Hoy comienza la final de la Q-School del PGA Tour y basta hablar con cualquier jugador profesional que haya probado suerte en alguna escuela de los grandes circuitos para percibir los nervios en su voz.
La estadounidense está dividida en cuatro fases: Pre-Qualifying, First, Second y Final Stage, previas que han sido inmisericordes con un gran número de jugadores de primera fila (como los españoles Lara, García-Heredia y Del Val). De los más de 170 jugadores que comenzarán a jugar la final, algunos de ellos han accedido directamente a la segunda fase y otros, como los que quedaron entre el puesto 126 y el 150 en la lista de ganancias del PGA Tour en 2011, pasaron directamente a la final. Hasta aquí cabría pensar que la cosa es sencilla, un torneo a buen nivel y finalizar entre los 25 primeros (empates incluidos) te da la tarjeta para el año siguiente. Sin embargo, la escuela de clasificación es mucho más parecida a la escena de un crimen.
La final de la Q-School se disputa durante seis días en el complejo PGA West, en los campos TPC Stadium Course y el Nicklaus Tournament Course, ambas obras maestras en la colocación de trampas, hazards, y lagos. El hoyo 17 del campo de Nicklaus es muy parecido al de Sawgrass, donde se disputa cada año el The Players Championship, solo que es 35 yardas más largo, cuesta arriba, y se le conoce como Alcatraz. Será uno de los muchos peligros a los que se enfrenten los jugadores durante los próximos seis días.
La escuela no se parece en nada a un torneo regular. Está llena de sucesos extraños. Los jugadores pueden tener la tarjeta prácticamente asegurada a dos hoyos de finalizar el domingo y perderla en apenas veinte minutos. Jugadores de un altísimo nivel ven temblar sus manos en los últimos hoyos y el drama cobra forma en bolas al agua, shanks, cuatro putts… Es la presión de toda una vida dedicada al golf la que juega esos últimos golpes. Es fácil imaginar que un joven recién salido de la universidad no tiene nada que perder en un torneo de estas características pero, lejos de dicha realidad, el jugador recuerda las tardes que ha pasado entrenando mientras sus compañeros salían por la noche. Es la delgada línea que separa otro año más de entrenamiento con la realización de un sueño.
Los partidos estarán formados por antiguos campeones de majors, torneos del PGA Tour, veteranos en busca de una oportunidad con los mejores o jóvenes que aspiran a vivir jugando en la élite. La confianza en su juego también se pone a prueba esta semana y serán muchos los que lo intentarán este año pero no podrán repetir el año que viene. La experiencia por la que pasan es brutal, y a muy pocos les gusta hablar de ello. Han visto a compañeros terminar llorando sus vueltas. La realidad, desde un punto de vista frío, todavía les guarda cierto consuelo. Si no finalizan entre los 25 primeros, probarán suerte en el Nationwide Tour como miembros de pleno derecho los cincuenta siguientes clasificados, mientras que el resto lo harán pero sin acceso a todos los torneos.
Son las trincheras del golf profesional y solo los que sepan aguantar mejor el tipo tendrán posibilidades. El premio que aguarda después de estos seis días es enorme. Ante ellos, todas las opciones, todo por ganar; pero si sus expectativas son altas, también tienen mucho que perder.
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