Puede que nunca tantos millones de personas hayan debido tanto a un huracán. El que devastó Miami y su economía en 1926 es el curioso germen de lo que después fue Augusta National y el Masters de Augusta. O, al menos, generó las condiciones para que existiese. Tal y como cuenta Larry Mize, sorprendente ganador en 1987 y gran conocedor de su historia, en el terreno ocupado por los viveros Fruitland Nurseries, hoy Augusta National, se proyectaba el segundo hotel de la franquicia Florida Fleetwood Hotel, que quedó completamente arruinada tras el desastre natural de aquel 1926. Cinco años después, y en medio de otro desastre, en este caso económico, Bobby Jones y Clifford Roberts se ponían manos a la obra para crear el mito que todos conocemos hoy.
Generador de historias, literatura y mitos como ningún otro torneo o competición deportiva en el mundo, el Masters, el club que lo acoge y sus socios son objeto de las más curiosas anécdotas. De la ruina inicial al elitismo y el secretismo posteriores, de Eisenhower al bisabuelo de Bush o del vino a los pavos, toda una serie de historias protagonizadas por personajes importantes, o no, de la historia de EE UU en el siglo XX y que merecen ser rescatadas.
Aunque algunos de sus socios en los sesenta, como el malogrado Pete Jones, sólo usase billetes nuevos y le gustase llevar algunos de 10.000 dólares en los bolsillos, los primeros años de Augusta están lejos del lujo y la exclusividad de hoy en día.
Leer cómo desde Augusta se animaba a los socios potenciales con toda clase de ofertas y facilidades en los primeros años o cómo Roberts y Jones dedicaban todos sus esfuerzos durante meses a que ese año hubiese más espectadores que el anterior despierta una sonrisa de envidia en el aficionado actual. Lo cierto es que el club estuvo prácticamente en quiebra durante sus primeros 15 años. Para pagar el premio al primer ganador, Horton Smith, tuvieron que pasar literalmente la gorra entre sus escasos socios (76 sobre los 1.800 que se habían propuesto para 1934). El ganador de 1946, Herman Keiser, se fue con las manos vacías y la promesa del club de que la placa conmemorativa le sería enviada en cuanto reunieran suficiente dinero para la plata, tal y como cuenta David Owen en su libro The Making of the Masters, auténtica biblia, aunque un tanto oficialista, sobre la historia de Augusta y de sus dos fundadores. De la presión económica quedan vestigios como la casa de detrás del tee del uno, resultado de una política de expansión urbanística que se cortó en seco. Es más, el Club compró la casa al socio que la había construido y prohibió edificaciones similares.
En los sesenta, con el torneo asentado, la afluencia de público disparada y las donaciones de sus influyentes y millonarios socios por las nubes, el Club restringió enormemente la entrada de socios, pero antes habían pasado muchas cosas en EE UU, en el mundo y el hogar del Masters no sería ajeno a ninguna.
George W.H. Bush fue un mal presidente que ni siquiera consiguió la reelección pero al que al menos le gustaba el golf. Y mucho. Aún hoy se le puede ver en torneos y ha jugado a buen nivel. Su hijo no llegó ni a eso, a pesar de que su familia tiene estrechos e históricos lazos con este deporte. De hecho, George Herbert Walker, bisabuelo del predecesor de Obama, es uno de los primeros 21 socios de Augusta, homenajeados en la escalera curvilínea que lleva al segundo piso de la casa club.
“No sabía que estuviera usted tan interesado por el golf”, le soltó Clifford Roberts a Richard Nixon cuando éste preguntó por la posibilidad de ser socio. Roberts, que no era famoso por su buen humor, sabía cómo cerrar una conversación. Su relación con Dwight ‘Ike’ Eisenhower fue bien diferente. Ike no jugaba bien al golf, le pegaba poco y tenía cierta tendencia al slice. Durante su segundo mandato circuló por el Club una pegatina con el lema “Ben Hogan presidente. Si vamos a tener un presidente que juegue al golf, que sea uno que lo haga bien”.
Bromas aparte, Roberts le adoraba y su amistad fue más allá del campo. El fundador de Augusta fue el mejor amigo, su asesor financiero (Roberts trabajaba en el sector, aunque tenía mucho menos dinero del que se le ha atribuido) y el mayor recaudador de la campaña electoral del 34º presidente de EE UU. Cliff, como le llamaba Ike durante las interminables partidas de bridge, tenía reservada una habitación en las dependencias residenciales de la Casa Blanca y uno de los cottages o estancias construidas para acoger a socios e invitados y, sin duda, la más famosa de Augusta es la que se construyó en 1953 para el presidente y que llevó su nombre. También mantiene su nombre un pino a unos 190 metros del tee del 17, árbol que fue duramente maltratado por el presidente, que llegó a proponer que lo talasen.
La II Guerra Mundial, en la que Eisenhower, general de cinco estrellas y mano derecha del presidente Truman, desempeñó un papel clave, fue un varapalo para Augusta, justo cuando el torneo y el Club, por entonces tan dependiente de la competición anual, se estaban recuperando. A pesar de los esfuerzos por continuar abiertos y con el torneo vivo, en 1943 el Club cerró como tal y muchos creyeron que el espectacular play off entre Byron Nelson y Ben Hogan del año anterior había sido la culminación y el punto final a un sueño.
Para ayudar al esfuerzo bélico, Augusta llegó a un acuerdo con la instalaciones de Camp Gordon, cerca de la ciudad, para construir instalaciones de golf en la base militar y proveer del material necesario, relación con el Ejército que todavía continúa. Sin embargo la guerra fue devastadora para las finanzas. La idea de Roberts de rentabilizar las instalaciones criando pavos y reses que al mismo tiempo segaban y abonaban la hierba fue un fracaso. Del éxito inicial en 1943, Navidad que los socios celebraron con un gran pato criado en libertad para cada uno en plena época de racionamiento, se pasó a pérdidas de más de 5.000 dólares de la época en 1944 y a un terreno destrozado por la voracidad del ganado.
Fue entonces cuando unos prisioneros alemanes crecidos en el desierto del norte de África bajo las órdenes del mítico Rommel, esto va de generales, encontraron algo que hacer y cambiaron la arena del desierto y del campo de internamiento cerca de Augusta por las sombras de los árboles, por entonces no tan lustrosos. Para diciembre de 1944 y gracias al trabajo de estos jóvenes prisioneros y la de nuevo generosa inversión de algunos socios, Augusta National se había recuperado.
La relación de los promotores del Masters con la cadena que lo emite desde hace décadas no han sido sencillas. Carente de sentido del humor, adicto al trabajo, obsesivo con el detalle, inteligente y testarudo, Roberts no era una persona fácil de tratar.
Sus presiones para que la CBS mejorase la cobertura con ideas que parecían extrañas y que hoy son habituales en cualquier retransmisión eran continuas y llevaron a más de un directivo de la cadena y a varios presentadores al borde del paro cardíaco. Bueno, a los presentadores les costó algo más y varios de ellos fueron apartados o defenestrados de Augusta por usar la palabra mob (muchedumbre) para referirse al público, sand trap en vez de búnker o Augusta Country Club en vez de Augusta Golf Club, detalles todos ellos que el fundador de Augusta National no veía dignos y que eran recogidos rigurosamente por Roberts en su carta anual al presidente de turno en la CBS.
Lo cierto es que la ceguera o el miedo paralizaba a la cadena, que en 1957 se negaba a cubrir más allá del hoyo 14 (nada que ver con el despliegue de hoy en día) emitir en color, usar el sistema par/sobre par o llevar una cámara fija al hoyo 12, hoy uno de los lugares más emblematicos y televisivos del mundo del deporte. La cadena usaba ocho cámaras en la época. Un año después, Herbert Warren Wind, mítico crítico de jazz y escritor de golf bautizaba el segundo tiro del 11, el 12 y el tee del 13 como Amen Corner. Había nacido un mito y en la CBS no se habían dado cuenta.
Herbert Warren Wind no pudo estar más acertado cuando llamó así a ese espacio mágico castigado por el viento. Lo hizo en 1958, año en que Arnold Palmer ganó gracias a un magnífico juego en esos tres hoyos. Sin embargo, hay cierta confusión al respecto. Wind explicó su inspiración en un artículo en Sports Ilustrated en 1984 y dijo que el nombre venía de Shouting in that Amen Corner, disco de la década de los treinta realizado por una banda dirigida por Mezz Mezzrow. Richard Moore, un historiador de jazz, intentó comprar una copia del mítico disco para una exposición en 2008. Nunca lo encontró. Como aclaró el escritor Bill Fields en Golf Digest, «Shoutin’ in that Amen Corner» de Andy Raza son los datos exactos del disco. Por una vez, el bueno de Wind patinó.
¿Política racista, simple elitismo o mito? Augusta National y sus socios y directivos siempre han sido considerados como gente conservadora y algunos, especialmente los más antiguos, por qué no decirlo, un tanto racista. Hay quienes dicen que todavía se oyen los gritos de los caddides del club, todos negros, cuando Tiger Woods ganó en 1997 y se vieron, por así decirlo, ‘vengados’. Hay varias historias que dejan la teoría del racismo en entredicho, sin olvidar que el estado de Georgia no es, precisamente, la cuna de los derechos civiles y las minorías. Se podría decir que Roberts era un hombre de su tiempo, con todo lo que eso implica. Dos ejemplos contra el mito racista. Frank Carpenter, el sumillier del club, era un simple camarero cuando Clifford Roberts le animó a formarse en la materia probando los vinos que se abrían en el restaurante del club. Poco a poco fue aprendiendo y construyendo una de las que hoy se consideran mejores bodegas del mundo.
Otra historia. En la fiesta del 80 cumpleaños de Roberts, en 1974, el fundador de Augusta National homenajeó en su discurso a los cuatro trabajadores, todos afroamericanos, que llevaban allí desde el inicio del club.
La chaqueta verde tiene su historia. Convertida en un icono mundial casi sin querer, the Green Jacket también tiene su historia, sus historias. No se empezó a otorgar como trofeo hasta 1949, aunque los socios del club la llevaban desde 1937 para que se les distinguiese. El que la gana, la puede tener un año entero y luego devolverla, algo que Severiano Ballesteros se jacta de no haber hecho nunca. Earl Woods, padre de Tiger, se lo encontró en su dormitorio abrazado a ella tras ganar en 1997, con 21 años. Por cierto, los ganadores no pasan a ser socios tal y como creen muchos aficionados.
Hay muchas más historias, mitos y anécdotas. Este año surgirán más que añadir al espectacular relato que es el Masters de Augusta. Las viviremos y las contaremos.
Amen Corner Arnold Palmer Asian Tour Augusta National Bill Fields Bobby Jones CBS Clifford Roberts Dwight Eisenhower Especial Masters 2012 en Crónica Golf Especial Masters en Crónica Golf European Tour Frank Carpenter Frank Chirkinian George Herbert Walker George W.H. Bush Herbert Warren Wind Herman Keiser Masters de Augusta PGA Tour Tiger Woods
Deja un comentario