Hace unos días comentamos que el golf, al menos para los aficionados, estaba destinado a rondas más cortas. Los nueve hoyos resultan más prácticos en tiempo, dinero y accesibilidad para nuevos jugadores, por lo que no es de extrañar que en un futuro cercano se estabilice su implementación. Además, echando un vistazo al pasado, recordamos cómo el US Open de 1985 se disputó solo en este número de pruebas y que no fue hasta bien entrados los ochenta cuando la mayoría de campos en Estados Unidos pasaron a construirse con dieciocho. Pero, ¿por qué dieciocho? Se han creado muchas teorías para explicarlo, incluida una muy graciosa que sugería que era el número de chupitos que contenía una botella de whisky escocés. La realidad, sin embargo, tiene su origen en el Old Course.
La primera competición de la que se tiene constancia se disputó en Leith Links en 1744. La Honorable Compañía de Golfistas de Edimburgo, como se conocerían después, tuvo solo cinco hoyos para llevarla a cabo, aunque la siguiente, celebrada en el Royal Blackheath (el campo más antiguo de Inglaterra), se disputó en seis. Es solo una muestra de que el estándar por aquel entonces no estaba nada claro; solo se jugaba al golf, sin importar tanto un escenario que hoy nos parece muy necesario. En 1764 (y probablemente antes), el Old Course de St. Andrews contaba con doce pruebas dispuestas en una línea recta. Diez de ellas se jugaban dos veces (para ir y volver de la casa club), formando una ronda de veintidós. Sin embargo, ese año, los golfistas decidieron juntar los primeros cuatro hoyos en solo dos, lo que produjo una disminución total en la vuelta de cuatro hoyos. En realidad, eran diez hoyos en los que ocho se jugaban ocho de ellos dos veces.
Cuando campos como Prestwick se construyeron en 1851 con doce pruebas, no parecía nada extraño, ya que se estaba convirtiendo en la cifra referencia. Solo seis años después, sin embargo, St. Andrews volvió a cambiarla, construyendo hoyos en cada uno de los ocho greenes dobles del Old Course. Cuando concluyeron las obras tenían dieciocho hoyos con dieciocho greenes y celebraron su primera competición con sus propios socios. Se dice que Carnoustie fue el segundo recorrido en ampliarse hasta los dieciocho, en 1867, pero no fue hasta la celebración del Abierto Británico, en 1872, cuando este criterio comenzó a unificarse.
El Open rotaba entre Prestwick, Musselburgh y St. Andrews, por lo que era necesario jugar tres rondas en el primero (doce hoyos), cuatro en el segundo (nueve hoyos) y solo dos en el tercero. La competición hizo inevitables las comparaciones entre unos y otros campos y, al parecer, los dieciocho parecieron el número de pruebas más adecuado para el nuevo torneo. En 1882, Prestwick se amplió hasta los dieciocho y Musselburgh fue sustituido por Muirfield, construido en 1891 por la Honorable Compañía. Así, los tres campos que albergaban el torneo más importante tenían el mismo número de hoyos y crearon el estándar que conocemos hoy día.
Si el número de hoyos estuvo muy influenciado por el Old Course de St. Andrews, el que se disputen casi todos los torneos de la actualidad en cuatro días se debe al Augusta National. Los torneos se disputaban ya por entonces a 72 pruebas, pero con 36 de ellas el sábado. Así lo hizo también el primer Masters (1934), hasta que Bobby Jones, en una carta a Clifford Roberts (sus dos fundadores), escribió lo siguiente: “Mi idea es extender el medal play hasta los cuatro días para que los eventos especiales se disputen durante el torneo”. Esos eventos eran pequeñas competiciones de golpes alternos, approach y putt, golpes con los hierros y drive más largo.
El éxito de este formato (18 hoyos durante cuatro días) se terminó convirtiendo en el estándar que conocemos en la actualidad, pero progresivamente. El US Open, por ejemplo, pasó de disputarse en 1922 en dos rondas de 36 hoyos a dos días días de 18 y un tercero de 36. No fue hasta 1965, ya con la televisión de por medio, cuando se pasó al formato actual y definitivo. Hoy los torneos se disputan en cuatro días por una idea de Bobby Jones y, por extensión, del club que presidía.
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