Kiawah Island acogía la Ryder Cup de 1991 y para mí aquello no dejaba de ser toda una sorpresa, pues por aquellas fechas España, con Valderrama, aspiraba a ser sede en 1997 pese a las numerosas exigencias que ponía el comité de la Ryder a la candidatura española. Para mí ver la sede americana de Kiawah me causaba extrañeza pues el único acceso a la isla era una carretera de un carril que se cortaba llegando al puente para alternar el tráfico de los que salían o querían entrar en la isla. ¡Y pensar que a Valderrama le exigían una autopista de cuatro carriles como mínimo!
Pero si ayer veíamos como The Belfry acogía la última Ryder romántica, Kiawah iba a marcar el principio de la guerra. Estados Unidos llevaba tres ediciones, desde 1985, “soportando” ver como el capitán europeo levantaba la copa y eso para un país tan orgulloso y acostumbrado a ganar como el yanqui era una afrenta demasiado difícil de soportar. Por eso, poco antes de empezar aquella edición Dan Quayle, vicepresidente de los Estados Unidos, recibía al equipo en la Casa Blanca y les daba el siguiente mensaje: «El honor del país está en juego». ¡Ahí es nada! Ni más ni menos. Una radio local averiguó el número de teléfono de las habitaciones de los jugadores europeos y se los facilitó a sus oyentes con la consigna de que les llamasen a todas horas para convertir su estancia en un infierno. Se había establecido el tono de la competición.
Por si fuera poco, el jueves durante la ceremonia de apertura un batallón de marines hizo una exhibición de manejo de fusiles que les puedo asegurar que daba mucho miedo visto en directo, pues eran movimientos secos y muy rápidos que impresionaban sólo de verlos.
Para ellos, el enemigo estaba en el equipo europeo y tenía nombre español, Severiano Ballesteros. Él había conseguido cambiar la mentalidad europea y, junto a José María Olazábal, estaba gestando la que iba a ser la mejor pareja de la historia de la Ryder. Por lo tanto, en la primera jornada el capitán americano Dave Stockton puso a su mejor hombre, Paul Azinger, un verdadero guerrillero junto a Chip Beck para abrir la competición contra los españoles.
La jugada tenía pinta de que iba a dar sus frutos, ya que en los primeros hoyos los españoles parecían todavía estar en el campo de prácticas intentando corregir los muchos defectos que tenían sus tiros, especialmente los de Seve. Un alto en el hoyo 5 nos hizo ver que todavía no había dado un golpe sano, pero eso sí, su espíritu de lucha seguía intacto. De hecho, en el hoyo 2, par 5, los americanos estaban de dos en green mientras los españoles jugaban su quinto golpe y todavía no estaban ni cerca de bandera. Eso llevó a un José María Olazábal extrañado a decirle a Seve: «¿No crees que deberíamos darles el hoyo?», a lo que éste contestó: «¡Déjales que se desesperen!». A Txema casi se le escapa la risa pues a los americanos no se les veía cara de desesperados.
Pero todo empezó a cambiar unos hoyos más tarde cuando en el 6 Severiano le dijo a Txema: «¿Te has fijado, José Mari? Están cambiando la bola». Recordemos que en aquellos años se tenía que jugar los 18 hoyos con la misma marca de bola no como ahora donde si cada componente de la pareja juega una bola distinta, pues la puede utilizar en los hoyos que les toca salir. En 1991 Seve y Txema jugaban marcas distintas y fue José María Olazábal quien se sacrificó, pero los americanos no lo hicieron en ese primer partido. «Llama al capitán», le dijo Seve a su compañero, y este le preguntó que por qué no lo denunciaban en ese momento. Pero Seve sabía perfectamente lo que hacía y una vez acabado el nueve decidió armar el belén. Los españoles iban tres abajo y en ese momento y delante de los dos capitanes y del árbitro Seve acusó a los americanos de cambiar en cada hoyo de bola, algo que evidentemente estos negaron y se produjo una discusión subida de tono donde los españoles sabían perfectamente que les amparaba la verdad y que las palabras de los norteamericanos no se sostenían por mucho que subieran el tono. De todas formas, al ser match-play ya no se podían modificar los resultados de los hoyos jugados, algo que los nuestros sabían, pero los americanos ya no volvieron a dar un golpe sano y los españoles ganaron el partido en el 18, y por la tarde iban a volver a derrotar a la misma pareja esta vez sin incidentes por 2 y 1.
Este incidente marcó aquella Ryder del mismo modo que el famoso putt de Bernhard Langer en el 18 del último día. Habíamos llegado a ese momento tras un día donde el ensordecedor griterío de los espectadores llevaba en volandas a sus jugadores. Pero ese ruido se fue apagando y dejó paso a un silencio sepulcral cargado de toda la angustia de un pueblo. Ese silencio presidió todo el último hoyo que jugaron Hale Irwin y el alemán. Langer le concedió el putt de bogey a su rival y él tenía uno de un poco menos de dos metros para par y ganar por cuarta vez seguida a los americanos. Si Langer miraba a su derecha veía la angustia de los jugadores americanos, y si lo hacía a su izquierda veía a sus compañeros pendientes de su putt para saltar de júbilo. «Era imposible que pudiese meter ese putt, la presión era inhumana», me confesó Severiano, que fue el primero en consolar al alemán. Además, Langer tenía un clavo en su camino y efectivamente lo fallo. Los americanos ganaron, pero el espíritu de la Ryder salió muy tocado de aquella edición. El romanticismo había muerto.
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1989, la última Ryder romántica
Javier Pinedo es la voz del golf en nuestro país. Este periodista especializado atesora un currículum inigualable y lleva en el «zurrón» innumerables majors, Ryder Cups y competiciones de primer nivel. Gracias a su experiencia y conocimientos, se ha convertido en una referencia ineludible tanto en las retransmisiones televisivas de Canal+ Golf como en su columna mensual en la revista Golf Digest. Esta semana Javier Pinedo nos acompañará con una serie de columnas acerca de sus recuerdos asociados a la Ryder Cup.
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