Vuelta a la normalidad. Después de dos días en que Tiger Woods era capaz de colocarse como líder de un U.S. Open, un campo de golf volvía a ganarle la batalla. Estábamos solo a mitad de torneo y era sencillo ver al Woods de las mejores citas, recordarlo a través de lo que llevábamos visto esta semana. El golf, sin embargo, nos mostró que los torneos duran cuatro días y hasta que no se ha metido el último putt se está a mitad de camino. Al tercer día Tiger ya no era capaz de mover la bola a su antojo, fallaba calles y, muy al estilo de los últimos años, intentaba crear golpes antológicos para ocultar sus carencias de precisión. Seis bogeys y un birdie le llevaron hasta los 75 impactos en el llamado día del movimiento.
Supone una vuelta a lo cotidiano porque el golf ya no es como hace unos años: grandes jugadores han asumido su responsabilidad en las grandes citas, la competitividad es mayor. En un territorio salvaje y solo apto para supervivientes, Jim Furyk cometió su sexto bogey del torneo en el hoyo 17 de su tercera vuelta; un promedio de dos bogeys por jornada para liderar un major con un golpe bajo par. Ahí está la clave de su rendimiento esta semana: si la USGA prepara un infierno para que los resultados sean altos, la mejor estrategia es no cometer errores; no dar la oportunidad al campo de que golpee primero. Para ello no es necesario coger todas las calles o greenes, ni saber mover la bola en todas direcciones, a veces ni siquiera es necesario pegar la bola recta. Hay que ser certero y tener la cabeza muy fría. Furyk ha cometido seis bogeys en tres días cogiendo menos de la mitad de las calles.
El Olympic Golf Club ha cogido tintes de territorio conflictivo donde nadie está a salvo de caer herido en batalla, y el americano tiene experiencia en multitud de ellas. Durante la cuarta jornada, a su lado, tendrá a uno de los rivales más duros que podría haber escogido. Marcando perfectamente los tiempos, Graeme McDowell finalizó su tercera vuelta con 68 golpes, dos bajo el par del campo, e igualó a Furyk en cabeza. El partido por el título que se jugará mañana entre ambos promete ser extraordinario. “Recuerdo hace un par de años Pebble Beach, el sábado fue el día más duro para mí”, rememoraba G-Mac al finalizar su vuelta. “El día de hoy fue difícil para mí y fue duro afrontarlo con la mentalidad adecuada. Decirme a mí mismo que no salía hoy a defender nada, que este torneo estaba muy abierto y que tenía que posicionarme bien para mañana. Lo hice bien, ha sido el día que mejor he jugado esta semana, un gran día para mí”.
El duelo entre ambos guarda todas las formas de lo que debería ser el golf en competición al máximo nivel. McDowell llama a su rival de mañana “Jimmy Furyk”, dando a entender que “ambos queremos ganar” pero que le respeta y guarda cierto aprecio. Ambos jugadores son conscientes de que no son los mejores pegadores del mundo pero sí son conscientes de lo bien que saben jugar sus cartas. Hoy afrontarán desde el comienzo la parte más dura del recorrido en silencio y la tensión será capaz por momentos de paralizar las brisas de aire en San Francisco. Dos ganadores de U.S. Open, duros mentalmente como una roca, compitiendo en un recorrido preparado para hacer sufrir.
“Miro la clasificación y veo a jugadores con tres o cuatro sobre par, no descarto a nadie para mañana. Creo que hay un 67 o un 68 pendiente y alguien puede venir desde atrás para ganar. Tenemos trabajo por hacer”, reflexionaba McDowell. Fredrik Jacobson, siempre batallador, es su más inmediato perseguidor, tercero después de firmar dos bajo el par en la tercera jornada y a tan solo dos impactos de los líderes. Con dos arriba se encuentran Lee Westwood, Ernie Els, Blake Adams y Nicolas Colsaerts.
No es ninguna sorpresa ver con opciones a Westwood al inicio de una cuarta jornada de un major. Nadie ha sido tan regular como el inglés en los grandes torneos durante los últimos dos o tres años y, a pesar de desperdiciar continuamente sus ocasiones, ha seguido creándoselas y creyendo en que su primera gran victoria está por llegar. Sus problemas no se reducen a un juego corto inestable en situaciones tensas, como él mismo indica: “Lo importante es salir mañana y creer que soy lo suficientemente bueno. Debo serlo ya que no dejo de estar ahí arriba”. La de éste U.S. Open será una nueva ocasión y, en su caso, parece mejor que no salga en el último partido con varios golpes de ventaja. Si quiere romper la barrera que le separa de los majors, es mejor que Lee venga atacando desde atrás con la sensación de que no ha ganado nada, que todo está por llegar.
Y en este Olympic con fama de encumbrar a los secundarios, junto a las estrellas hay un buen número de jugadores que quieren convertirse en los herederos de Fleck, Casper, Simpson y Janzen: desde los insultantemente jóvenes Beau Hossler y John Peterson a Kevin Chappel, que ya fue tercero el año pasado en Congressional, o incluso el mencionado Blake Adams, semidesconocido en nuestro país.
Después de la exhibición de Rory McIlroy en Congressional, este U.S. Open se está confirmando como el paradigma de la competición: luchar, atacar y resistir. Las condiciones del campo puede que no ayuden a ver un espectáculo gratificante pero terminarán premiando al jugador más duro y consistente de la semana. Sergio García finalizó la tercera jornada con un golpe sobre el par y se encuentra décimo octavo con mas cinco, a seis golpes de la cabeza y con una mínima esperanza en el horizonte. Eso sí, para ganar es necesario creer en la victoria.
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