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El swing sin motor

Enrique Soto | 20 de septiembre de 2012

Fred Couples ganó su único grande en el Masters de Augusta de 1992

El Salón de la Fama del Golf (World Golf Hall of Fame) fue inaugurado oficialmente en 1974 con una promoción de trece jugadores: Patty Berg, Walter Hagen, Ben Hogan, Bobby Jones, Byron Nelson, Jack Nicklaus, Francis Ouimet, Arnold Palmer, Gary Player, Gene Sarazen, Sam Snead, Harry Vardon y Babe Zaharias. Como para haberse dejado a alguno en el camino. Desde entonces han pasado a formar parte del mismo multitud de jugadores y personas relacionadas con el golf, desde George H. W. Bush (cuadragésimo primer presidente de los Estados Unidos) a Bing Crosby (actor y músico), pasando por otros grandes jugadores como Payne Stewart o Severiano Ballesteros.

Esta semana se anunció la inducción de uno de los mejores jugadores de la década de los noventa y se ha levantado cierta polémica al respecto. Fred Couples ganó el Masters de Agusuta en 1992, además de otras quince victorias en el PGA Tour y otras ocho en el Champions Tour, incluyendo dos grandes: Senior Players Championship y Senior British Open Championship. Las críticas son contundentes. Alegan que un jugador que solo ha ganado un major no debería pasar a un grupo tan selecto de leyendas de este deporte y que, con esta elección, se ha rebajado el nivel de entrada a tan selecto club; “The Hall of Very Good”, lo llaman ahora.

Al igual que sucede en otros deportes, este tipo de iniciativas cuentan con un problema desde sus comienzos: marcar o no unos límites o requisitos de entrada. Si lo hacen se ahorran situaciones como las de Couples, que a pesar de tratarse de un enorme jugador de golf solo ha conseguido un major. Si no lo hacen, cuentan con un problema que puede ser aún mayor: el transcurso del tiempo. Como bien hemos visto a lo largo de la historia, es muy difícil comparar los once majors que ganó Walter Hagen (entre 1914 y 1929) con los nueve de Ben Hogan (de 1946 a 1953), donde la competencia fue sin duda mucho mayor. Incluso en años venideros resulta imposible dirimir quién es mejor jugador, Tiger Woods o Jack Nicklaus, por una razón muy sencilla: el golf no es el mismo deporte, ha ido evolucionando y el número de profesionales es mucho mayor.

Los galardones individuales ajenos a una competición deportiva tienen siempre este tipo de problemas, o incluso mayores si se trata de disciplinas colectivas como el fútbol o el baloncesto. Se trata de premiar por premiar, desde los que distinguen al mejor del mundo al reciente Premio Príncipe de Asturias del Deporte, otorgado a dos fantásticos deportistas (Xavi Hernández e Iker Casillas), que practican su especialidad junto a todo un equipo. Este tipo de distinciones suponen un intento de estirar el deporte fuera del campo de golf o estadio e, inevitablemente, cuentan con un factor subjetivo que en ocasiones les dota de una innecesaria polémica.

Es innecesaria y estéril porque nadie necesita ver el nombre de Fred Couples en el Hall de la Fama para recordar su swing ingrávido, sin motor, que le valió el apodo de “Boom Boom” como uno de los grandes pegadores del circuito. O aquel momento durante el Masters de 1998 en que le habló a su bola como si fuera su novia de toda la vida: “Oh baby, be right”. Y si de números se trata el acceso al Hall, basta ver los registros de otro grandísimo jugador que también forma parte del mismo: Chi Chi Rodríguez, ocho victorias en el PGA Tour, 22 en el Champions Tour y un mejor resultado en un major como sexto clasificado en el U.S. Open de 1981.

¿Medimos a los golfistas por los premios que les otorgan o los resultados que producen? Incluso yendo más allá, ¿es más importante el triunfo o los medios empleados para lograrlo? ¿Tiene el mismo mérito aquel Masters que Nicklaus ganó con 46 años que el Open Championship que Ben Curtis (por poner un ejemplo) ganó a los 26? Por suerte, siempre nos quedará el momento en que cualquiera de estos fantásticos jugadores sale a hablar al campo, donde se generan las verdaderas historias.

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