Fue lo que dijo Ben Crenshaw tras jugar el primer The Players Championship en el TPC de Sawgrass, en 1982. Jack Nicklaus fue igual de tajante: “No, nunca he sido demasiado bueno intentando parar la bola con un hierro 5 en el capó de un coche”. J.C. Snead no se mostró tan diplomático: “Noventa por ciento de estiércol de caballo y diez por ciento de suerte”. Jerry Pate ganó aquella edición con un acumulado de menos ocho, en el diseño de Pete Dye, que para la año siguiente introdujo algunos cambios para hacerlo más permisivo –si es que esa palabra existe en su vocabulario–.
Whistling Straits, Kiawah Island, Harbour Town Golf Links… Su lista de obras maestras de es larga y muchos de ellos ya han albergado Ryder Cups, majors y otros torneos regulares del PGA Tour. ¿Cómo ha conseguido que tantos de sus trabajos acumulen tal cantidad de elogios? Bueno, tratándose de Dye, es todo cuestión de personalidad. “Le encanta castigar a los golfistas”, dijo Greg Norman, que diseñó con él el Medalist Golf Club (Florida). Bunkers en mitad de la calle para ahuyentar a los grandes pegadores, obligándoles a jugar un hierro desde el tee; doglegs de izquierda a derecha que piden un golpe a green de derecha a izquierda, donde una legión de montículos esperan enviar las bolas lejos de bandera.
Dye trabaja vendiendo seguros hasta que un día decidió, junto a su mujer, dejarlo todo y dedicarse a diseñar campos de golf. No era la decisión más segura económicamente hablando, pero Bill Diddle, un arquitecto que vivía cerca del matrimonio, les introdujo en el negocio. En 1963 viajaron a Escocia para estudiar a los clásicos, del mismo modo que un escritor se remite a los griegos para construir sus primeras obras. El resultado fueron pot bunkers, calles onduladas, greenes repletos de pianos y el viento como un factor inseparable de sus recorridos. Pete y Alice fueron capaces de trasladar los peligros de las islas al otro lado del Atlántico pero su titánica tarea no se trataba solo de copiar lo que habían visto. Cada duna, ciénaga, zona arenosa, calle elevada o green deformado surgían de su febril imaginación. Los campos son cien por cien artificiales, pero parecen elevados por la propia naturaleza.
Su proceso creativo bien se podría resumir con el 17 del TPC de Sawgrass. Pete apenas tenía espacio para construir ese hoyo, por lo que Alice, que siempre ha funcionado como un particular desatascador de su cerebro, sugirió que hiciera un green en isla. “Cómo voy a hacer un par 3 en el que los profesionales peguen el pitching wedge”, pensó. No se podía imaginar el monstruo que se estaba gestando. “Cuando llegaban al 14, al 15 o al 16 ya empezaban a pensar en el 17 y una vez allí hacían los swings más extraños que puedas imaginar”, declaró Dye tiempo después. Greg Norman lo describió desde su propia experiencia: “Estabas en el 16 y oías cómo alguien se iba al agua, escuchabas la reacción del público y pensabas: ‘Eso es lo que me espera’”. Cien mil bolas al agua cada año desde entonces.
El circuito se traslada allí esta semana para la disputa de un nuevo The Players Championship. Pete Dye, el ilusionista de los campos de golf, tiene ahora 87 años pero a través de sus diseños se sigue erigiendo, como decía Ben Crenshaw, como si de Darth Vader se tratara. Ya lo dijo Alice hace unos años: “Cuando los profesionales van a jugar allí necesitan hacer pocos golpes para llevarse un cheque a casa. No quieren jugar campos en los que la bola va a dar botes raros y causarles dobles bogeys. No lo soportan”. El TPC de Sawgrass se retrata como el principal enemigo esta semana para los mejores del mundo. No existen ni Tiger Woods, Rory McIlroy o Phil Mickelson. Es Dye contra los miedos de los golfistas.
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