan a corto plazo pues no se trata de un plan explosivo, sino de carga, y el cuerpo tarda en asimilar el esfuerzo realizado.
Uno de los motivos por los que esta fase se afronta cuando menos competiciones hay es por la falta de tiempo a mediados de temporada, cuando se disputan los cuatro majors. Apenas hay margen para trabajar estos aspectos cuando los torneos se juegan de jueves a domingo y los tres días restantes se utilizan para viajar y conocer el campo donde se va a competir. Este plan de preparación tiene sus matices para cada jugador a lo largo de la temporada, pero es algo con lo que cualquier golfista que haya entrado a competir en el PGA Tour o European Tour cuenta en su calendario.
El jugador de golf actual le concede la misma importancia a su forma física que a los factores puramente golfísticos, y todo eso se traduce en su forma de jugar. Mejorar el soporte con el que se juega al golf tiene un objetivo definido: ser más regular. Crear un mecanismo capaz de repetir el mismo movimiento en situaciones distintas y conseguir que alcance el máximo nivel posible de potencia y consistencia, como si de una ciencia se tratara.
Lejos quedan los días en que jugadores que destacaban ostensiblemente en un solo ámbito del golf sumaban victorias. Los grandes pateadores que no estaban muy finos de tee a green o los grandes recuperadores, capaces de sacar pares de situaciones insólitas, no abundan. Ahora todos muestran un nivel considerable en todos los aspectos del juego y los Corey Pavin, Brad Faxon o incluso, a su manera, Severiano Ballesteros, han pasado a ser golfistas en peligro de extinción. En una carrera por alejarse de los errores, se están unificando los criterios para ganar en una buena semana: no cometer fallos y estar acertado en los greenes.
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