Si durante los últimos años hubiéramos preguntado a cualquier aficionado qué le faltaba a Sergio García para ser uno de los cinco mejores jugadores del mundo prácticamente todos hubieran respondido igual: “cabeza”. Y se les puede reprochar su falta de sutileza pero, siendo sinceros, no andaban desencaminados. El caso del español era tan flagrante por todo el talento que atesoraba y que, sin embargo, no encontraba los objetivos o resultados que se antojaban factibles. Ganar en Castellón, Mallorca o Suiza estaba muy bien, pero todos, incluso él, preferían verlo peleando por los mejores torneos, los World Golf Championship o los grandes.
La prueba la vemos estos días: Sergio quedó segundo en el Open y en Akron. A pesar de no conseguir la victoria, los elogios no han dejado de sucederse: “Qué buena actitud”, “cómo sonríe”, “bien peleado”, “así, sí”. Y las expectativas sobre su futuro, a los 34 años, han vuelto a dispararse. Es cierto. Estamos ante la mejor versión de este jugador desde que casi ganara un PGA siendo un adolescente, más madura, más consistente, sabedor de sus virtudes y defectos, libre de cualquier carga sobre sus posibilidades y su palmarés. En otras palabras: García ha llegado a un punto donde pasa de todo, excepto del golf. Su vida personal parece ir viento en popa, su equipo se ha proclamado campeón de Europa, no se enzarza en tonterías con Tiger. Díganlo como quieran: “Hay cabeza”.
Aun así, y como sucede con otros grandes jugadores en sus mejores momentos, se ven debilidades. Es lógico, ya que el golf, entre todos los deportes, es quizá el más ingobernable de todos. Los fallos vuelven a aparecer de un modo despiadado, siempre hay margen de mejora, un mínimo despiste equivale a un campeonato… En el caso de Sergio, en su mejor versión, su swing y su juego florecen. ¿Qué falla entonces? La respuesta está en las últimas jornadas.
Echemos la vista atrás algo más de un año, en el The Players. Sergio iguala a Tiger en el liderato a falta de dos hoyos y encara el peligroso green en isla del TPC Sawgrass. Dos bolas al agua. En el Deutsche Bank ocurrió algo parecido, cediendo finalmente el liderato ante Stenson. De hecho, si echamos un vistazo a la historia, el mayor margen de ventaja jamás cedido en el PGA Tour a falta de 18 hoyos es de 6 golpes. En lo que se llama la historia moderna del golf, tres jugadores han sufrido la desgracia de poner su nombre en esta lista: Hal Sutton (1983), Greg Norman (Masters de 1996) y García (Wachovia Championship del 2005).
Esto no es una casualidad. ¿Recuerdan algún torneo en el que Tiger haya cedido el liderato a falta de 18 hoyos? Quizá uno, o dos. Cierto es que el californiano es quien mejor ha dominado el viejo arte de cerrar los torneos y seguramente sea un ejemplo extremo; como contraposición podríamos mencionar los 19 segundos puestos de Jack Nicklaus, el más grande de la historia, en los majors… o de la fama de segundones acarreada durante mucho tiempo por otros ganadores de salmones como Padraig Harrington o Jim Furyk. No se trata de jugar mejor o peor, sino de finiquitar la deuda, el trabajo pendiente. No es una cuestión de confianza, de motivación o de manejarse bien bajo presión, sino de estrategia. ¿Recuerdan qué hizo Tiger cuando afrontó el año pasado el 17 de Sawgrass, empatado en el liderato? Tiró a centro de green. Sergio fue a por el trapo.
Volvamos a Akron: García parte con tres golpes de ventaja sobre McIlroy. Sabe que una ronda de tres bajo par le deja en una gran situación para ganar el torneo. ¿Qué hubiera hecho Woods? Lo que mejor sabía en sus años dorados: el campo tiene solo dos pares 5 y necesita birdie en cada uno de ellos, por lo que sería tremendamente agresivo en esas pruebas. En el resto, y en banderas esquinadas, se dedicaría a contemporizar; dejar cómo sus rivales observan su nombre en lo más alto y arriesgan. Es algo similar a lo que hizo Rory, que ya va aprendiendo un par de cosas de esto: tenía que resolver su desventaja cuanto antes, hacer pensar a Sergio que ya iban empatados, conseguir que él tuviera que arriesgar. En sus primeros hoyos del día sacó el driver de la bolsa y fue a por el trapo, ya que era el momento de hacerlo. ¿Cómo finalizó? Con pares.
El talón de Aquiles de Sergio es este en la actualidad, ya que su juego le permite luchar por la victoria cada semana. Es, quizá, la prueba definitiva que deberá superar para ganar un grande.
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