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El regalo de Visnú

José Ramón Rodríguez | 20 de marzo de 2013

Hasta finales del siglo XIX el golf no tuvo clase media. El golf era un juego practicado por las clases altas con el auxilio de la clase más baja, que era de donde salían los mejores jugadores. La clase media no tenía acceso al juego del golf porque el material del golf tenía un precio prohibitivo, muy especialmente las bolas. El desorbitado precio de las bolas de plumas, con la que se jugaba al golf desde el siglo XVII, quedaba justificado por su fabricación enteramente artesanal, lenta y difícil. El precio relativo aumentaba por su escasa durabilidad, de forma que lo habitual es que en una ronda de golf se usaran cuatro o cinco bolas. La aparición de la bola de gutapercha precipitó la desaparición de la featherie e hizo posible que el golf quedara al alcance de muchos.

Un origen incierto

La gutapercha es una goma que proviene de la savia de árboles del género Palaquium endémico del archipiélago Malayo. El primer uso manufacturado de la gutapercha y su introducción en Europa se debe al Dr. William Montgomery, un cirujano que trabajaba en Malasia y que la usó para fabricar material médico, motivo por el que recibió la Medalla de Oro de la Sociedad para el Desarrollo de las Artes, la Industria y el Comercio en 1845. En algún momento entre 1845 y 1848 alguien concibió la idea de usar la gutapercha como material para fabricar bolas de golf.

Bola lisa de gutapercha, con su color original (foto © Christie's)

Bola lisa de gutapercha, con su color original

Tradicionalmente la invención de la bola de gutapercha se le atribuye al Dr. Robert Adams Patterson. Patterson era estudiante en St Andrews y un apasionado jugador de golf cuya situación económica no le permitía llegar a las bolas de plumas siquiera de segunda o tercera mano. En cierta ocasión su hermano James, misionero en la India, le envió a su padre como regalo una estatua de Visnú, que venía embalada en una caja de madera rellena con virutas de gutapercha. Patterson conocía la gutapercha y sabía que hirviéndola se volvía maleable, de modo que hizo una bola moldeando con las manos la gutapercha caliente, la pintó de blanco y salió a jugar al Old Course. Años después Patterson abandonó el golf y emigró a Estados Unidos para predicar, donde falleció a los 75 años.

Esa es la versión más extendida de la invención de la bola de gutapercha, pero probablemente es apócrifa, o al menos lo son muchos de sus detalles. Para empezar, Patterson nunca reclamó para sí la invención; fue el reverendo MacPherson, con quien mantenía correspondencia, quien contó esa historia por primera vez en 1902, más de 50 años después de la supuesta invención. MacPherson, otro apasionado del golf originario de St Andrews, creía firmemente en que St Andrews era el centro del golf mundial y en su preeminencia frente a cualquier otro rival. De ahí que le conviniera situar allí la invención de la bola de gutapercha. Según MacPherson, cuando Robert Patterson emigró a Estados Unidos, solo dejó una lacónica despedida: “Dejo St Andrews para seguir la llamada del Altísimo y les dejo a los jugadores todo lo que tengo: una bola”.

Obituario de Robert Patterson publicado en el New York Times

Obituario de Robert Patterson publicado en el New York Times

Ante los flagrantes errores de la historia que cuenta MacPherson, como que el árbol de la gutapercha no existe en la India o que es prácticamente imposible pintar la gutapercha recién moldeada, los historiadores han buscado otros candidatos a inventores. Desconocidos personajes de Londres, pordioseros de Lawnmarket en Edimburgo o un relojero de Musselburgh llamado William Smith, se han propuesto como inventores sin que sean sus historias más allá de meras habladurías o pistas que no conducen a ningún sitio. Puede que nunca sepamos quién fue el primero en usar la gutapercha para hacer una bola de golf, pero lo cierto es que esa bola cambió por completo la cara del golf que se jugaba hasta entonces.

Fabricación de la bola de gutapercha

En un principio la bola de gutapercha de moldeaba haciendo rodar la goma caliente entre las manos, un proceso duro por doloroso, ya que la gutapercha debía estar casi a cien grados para ser maleable. Poco después empezaron a hacerse con moldes esféricos que permitieron su fabricación industrial y abarataron aún más los costes. El resultado era una esfera lisa con un sobrante de goma en el ecuador que se eliminaba manualmente con una cuchilla. El mayor problema de la fabricación de la bola de gutapercha era que recién hecha no tomaba la pintura, lo que resultaba en un antiestético y poco adecuado color ocre oscuro. Para que pudiera pintarse, la bola debía exponerse al aire entre cuatro y seis meses, proceso que se conocía como maduración o adobado.

Uno de los muchos moldes utilizados para elaborar bolas de gutapercha (foto © www.sportantiques.co.uk)

Uno de los muchos moldes utilizados para elaborar bolas de gutapercha (foto © www.sportantiques.co.uk)

Las primeras bolas de gutapercha eran lisas y por ello aerodinámicamente peores que las featheries, cuya superficie irregular disminuía la resistencia aerodinámica del mismo modo que lo hacen los actuales hoyuelos. Pronto los jugadores se dieron cuenta de que las bolas usadas, con marcas en la superficie, volaban más y mejor que las nuevas. Los fabricantes empezaron a reproducir esas irregularidades de la superficie dando cortes a cuchillo o golpeando las bolas con un mazo, produciendo patrones aleatorios al principio y regulares después. El desarrollo de las técnicas de fabricación culminó al hacerse moldes con el patrón ya impreso en su cara interna. Con las mejoras en el diseño de la superficie de la bola, 57 años tras del drive récord de Samuel Messieux en 1836 con una featherie en el hoyo 14 del Old Course, J. G. Tait igualó la hazaña en el mismo hoyo y con las mismas heladas condiciones.

Efectos de la llegada de la nueva bola

La bola de gutapercha era mucho más resistente que la de plumas y no se veía afectada por la humedad, como ocurría con la otra. Además era fácil y barata de fabricar, lo que hizo que el golf fuera mucho más asequible de practicar y lo puso al alcance de la mayoría. La bola de gutapercha resistía sin problema los filazos, especialmente los dados con los nuevos palos de cabeza metálica que literalmente seccionaban las bolas de plumas.

Otra bola de gutapercha (foto © Christie's)

Otra bola de gutapercha (foto © Christie’s)

Una ventaja adicional de la bola de gutapercha era que su forma perfectamente esférica, frente a la irregularmente ovoidea featherie, la hacía tener una rodada más predecible y regular, algo fundamental en el juego corto y el putt.

Pero no todo eran ventajas. La bola de gutapercha tenía cierta tendencia a partirse en pedazos cuando se golpeaba y fue necesario emitir una regla que permitía el dropaje sin penalización en el sitio donde se hallara el fragmento mayor. De todas maneras, que una bola de gutapercha se partiera no era una catástrofe: bastaba con recoger los trozos y volverlos a hervir para poder moldear una bola enteramente nueva. Como puede verse, las bolas reacondicionadas (“refurbished”) no son un invento contemporáneo.

El último inconveniente de las bolas de gutapercha era su extrema dureza, tanta que llegaban a dañar la cara de los palos de madera de la época. Los clubmakers reaccionaron incluyendo inserciones de los más variados materiales en la cara de sus palos, pero sobre todo dando paso a los palos de cabeza metálica, que ni se dañaban por la bola ni la rajaban como pasaba con las featheries.

Prensa para hacer bolas de gutapercha (foto © civilization.ca)

Prensa para hacer bolas de gutapercha (foto © civilization.ca)

En esta revolución también hubo perdedores. Los fabricantes de bolas de plumas vieron como se esfumaba su secular negocio de la noche a la mañana. Algunos reaccionaron con rapidez, como los Gourlay de Musselburgh, que le colocaron a Sir David Baird de North Berwick todo su stock de featheries, empezando inmediatamente a fabricar bolas de gutapercha. Otros, como Allan Robertson, se resistieron al cambio. Robertson rechazó frontalmente la nueva bola desde el principio, diciendo que lo que se jugaba con aquella bola no era golf. Para desprestigiarla hacía demostraciones públicas en las que golpeaba intencionadamente mal la bola de gutapercha y a continuación perfectamente bien la de plumas, para demostrar la superioridad de la featherie. Llegó incluso a montar una especie de auto de fe en el que quemó en una pira cuantas bolas de gutapercha pudo conseguir e hizo prometer a sus empleados, notablemente a Tom Morris, que jamás harían uso de ella. Robertson podía ser un hombre impulsivo pero no tonto y al final terminó por rendirse y adoptar la nueva tecnología. Un año antes de su muerte, Allan Robertson se convirtió en el primer jugador que bajaba de 80 golpes en el Old Course, precisamente con una bola de gutapercha.

Bola de gutapercha de Allan Robertson (foto © Christie's)

Bola de Allan Robertson (foto © Christie’s)

La llegada de la bola de gutapercha ocupa un lugar central en la historia del golf, porque en ella se cruzan o parten varias historias, como en una película de Robert Altman, que dieron forma al golf tal cual lo conocemos hoy. El uso de una bola de gutapercha causó el despido de Tom Morris del taller de Allan Robertson, haciéndolo partir hacia Prestwick para diseñar el campo que daría inicio al Open Championship. Su marcha de St Andrews propició la llegada de Aul Da’ Anderson y con él la de los greenes dobles necesarios para acomodar la gran cantidad de jugadores que ahora podían permitirse jugar gracias a la nueva bola. Muchos de esos jugadores llevarían palos de cabeza metálica, más idóneos para la golpear la dura gutapercha y que a la vez permitían diseños muchos más versátiles. No es posible encontrar en todos los siglos de historia del golf ninguna innovación que haya causado mayor impacto en el juego tal cual lo conocemos hoy que la bola de gutapercha.

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