Pasan los años y Tiger Woods sigue ganando. Lo hizo en los primeros meses de su estancia en el PGA Tour, cuando muchos se mostraban escépticos sobre el talento del que tanto se hablaba y que tenía a su nombre contratos multimillonarios; lo hizo durante una década excelsa, en la impuso el dominio más exclusivo de la historia de este deporte, venciendo en los majors por diez golpes de ventaja o sobre una sola pierna; lo sigue haciendo ahora, con nuevo swing, nuevo caddie y nueva vida, dejando una atrás que se convirtió en el escaparate al que miró y juzgó medio mundo. Ganar, entre todas las cosas, es también un hábito. Cuando un jugador lo prueba se esfuerza en protegerlo, repetir los procesos que le llevaron a adquirirlo, hacerlo único e intransferible. Tiger ha convertido ese hábito en costumbre.
Esta semana, el tirano llega a uno de sus escenarios preferidos, en los que sigue su cuidadosa rutina a través de los años, queriendo repetir su actuación predilecta. Antes de que él apareciera, solo Sam Snead contaba con ocho victorias en el mismo evento del circuito americano, el Greater Greensboro Open. Décadas después, el nombre de Woods aparece junto al suyo gracias al Arnold Palmer Invitational y el Bridgestone Invitational; Bay Hill y Firestone. El protagonista ha cambiado con el paso del tiempo, pero no sus actos. Si contemplamos la historia como una película no es de extrañar que pensemos que Torrey Pines será el siguiente en unirse a esa lista.
Ganar ocho veces el mismo evento es un registro que no goza de la importancia de los grandes, pero que traspasa la mera estadística y se instala con comodidad en el futuro. Pueden buscarse muchas causas o motivos para explicarlo, pero todos giran en torno a uno solo: Tiger insiste. Insiste con el descaro de quien se cree el mejor jugador de todos los tiempos. Ahora, más débil por el inevitable transcurso del tiempo, se siente limitado en algunos sentidos; más inteligente en otros. “Echando la vista atrás sé que no tengo veinte años por delante en mi mejor forma”, declaró el miércoles en el lugar del crimen. “No me veo con 58 en mi mejor momento. La mayoría de jugadores no saltan de la línea de tiros libres a los 58, así que es un poco diferente, pero el panorama es el mismo de antes”.
Habla el mismo hombre que parecía capaz de romper el récord de 18 grandes de Jack Nicklaus cuando apenas había sobrepasado la treintena, pero a quien la vida, en forma de lesiones o escándalos, paralizó desde el 2008. “Todavía soy capaz de generar la misma velocidad en la cabeza del palo que cuando era joven, solo que ya no lo hago en cada golpe”, continuó. “No tengo la velocidad al girar de antes, un signo de la edad”.
Aún así, admitiendo sus debilidades ante los brillantes focos, explicó por qué todavía sigue siendo igual de peligroso. “Cuando ves a Michael Jordan en sus primeros años era capaz de hacer mates por encima de cualquiera, pero perdió con los Pistons en tres playoffs consecutivos. Estaba fuera y lo que hizo después fue evolucionar su tiro y sus amagues. Evolucionas según envejeces y creo que yo lo he hecho hasta ahora”. Algo similar dijo Nicklaus, cuando le preguntaron si su versión de cuarenta años ganaría a la de los veinte. “Si enfrentas al Jack de 1980 contra el de 1962 creo que ganaría el del 80 porque era más experimentado”, explicó. “Tenía más potencia en el 62. Creo que seguiría igual de calmado ante la presión, siempre he sido bueno en eso. Pero en 1980 tenía mucha más experiencia que antes”.
El tirano cambia con el paso de los años, pero su rutina sigue siendo igual de disciplinada. Estos días tendrá delante a Mickelson, Westwood, Snedeker, Bradley, Mahan, Haas, Watson, Day, Spieth o Gonzalo Fernández-Castaño, hombres con el mismo objetivo que él y que han llevado el ganar en los grandes circuitos a alturas aún más exigentes. Y la duda está ahí fuera también para ellos: ¿de verdad querrían enfrentarse a este Woods en vez del que tenía solo veinte años?
2 comentarios a “El tirano y su rutina”
Buena pregunta Enrique. Particularmente entiendo que Tiger Woods es mejor jugador ahora que hace diez años, aunque en su caso particular, incidentes extradeportivos y lesiones hayan podido truncar la lógica progresión.
Del último Tiger me sorprende cómo ha perdido poder de intimidación en los majors y cómo ha dejado de meter el cien por cien de los putts de menos de tres metros en lo que, para mí, es un síntoma de falta de confianza y de problemas de concentración (achacables, precisamente, a esos devaneos fuera de los campos o a la presión que se autoimpone para finalizar su carrera con todos los registros históricos en su haber).
Estoy contigo! Creo que es mejor jugador o, al menos, más completo. Y en cuanto al poder de intimidación en los majors es cierto, quizá haya perdido algo de aquellos días en que se olía el miedo en los demás. No estoy tan seguro, por otra parte, de que le prefiera a él un domingo en Augusta que a, por ejemplo, Justin Rose o incluso McIlroy. Creo que por el simple hecho de ser Tiger sigue intimidando, aunque quizá en los últimos grandes se le haya visto algo reservón, como si confiara demasiado en que el resto va a fallar. Y lo de los putts depende, porque en los ocho primeros torneos de 2013 los metió de todos los colores. Menos regular el resto del año, quizá por eso que dices de la presión o los «»»»devaneos»»»» 😉
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