«Ganar de este modo y manera significa mucho. Significa que sé que puedo hacerlo. Sé que puedo remontar. Sé que puedo enfrentarme cara a cara a los mejores del mundo en el tramo decisivo de un major y salir vencedor». Estas frases de Rory McIlroy durante la rueda de prensa posterior a su victoria en el PGA Championship resumen a la perfección lo ocurrido durante la última jornada, cuatro horas largas de juego apasionante en las que McIlroy demostró que no solo es capaz de ganar un major cuando todo le viene rodado. El nuevo rey del mundo del golf también sabe sufrir.
A modo de prólogo en Valhalla Golf Club, la tarde empezaba torcida y con una suspensión de dos horas por lluvias que obligaban a interrumpir el juego, postergar las salidas restantes y, una vez reanudada la acción, reducir el margen de tiempo que separaba a los grupos finales de diez a nueve minutos. Una circunstancia que, sumada a las dificultades propias de jugar con un campo encharcado, convirtió el campo en una lenta caravana para los jugadores que se estaban jugando el torneo.
Esta consecuencia indeseada tuvo una repercusión interesante. Al tener que esperar en tees de salida y calles, los jugadores que venían por detrás sabían en todo momento lo que ocurría por delante, ya que lo tenían siempre a la vista. Por eso tiene especial mérito la reacción de un Rory McIlroy que estuvo imperial en la segunda mitad del recorrido. Ante él, Mickelson y Fowler desplegaban un juego estelar para alternarse y adelantarse en el marcador mientras el norirlandés acumulaba un par de errores, y la joven estrella estadounidense llegaba a cobrar tres golpes de ventaja mientras McIlroy esperaba en la calle del par 5 del hoyo 10.
Escoltando a Fowler, a esas alturas, un Mickelson que ya sumaba cuatro birdies y un Stenson que había terminado con 30 golpes los primeros nueve hoyos: una tormenta perfecta para McIlroy, que había pasado de liderar el torneo a verse enfrentado a tres rivales de talla que no se iban a arredrar. Por primera vez durante la semana, era McIlroy quien tenía que cazar, quien se veía obligado a reaccionar. Y vaya si lo hizo…
Aunque posteriormente reconociera que el golpe no le salió exactamente como quería, McIlroy enganchó un misil bajo y ligeramente abierto con la madera 3 en este hoyo 10 que finalizaba a poco más de dos metros del hoyo y le brindaba una gran oportunidad de eagle que posteriormente convertiría. El eagle sirvió de agarradera y trampolín, y a partir de ahí el norirlandés mostró su mejor cara y recuperó el repertorio con el que había maltratado al campo (y a sus rivales) durante los días previos: drives majestuosos, hierros precisos y putts que siempre buscaban el hoyo.
Los apuros cambiaron de barrio y ahora eran Stenson (curiosa metáfora para un nórdico, caer en Valhalla a causa de un par de errores en putts cortos), Mickelson y Fowler los que se veían obligados a jugar a la defensiva mientras McIlroy pisaba a fondo, igualaba en el liderato en el hoyo 13 con un birdie corajudo en el que sacaba toda la tensión lanzando el puño hacia delante y se adelantaba en el 14 por los errores de dos de sus rivales directos.
A partir de ahí, dominio absoluto y un final apresurado y extraño, una escena de vodevil en el hoyo 18 con salidas solapadas y el grupo de McIlroy y Wiesberger pisando los talones al partido de Fowler y Mickelson para neutralizar una posible suspensión por falta de luz y una última amenaza de tormenta eléctrica. Quedó tiempo para una última heroicidad de Mickelson, que necesitaba embocar su approach para lograr el eagle y alcanzar el -16 en el último hoyo y luego esperar a que McIlroy terminara el hoyo con el par. Lo segundo ocurrió, pero el heroico intento de Mickelson se quedaba a apenas un palmo y Fowler, que también necesitaba el eagle, hacía tres putts que en absoluto deslucen la gran actuación de un jugador que no se ha bajado del top 5 en todos los majors del año y que se ve abocado a una apasionante lucha generacional contra McIlroy en las citas más importantes de los próximos años.
Con este brillante final se cerraba el cuarto major del año, un torneo muchas veces vituperado por su falta de carácter pero que este año nos ha traído un espectacular duelo a varias bandas para su cierre, el único major que este año ha ofrecido tanta emoción en el tramo final, y que ha servido para encumbrar aún más a un Rory McIlroy que, con solo 25 años, iguala la marca de precocidad al ganar cuatro majors de Tommy Morris, Jack Nicklaus y Tiger Woods, y se pone a la altura en victorias en torneos grandes de jugadores como Ernie Els.
No es este el lugar para enumerar los logros de Rory McIlroy y los récords de que ha igualado o batido, pero queda claro que el norirlandés está por encima del adjetivo y la hipérbole y ha conseguido una proeza que en los últimos veinte años estaba reservada a un solo jugador, un Tiger Woods que tiene un motivo más para recuperarse.
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