Ni Woods ni McIlroy mostraron su mejor versión en The Barclays, primero de los Playoffs de la FedEx Cup. Se trataba tan solo de una toma de contacto con el entorno que vivirían las tres próximas semanas, cinco si contamos el Tour Championship. Este pequeño ecosistema en el que se ha transformado la FedEx Cup tiene muchos detractores, personas que argumentan –con razón– que poco tiene que ver este final de temporada con el premio a la regularidad o la consistencia que debería ser; valores que deberían distinguir al mejor jugador del año. Sin embargo, sí se está mostrando propicio para sacar a la luz otra clase de batallas, menos trascendentes para las estadísticas y reconocimientos pero igual de importantes en el largo plazo. El actual sistema enfrenta a los mismos jugadores en cuatro torneos a lo largo de cinco semanas, y en ese pequeño ciclo pueden llegar a repetirse duelos memorables.
Era imposible llegar a imaginar durante los primeros meses del año que uno de esos duelos los iban a protagonizar Woods y McIlroy, el antiguo rey contra el joven súbdito desleal. Como decía, The Barclays fue la primera de las pruebas en las que ninguno fue capaz de encontrar a su rival, a pesar de jugar juntos el primer día. El segundo, en el TPC de Boston, estaba llamado a ser la rotura de las formalidades y no decepcionó. Mientras muchos buscaban al mejor Woods al finalizar su primera vuelta con 64 impactos, McIlroy se colocaba líder de cara al fin de semana con dos 65 consecutivos. El joven Rory abría de nuevo la caja de truenos con la que ya invocó una tormenta en el PGA Championship y ni siquiera Oosthuizen, embocando desde cualquier parte, fue capaz de contrarrestarle en cuatro días de competición.
Pero ahora mueve Tiger. El tercer asalto llega al Crooked Stick Golf Club para la disputa del BMW Championship y el americano necesita recuperar el arma que tantas alegrías le dio en cursos pasados. Mientras ha sido capaz de embocar sus putts, Woods ha liderado el U.S. Open y el PGA, o se ha mantenido con opciones hasta los últimos hoyos del Open Championship. Podríamos llamarlo su versión 3.0 si la primera fue con Butch Harmon y la segunda con Hank Haney. Tiger es mucho más sólido desde el tee de salida que en años anteriores (primer clasificado en “Total Driving”) y aunque esté pasando por problemas esporádicos al atacar banderas, es en los greenes donde verdaderamente está tirando por la borda unos despliegues espectaculares de juego largo. Sabe que el camino a Ítaca es largo y lleno de peligros por lo que intenta renovarse cada cierto tiempo para responder a ellos, en un intento sin precedentes de mejorar una maquinaria que solo sufre los achaques del tiempo. Sin embargo, ni siquiera él es capaz de rendir al máximo con la mira desenfocada.
Mientras McIlroy puede sufrir los efectos adormecedores del elogio y la distracción inevitable que acapara la Ryder Cup, el americano afronta este tercer asalto como una prueba que debe superar si no quiere perder el ritmo del nuevo número uno. Esta vez no le perderá de vista desde el primer golpe porque saldrán juntos el jueves, con Nick Watney como tercer acompañante. El golf es impredecible a este nivel competitivo pero ambos jugadores saldrán una semana más buscándose, sin importar el escenario o el resto de contendientes, en unos torneos que se están convirtiendo en la arena ideal para que ambos se pongan a prueba con regularidad.
Sergio García es uno de los jugadores que espera robarles protagonismo. Después de descansar la pasada semana, aterriza en Indiana dispuesto a demostrar que sus dos últimas apariciones en Estados Unidos no han sido una casualidad, o como a veces parece verlo él, una conjura de los elementos. El reto no es baladí. Si Sergio no vuelve a rendir bien durante las próximas semanas todas las sensaciones positivas acumuladas con su victoria en el Wyndham Championship y su tercer puesto en Bethpage Black pueden derivar en lo mismo que sus triunfos en Castellón y Valderrama el pasado año: la nada. Con la Ryder como combustible, el BMW es el siguiente peldaño. No sería mal comienzo ver cómo, durante otra prueba más, sonríe durante cuatro días seguidos.
Deja un comentario