Inbee Park y Morgan Pressel ocupaban las dos primeras posiciones del LPGA Championship con solo 18 hoyos por delante, inmersas en una maratón de golf, emociones y el recuerdo de los viejos tiempos. Eran la ganadora más joven de un U.S. Open y de un major respectivamente, y ambas habían competido ya entre sí antes de llegar a las grandes ligas. Después de pasar la tercera jornada intercambiándose aciertos, la surcoreana se había situado como líder de la competición, en una demostración más de que ahora mismo es la rival a batir por cualquiera.
Las tornas habían cambiado desde que pegaran su primer impacto del día. Los dos de ventaja con los que contaba Pressel se diluyeron después de que firmara un 71 e Inbee alcanzara un 68. Era la número uno del mundo asestando un nuevo golpe encima de la mesa, situándose en la posición ideal para afrontar una última vuelta en la que desarrollar un golf-control, es decir, viajar desde la calle hasta el green sin afrontar riesgos innecesarios. Pero este no se trataba de un torneo normal, sino que era el segundo grande del año y se disputaban en 36 hoyos el domingo. Apenas media hora entre que terminaran el 18 y afrontaran el 19, con todos los peligros que eso supone. El físico comenzó a jugar un papel tan importante como la actitud y Park es más vulnerable en uno de estos aspectos.
Cuatro pares y un birdie después, su liderato se había ampliado a tres de ventaja. Todo marchaba bien para Inbee, que aplicaba su receta habitual de precisión en su juego largo y voracidad extrema en los greenes. En veintitrés hoyos, llevaba siete birdies y tan solo dos bogeys, en un campo en el fallar era casi tan sencillo como clavar la bola en el tee de salida. Pero todas las jugadoras cuentan con un combustible determinado, un número de horas compitiendo en el que todo funciona como debería para, después, comenzar a desgastarse. Es la razón por la que el día anterior, Park había declarado necesitar “descansar y dormir bien” para aumentar sus opciones de éxito; sabía que podría llegar muy justa al tramo más importante de la semana. La barrera que a veces frena en seco a los corredores de maratón le llegó a ella en su vigésimo cuarta prueba del día. Fue un bogey que abriría la caja que contiene todos sus vicios y errores.
La jugadora de hielo, incorruptible ante los golpes descentrados, comenzó a soltar el palo después de cada mal swing y por primera vez en mucho tiempo pudimos ver a una número uno vulnerable. Bogey al 6, bogey al 8. El torneo volvía a estar abierto y Pressel se mantenía al par en el día, reclamando su lugar en la élite. Dos mujeres que se habían intercambiado impactos cercanos a bandera durante toda la jornada comenzaron a cometer fallos tan evidentes como mandar su bola a los árboles, dejar un approach dos metros corto del hoyo o pegar un golpe pesado desde el centro de la calle. Esto era un major, por si lo habíamos olvidado, y una tercera terminaría reclamando el protagonismo que las líderes parecían empeñadas en abandonar.
Catriona Matthew tiene 42 años y ya sabe lo que es ganar un Women’s British Open, además de participar en múltiples Solheim Cup y triunfar en otras diez ocasiones en el LPGA Tour. Desde la distancia, como si solo quisiera terminar su vuelta y acudir a ver a sus hijas, la escocesa se plantó en casa club con una última tarjeta de 68 impactos. “Me sorprendí al ver la clasificación y ver que dos putts me metían en un playoff”, declararía después. Un torneo que había sido controlado hasta la extenuación se había escurrido entre las manos de Inbee, que caminaba por la calle del 18 sabiendo que necesitaba un par para conseguir la victoria. No tuvo ni fuerzas para eso. Un último bogey, las manos en la cabeza y un playoff entre una veterana que olía la sangre a distancia y una número uno exhausta. Que venga un guionista a escribir un desenlace mejor.
Los acontecimientos se desarrollaban en contra de los intereses de la surcoreana, que no solo había disputado 36 hoyos en el último partido de un grande, sino que encima tendría que medirse en un duelo al sol ante una jugadora con más experiencia. Podría haber tirado la toalla, reconocer que no era su día y que no había estado a la altura, pero Inbee no lo hizo, no lo hizo y no lo hizo. Recuperó la compostura, comió algo antes del desempate y salió a jugar como quien se prepara para el primer golpe del día. El 18 finalizó con ambas firmando el par, al igual que en el 10. La maratón se alargaba y con el rough de Locust Hill, que escondía alambres, parecía irremediable que alguna errara pronto. De vuelta al último hoyo del recorrido y Park, desde el centro de la calle, envió su bola en dirección a bandera con la trayectoria inconfundible que siempre dibujan sus buenos golpes; recta como un haz de luz en el cielo de Pittsford. Putt de birdie y Catriona en problemas.
La mejor jugadora del mundo no perdonó y obtuvo el tercer grande de su corta pero vasta carrera, en su trigésimo noveno hoyo del día. En su peor vuelta de la semana, Park se olvidó del cansancio y tiró de confianza, oficio y un juego corto capaz de derribar a la lógica; cuando ella patea, el hoyo parece una aspiradora. Se han disputado dos majors en 2013 y los dos están ahora en sus vitrinas. La pasada tarde en Locust Hill fue la confirmación del inicio de la era de Inbee Park, dueña y señora del golf femenino. El tratado de una emperatriz.
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