Basta echar un vistazo a la trayectoria de un jugador a lo largo de una temporada para comprender que el golf son momentos. Perder, ganar, merecer, entrenar… el mismo hombre tiene tiempo para mostrar todas sus caras y facetas en un año a través de veinte torneos, en ocasiones en forma de victoria, en otras, en forma de crisis. Valga como ejemplo Johnson Wagner, que ha fallado sus últimos siete cortes en el PGA Tour. Un jugador desparecido del mapa acudió esta semana a The Greenbrier Classic y alcanzó un acumulado de menos catorce, situándose líder a falta de solo una jornada.
No ha pasado mucho desde que se marchara un viernes por la tarde del AT&T National con la moral derribada. Su swing tampoco debe haber cambiado demasiado porque, como todos sabemos, es imposible consolidar mejoras en tan poco tiempo, sin embargo, sus resultados son muy distintos. ¿Por qué ahora sí y antes no? Graeme McDowell explicó no hace mucho cómo salió de su particular bache en 2011 con estas palabras: “Volví a aprender cómo caminar hacia la bola, ver cada golpe y dejar que mi mente le enseñara a mi cuerpo qué movimientos hacer. Confié de nuevo en mis instintos”.
Algo similar ha debido sucederle a Wagner, oscuro y timorato durante meses, voraz y agresivo esta semana. No es ningún secreto que el principal enemigo de estos jugadores vive en una habitación oscura y húmeda llamada cerebro, capaz de mermar los sentidos y llevar a la angustia, ansiedad, agarrotamiento o la obsesión. Solo venciendo en ese habitáculo son capaces de zafarse de ataduras y, como Johnson, desatacar una corriente de birdies que le permita firmar vueltas de 62, 70 y 64 impactos.
“A veces, cuando estás jugando mal, olvidas quién eres y te decepcionas a ti mismo”, declaró al finalizar la tercera jornada. “Las últimas dos semanas solo he intentado ser positivo. Mi sueño cuando era niño era jugar aquí. Ya he ganado tres veces y no tengo nada que perder”. Puede que esa mentalidad le sirva de mucho en sus últimos 18 hoyos en The Old White TPC, un recorrido donde los birdies pueden llegar a sucederse con soltura y aparente sencillez. Que se lo digan a Stuart Appleby, que rompió una racha de cuatro años sin victorias con un monumento de 59 impactos en 2010. Con estos precedentes, es imposible descartar a nadie para mañana.
Jimmy Walker le sigue a dos golpes de distancia, desde el menos doce, mientras que Jonas Blixt lo hace a cuatro, en tercera posición. Matt Jones, Steven Bowditch y Jordan Spieth, un chaval de 19 años con miras de grandeza, son cuartos con menos nueve, y a buen seguro se sumarán a la carrera por la victoria con unos cuantos aciertos en sus primeros hoyos del día. Pat Perez, Bill Haas y Rory Sabbatini la buscarán desde el menos ocho.
Wagner ha salido de un laberinto que le impedía pegar confiado a la bola, un virus del que no está exento ni el mismísimo Tiger Woods. ¿La receta? Simplificar, tener paciencia o, como decía G-Mac, volver los principios básicos. “El miércoles le dije a mi caddie que lo que quería hacer esta semana era un montón de birdies”, comentó. “Sé que puedo hacer muchos”. La gran pregunta que se cernirá sobre él mañana, en el tee del 1, es si será capaz de hacerlos cuando verdaderamente los necesita.
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