Se suele decir que una de las cosas más difíciles que existen en el golf profesional es responder a una gran vuelta con otra mejor. Lo vemos cada semana en prácticamente todos los campeonatos: un jugador se alza a lo más alto de la tabla con un gran resultado y al día siguiente ve cómo sus rivales le superan; un 62 seguido de un 70, un 75 después de un 64. Existe un componente mental en todos estos patrones, ya que cuando todo ha salido bien un día es más sencillo pensar en fallar al siguiente, el cuerpo no se mueve exactamente igual, la claridad de ideas se nubla. Alejandro Cañizares afrontaba una vuelta de esas en Marruecos.
En la primera jornada del Trophée Hassan II realizó ocho birdies en sus once primeros hoyos. “Un día de esos”, lo calificó ante las cámaras. Y verdaderamente fue así: cómodo, elemental, liso, sobrio; pensaba en el golpe y lo ejecutaba como quería. Llegó hasta el menos diez y afrontaba la misma dura prueba que muchos otros a lo largo de la temporada. Tenía que responder a ese gran inicio, aprovechar la ventaja e intentar mantenerse líder. La realidad, sin embargo, es que esa primera ronda tampoco era una referencia, sino la mejor de su carrera en el Circuito Europeo.
Si uno echa un vistazo a sus estadísticas durante este año, se dará cuenta de que su media de golpes es de 70,58 por vuelta. Hay días, campos y sensaciones distintas, pero esa sí que es una referencia válida. Y probablemente también lo pensó él, porque ayer había recortado ese número en nada menos que en ocho golpes. Sería injusto poner el listón ahora en el 62, cuando todo el año ha transcurrido mucho más bajo; resulta imposible saltar a esa altura durante dos jornadas consecutivas. Así que salió a jugar tranquilo, “disfrutando”, como dijo ayer. En sus nueve primeros hoyos firmó un birdie, un bogey y siete pares.
Podría haberse desesperado, pensando en cómo había cambiado todo en tan solo unas horas, qué área del juego se había resentido o, simplemente, por qué el golf es así. Pero no lo hizo, no lo hizo y no lo hizo. Alejandro tuvo un comienzo lento, en el que los putts no entraban, pero respondió a esas dificultades iniciales con seis aciertos por la segunda vuelta. Al finalizar con el dieciocho, en el que se escapó otro birdie, entregó un menos cuatro que le mantenía en lo más alto de la clasificación; un 68 que sí que era referencia. En otras palabras, había convertido toda la fluidez de su primera jornada en algo rocoso y resistente, un menos catorce que nadie pudo alcanzar. Es el mejor del torneo hasta ahora, así de simple.
“Me sentí muy confiado por lo que no pensé mucho”, declaró. “Necesitaba que el golf sucediera. En algunos hoyos mi putter estuvo algo frío pero seguí insistiendo por los nueve segundos. Fue una lástima el bogey del diecisiete porque es un hoyo de birdie, pero en general estoy muy contento con el liderato y con muchas ganas del fin de semana”.
Guarda un golpe de ventaja sobre Seve Benson, que también supo responder a una gran vuelta (63) con otra mejor (68), y cinco sobre Rafael Cabrera-Bello, que entregó un gran 67. El caso del grancanario, al menos desde la panorámica general, está empezando a no resultar una sorpresa. Su media de golpes este curso baja de los 70 impactos (69,5) porque ha elevado el nivel de exigencia; es difícil hacer más golpes jugando así. Una semana más, llega a mitad de concurso cerca de lo más alto.
Jorge Campillo es vigésimo con menos cuatro, Eduardo de la Riva quincuagésimo con el par y José Manuel Lara y Nacho Elvira sexagésimo segundos con más uno. Fueron los últimos españoles en superar el corte, situado en esa cifra. Adrián Otaegui (más dos), José María Olazábal (más tres) y Pablo Larrazábal y Carlos del Moral (más seis) se quedaron fuera.
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