Los espectadores televisivos tenemos la curiosa tendencia e integrar en nuestro dudoso repertorio golfístico muchas actitudes que vemos en el campo profesional, por lo general con nulo resultado. Desde las rutinas eternas a la hora de enfrentarnos a un putt a los setenta swings de prácticas, parece que tenemos una especial facilidad para quedarnos con «lo mejor de cada casa» y pasar por alto cualquier enseñanza que sea medianamente útil o pueda agilizar el juego. Y entre las costumbres más peligrosas que corren el peligro de saltar al campo amateur está la de no gritar «¡bola!» cuando se ejecuta un golpe errático.
En el ámbito profesional no son muchos los jugadores que cumplen con esta norma básica de etiqueta y «cantan» el tiro desviado; algunos se limitan a seguir con la mirada su trayectoria confiando en una carambola que le proporcione un rebote favorable, otros se limitan a marcar la dirección del desvío con el brazo, y son pocos los que se deciden a avisar a los posibles damnificados. Luego, unos y otros zanjan el asunto con un detalle firmado (bola, guante, visera) y a otra cosa, mariposa. En el campo amateur se suele ser más respetuoso con esta norma básica de convivencia (y lo de «convivencia» no es un recurso literario, dada la peligrosidad de una bola de golf), si bien hay dolorosas excepciones.
Sin embargo, un juez de Nueva Jersey acaba de «liberar» a los compañeros de juego de la responsabilidad de gritar «¡bola!» ante un golpe desviado, un veredicto que esperamos que no favorezca este tipo de comportamientos. Como se cuenta en el Newark Star Ledger, James Corino precisó de varias operaciones para recuperar la vista en el ojo derecho después de ser alcanzado por un «mulligan» en el Skyview Golf Course de Sparta, Nueva Jersey. El responsable del golpe fue Kyle Duffy, que jugaba desde el tee de un hoyo contiguo al de la víctima, pero Corino denunció a los tres miembros del partido porque ninguno se dignó a avisar con un grito del tiro errático. Para más inri, el funesto golpe era un «mulligan», algo que además de contravenir las normas de etiqueta es contrario a las normas de golf.
Sin embargo, el juez Vena, encargado del caso, considera que el único responsable de avisar a James Corino era el jugador que golpeó la bola, el Sr. Duffy, aunque el abogado de Corino, Daniel Hoberman, adujo que los tres hombres se pusieron de acuerdo para permitir el mulligan que originó el percance.
Aunque el caso contra Duffy sigue abierto, es muy posible que no prospere dado que el Tribunal de Apelaciones de Nueva York falló hace tres años que no gritar «¡bola!» no representa un acto de conducta temeraria y que los golfistas no deben esperar ese tipo de advertencias. Con este veredicto se zanjó la denuncia del Dr. Azod Anand, que perdió un ojo después de que un socket del Dr. Anoop Kapoor le golpeara de lleno en un campo de golf de Long Island en 2002. Kapoor afirmaba haber gritado «¡bola!», pero ni la víctima ni el tercer jugador del grupo oyeron nada y el tribunal convino que Anand no se encontraba en una zona de peligro previsible y que, como golfista, aceptaba los riesgos inherentes del juego.
Pero independientemente de los riesgos inherentes del golf y de las normas básicas de etiqueta, hay una máxima que convendría tener muy presente cuando se pega una bola desviada: «Mejor asustar que golpear». Así que no dejen que un mal golpe arruine su vida ni la de otros y, pese a lo que digan los jueces, griten «¡bola!» a pleno pulmón si es necesario.
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