Ya existe un número uno del mundo. Se llama Tiger Woods, ganó cinco torneos la pasada campaña y fue nombrado jugador del año en el PGA Tour. Su lista de éxitos engordó al ritmo de épocas pasadas mientras que su rendimiento en los grandes decaía, al igual que su cuerpo. Hoy, el Tigre es un candidato a todo lesionado, forzado a retirarse de torneos que un día ganó y a observar cómo otros grandes jugadores le privan de seguir encumbrando su leyenda. Es el número uno, pero existen otros, más reales y acordes a la realidad que vivimos. El nombre del primero es Adam Scott.
“Vosotros pensáis que siete golpes son muchos pero no lo son, especialmente después de treinta y seis hoyos. Si estuviera siete por detrás en cualquier otro torneo pensaría que puedo ganar”. Son las palabras del que era líder destacado en el Arnold Palmer Invitational, capaz de firmar un 62 y un 68 durante jueves y viernes a ritmo de aciertos descomunales con su putter largo. El australiano nunca fue un gran jugador en los greenes, pero esta semana está siendo capaz de aprovechar cada oportunidad que le otorga su gran juego largo. Scott tenía siete de ventaja, sí, pero sabía que era poco. ¿La razón? Su media de golpes en 2014 sobrepasa los 70. Aquellas dos rondas fueron especiales, no un baremo sobre el que basar su estado de forma.
El líder tranquilo salió a atacar, sabedor de que faltaba medio mundo para llegar al dieciocho de Bay Hill el domingo por la tarde. Sus primeros hoyos, sin embargo, no fueron una gran muestra de agresividad. Adam firmó dos bogeys y un birdie en los primeros nueve y revolucionó las esperanzas de aquellos que iban por detrás, inmersos en rachas de aciertos. Así apareció Keegan Bradley, sin victorias en 2013, campeón de un PGA, saltando y levantando puños mientras firmaba ocho a lo largo de la jornada. Matt Every y Jason Kokrak esperaban también su parte de la tarta, con vueltas de menos seis y menos cinco, mientras que Francesco Molinari, más estable, más fiable y sereno, añadió un menos tres a sus registros.
Alguno en su posición se hubiera puesto nervioso pero Scott, sabedor de que era solo un jugador como todos ellos, esperando una oportunidad el domingo, perseveró. El líder fue capaz de transformar la falta de acierto en una vuelta en un ataque final que dejara las cosas bien claras en la clasificación; birdie al diez, al trece, al quince y al dieciséis. No fue su mejor día del torneo, ni siquiera de la temporada, pero le sirvió para seguir primero con tres impactos sobre el segundo. Le servirá también para poder llegar al número uno del mundo.
“Pienso que tengo que intentar ganar un torneo”, declaró. “No estoy intentando llegar al número uno. Tengo a un montón de jugadores respirando en mi nuca que han hecho buenas vueltas y se sienten muy bien sobre su golf de cara al domingo”. Es la primera vez que lo escuchamos de él, pero hace unas décadas un jugador distinto dijo lo siguiente: “Los récords son accidentes, tan solo llegan. Nadie intenta romper un récord. ¿Cómo se puede ser tan tonto como para no centrarse en ganar un torneo?” Palabras de Jack Nicklaus.
El número uno ha hablado en Bay Hill, aunque aún no lo sea. Cualquier otro en lo más alto del Ranking podría decir esto: “Estoy muy hambriento por ganar. Siento que debería estar en la mejor época de mi carrera. Tengo que crearme estas oportunidades más a menudo y aprovecharlas más de lo que lo he hecho. Cuando tienes la oportunidad tienes que cogerla porque es difícil generarlas tres o cuatro veces al año”. Bradley espera a tres golpes, Every y Krokak a cuatro, Hadley y Molinari a cinco, Poulter espera ya a siete. Gonzalo Fernández-Castaño, tras un 74, marcha con más dos. Mientras, el señor de Augusta espera ampliar mañana sus dominios al resto del globo.
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