Phil Mickelson tiene 43 años y su carrera ha sido fabulosa. Ha ganado tres Masters, un PGA Championship y otros 41 torneos en el PGA Tour, situándose como el noveno que más ha conseguido por encima de hombres como Tom Watson (39), Lee Trevino (29) o Gary Player (24). Casi 70 millones de dólares en ganancias a lo largo de 23 años como profesional o formar parte de nueve equipos consecutivos de la Ryder Cup (algo que ni Nicklaus, Hogan o Woods han conseguido) son otros de sus logros. Sin embargo, cada vez que se habla de él existe cierto reparo al nombrar algunos de sus impresionantes números, como si fuera mejor no detenerse en los detalles o en lo que puede haber dejado en el camino.
Ha sido complicado. Toda su carrera ha estado marcada por su primera victoria en el circuito, cuando todavía era amateur, y por los años de tiranía en los que Tiger dominó con mano de hierro la competición. El eterno aspirante, le llamaban. Fue fabricándose una imagen muy distinta al de un ganador impasible y arrogante, aunque acostumbrara a vencer varias veces cada temporada. Le podíamos ver firmando autógrafos, regalando bolas a los niños, sonriendo en las rueda de prensa previas a cada torneo, saludando a las gradas después de un birdie… En ocasiones se le ha comparado con Arnold Palmer, por todo el cariño que despierta en los espectadores. Phil ha sido popular, tremendamente popular, pero existen ciertas opiniones o críticas, como se prefieran llamar, que creen que todo este comportamiento ejemplar se debe más a todas las derrotas que ha sufrido en los grandes. Seguro que lo han escuchado alguna vez: “Mickelson es el jugador con más talento del mundo, pero no gana lo mismo que Tiger”.
Fue precisamente Woods quien habló de algo parecido hace unos años, tras completar el Grand Slam. Mientras era entrevistado por Oprah y presentaba su libro “Cómo juego al golf” declaró que su principal objetivo era ser un “overachiever”, es decir, alguien que ganara más de lo que se esperaba, que siempre aprovechaba sus oportunidades de triunfo por remotas que parecieran. Se consideran buenos ejemplos Mark O’Meara, que ganó dos grandes en 1998, o Todd Hamilton o Ben Curtis, que se vieron en lo más alto de la tabla en un Open Championship y supieron cerrar el torneo. Si hiciéramos un grupo opuesto con jugadores que no han ganado ni la mitad de lo que podrían haber conseguido, Phil sería el primero de la lista. Sí, puede que Greg Norman o Colin Montgomerie fueran serios contendientes, pero no se acercan a estas cifras por mucho: treinta y tres top 10 en los grandes, siete veces segundo –cinco de ellas en el U.S. Open– y otras siete tercero. Eso, en el golf moderno, es inigualable.
Ni siquiera los números son capaces de explicar lo cerca que ha estado el mejor zurdo de la historia en engrosar aún más su palmarés. En ocasiones se trataba solo de poner la bola en calle y coger el green del 18, pero ah, estábamos hablando de Mickelson. Poco tiene que ver el camino tradicional hasta el hoyo con el que él ha seguido a lo largo de su carrera. Si ven sus mejores golpes a lo largo de los años se lo encontraran buscando un hueco a través de unas ramas, embocando desde la arena, el rough, el cemento… desde cincuenta metros a bandera. Su gran asignatura pendiente ha sido defender un liderato buscando la parte segura, alejándose de los peligros, cerrando los campeonatos como lo hacían Tiger, Jack o incluso como lo hicieron Curtis o Hamilton en sus respectivas semanas doradas. ¿Más números? En los últimos diez años nunca ha estado entre los ciento veinte primeros del circuito en precisión desde el tee. ¿Victorias? Veinte.
No es de extrañar que declarara durante la última Ryder que le gustaría jugar desde las mismas posiciones que Keegan Bradley, que al menos sí está entre los cien primeros con el driver en las manos. El último capítulo de esta historia es un artilugio llamado “Phrankenwood”, una madera tres “con esteroides” que, tras un nombre tan raro, busca algo aún más insólito: poner la bola de Phil en mitad de la calle. Como digo, es complicado, incluso para un jugador que en sus mejores momentos es inalcanzable para Woods o McIlroy.
Solo Nicklaus ha conseguido ganar un grande tras cumplir los 43 años y es evidente que Mickelson se encuentra ante sus últimas opciones de disparar en mitad de la diana. No ha cambiado un ápice a través del tiempo, basta ver la forma en que dejó escapar una nueva victoria esta semana en el Wells Fargo Championship (dos bogeys en sus tres últimos hoyos). Pero quién sabe. Puede que si hay alguien capaz de aparecer con canas, la mirada cansada y dificultades para terminar una vuelta caminando en el último partido de un gran torneo, sea él. Puede que ese quinto grande valga más que los siete segundos puestos. Puede que, por fin, sea en el próximo U.S. Open.
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