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Hitler, el golf y el poder de los símbolos

Óscar Díaz | 18 de enero de 2016

“La batalla deportiva y caballeresca despierta las mejores cualidades humanas. No separa, sino que une a los contendientes con comprensión y respeto. También ayuda a vincular a los países en el espíritu de la paz. Por eso la llama olímpica jamás debe morir”.

La autoría de este discurso elevado corresponde a alguien consciente del valor de la palabra y de los símbolos, alguien que manejaba el verbo y los tiempos, que se aprovechaba de los rituales y las imágenes poderosas… y que no dudó en pervertir el ideal olímpico que afirmaba defender para convertirlo en una herramienta propagandística.

Al ascender al poder, Hitler se encontró con una baza publicitaria inesperada: antes de su nombramiento como canciller, Berlín, la capital de la República de Weimar, había sido seleccionada como sede de los undécimos Juegos Olímpicos de la era moderna después de superar en la última votación del COI a Barcelona. Berlín recuperaba así los Juegos que tenían que haberse celebrado en 1916 y que fueron suspendidos por la Primera Guerra Mundial.

Para Hitler, los Juegos Olímpicos de 1936 eran la operación de propaganda ideal en una época tumultuosa, dado que el auge nacionalsocialista empezaba a hacer mella en su imagen exterior. No se escatimaron esfuerzos. Desde la creación del ritual de los relevos de la antorcha olímpica a la puesta en escena a cargo del arquitecto devenido en ministro Albert Speer y la filmación de la cineasta Leni Riefenstahl, los Juegos Olímpicos de Berlín fueron los primeros dominados por la imagen.

Una vez superadas las amenazas de boicot que al final solo secundaron la Unión Soviética y España (que intentó organizar una Olimpiada Popular paralela en Barcelona del 23 al 26 de julio, competición frustrada por el inicio de la Guerra Civil), los Juegos Olímpicos tuvieron lugar en Berlín del 1 al 16 de agosto con notable éxito deportivo para los alemanes (fueron primeros destacados en el medallero). Sin embargo, dicho éxito quedó eclipsado por la actuación del estadounidense Jesse Owens, la némesis del régimen nazi, y sus cuatro medallas de oro. Los que pretendían usar los Juegos Olímpicos como símbolo se encontraron con que la imagen que pervivió fue la de aquel atleta negro triunfante, lo más opuesto al ideal ario.

Sin duda, la historia del desaire de Hitler por las cuatro medallas de Jesse Owens es la más conocida de estos Juegos Olímpicos, pero Owens no fue el único que puso “en su sitio” al dictador alemán en aquellos días…

El 26 y el 27 de agosto tuvo lugar en el Club de Golf de Baden-Baden el Golfpreis der Nationen (Premio de las Naciones), un torneo de golf que, pese a que este deporte llevaba 32 años sin formar parte del programa olímpico, se celebró al abrigo de los Juegos, que habían finalizado 10 días atrás.

La iniciativa partió de Karl Henkell, presidente de la Federación Alemana de Golf (Deutscher Golf Verband) y encontró el respaldo entusiasta de Hitler, que decidió donar el trofeo para los ganadores, una bandeja de plata dorada de 45 cm de diámetro con la inscripción Golfpreis der Nationen, Gegeben von Fuhrer and Reichskanzler (Premio de las Naciones, donada por el Fuhrer y Canciller). Manufacturada por Emil Lettre, célebre orfebre berlinés que se había ocupado de otras piezas relacionadas con los Juegos, en el trofeo destacaba la incrustación de ocho discos de ámbar amarillo, esta resina fosilizada convertida en joya que los alemanes asociaban a la mitología nórdica.

El trofeo del Golfpreis der Nationen

El trofeo del Golfpreis der Nationen

La decisión de apoyar este torneo por parte de Hitler fue, cuando menos, extraña, porque Alemania distaba de ser una gran potencia golfística. Como cuenta el francés George Jeanneau en el libro Le Golf et les Jeux, en el país había menos de 50 campos y no abundaban los jugadores capaces de bajar de 80 golpes. Sin embargo, se cursó la invitación a treinta y seis países, de los que acudieron solo siete (Gran Bretaña, Checoslovaquia, Francia, Holanda, Hungría, Italia y los anfitriones), ya que un buen número de federaciones nacionales decidieron declinar el ofrecimiento ante el trato que se dispensaba a los socios judíos en muchos de los campos alemanes.

Por el Reino Unido, y convocados por la English Golf Union, acudieron Arnold Bentley, de Hesketh, y Tommy Thirsk, natural de Ganton, población del condado de Yorkshire, ambos jugadores amateurs de gran nivel y favoritos sobre el papel en esta competición a 72 hoyos stroke play por parejas, repartidos en dos días de juego y en la que se sumaban los resultados de los dos miembros de cada pareja.

Pese a la supuesta ventaja del conjunto inglés, los representantes alemanes, el jovencísimo Leonard von Beckerath y C. A. Helmers, finalizaron los 36 hoyos del primer día con un total de 282 golpes, cinco menos que el combinado francés, mientras que los ingleses quedaban provisionalmente en tercera posición. El honor alemán, supuestamente maltrecho tras la afrenta de Owens, podía restablecerse en cierta medida con la victoria alemana y el infame Joachim von Ribbentrop, ministro de Asuntos Exteriores y representante de Hitler en el torneo, no tardó en comunicar al Führer que el triunfo alemán estaba prácticamente asegurado.

Mientras se disputaba el turno de mañana del segundo día de competición, Hitler salió hacia Baden-Baden para hacer entrega del trofeo y disfrutar del éxito del equipo alemán, en cabeza después de 54 hoyos con tres golpes de ventaja sobre el conjunto inglés pese a los heroicos esfuerzos de Tommy Thirsk, que batió el récord del campo con un gran 65. Pero nadie contaba con lo que sucedió a continuación, ya que Thirsk repetía por la tarde su impresionante actuación matinal y el conjunto inglés acababa imponiéndose por cuatro golpes a Francia y doce a Alemania, que se vino abajo en la última vuelta.

Ante la magnitud del desastre alemán, Ribbentrop partió en coche para interceptar a Hitler y comunicárselo. Según cuenta la anécdota, este, furioso, dio media vuelta y volvió a Berlín, con lo que al final fue Karl Henkell, presidente de la Federación Alemana de Golf, quien tuvo que hacer entrega del trofeo a la pareja inglesa.

Tommy Thirsk y Arnold Bentley, con sus trofeos

Tommy Thirsk y Arnold Bentley, con sus trofeos

Curiosamente, el “trofeo de Hitler” tuvo una vida atribulada desde que llegó a territorio inglés. Pese a la gesta de Thirsk y Bentley, el origen de la bandeja no la hizo muy popular a ojos de los rectores de la English Golf Union, que la tuvieron arrinconada en su sede durante 20 años y que finalmente la cedieron al Golfers Club en 1955, con lo que se inició un llamativo periplo. Al cabo de los años este club londinense desapareció y sus activos pasaron a manos de una empresa propiedad del escocés Leonard Sculthorp, socio del New Club de St. Andrews, que tuvo el trofeo en su residencia durante 10 años y posteriormente lo prestó al British Golf Museum, situado junto a la casa club del Royal & Ancient en la “cuna del golf”. Allí se quedó hasta 2011, cuando finalizó la cesión, y meses después su dueño lo puso a la venta en la casa de subastas Bonham.

Y aquí es donde se cierra el círculo olímpico del “trofeo de Hitler”, ya que el 1 de junio, apenas dos días antes de que la antorcha de los recientes Juegos Olímpicos pasara por Southport, ciudad de origen del Hesketh Golf Club (de donde procedía Arnold Bentley, uno de los miembros de la pareja inglesa), Derek Holden, presidente de dicho club, se hizo con la bandeja en la subasta mencionada por 15.000 libras reunidas gracias a las aportaciones de sus socios.

Por lo tanto, la bandeja vuelve a estar con los demás trofeos donados por el hijo de Arnold en la sala Bentley del club de Hesketh… y a la sombra de un majestuoso abeto que Bentley también recibió como premio aquella tarde del 27 de agosto de 1936 de manos de los organizadores alemanes cuando apenas era un pimpollo diminuto en una macetita, y que el inglés decidió plantar allí a su regreso.

Después de 76 años por fin se reúnen la bandeja y el árbol, dos símbolos que recuerdan la memoria de los dos primeros inglesitos que forzaron la retirada de Hitler… incluso antes de que comenzara la guerra.

1 comentario a “Hitler, el golf y el poder de los símbolos”

  1. El 18 de agosto de 2012 dabale ha dicho:

    Felicidades Don Oscar. Hacía falta algo de historia contemporánea. Uno termina hartándose de tanto escocés del año de la polca.

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