Jason Dufner firmó un eagle y dos birdies en sus primeros cinco hoyos en el Oak Hill Country Club. Un campo blando por las lluvias y unos greenes receptivos estaban permitiendo una gran cantidad de oportunidades a aquellos que seguían el camino marcado por Donald Ross; siempre había recompensa si no se visitaban el rough o los árboles. Cinco pares seguidos más a lo largo de su vuelta. Su putter estaba funcionando, algo que no había conseguido durante toda la temporada. Uno más en el 11, otro en el 13 y en el 16. El hombre de hielo se había situado menos siete en el día y solo un birdie le separaba de firmar el mejor resultado de la historia de los grandes (62). Tenía dos hoyos por delante. En el primero, su bola hizo una corbata. Sería un putt de tres metros y medio en el segundo el que dictara sentencia.
Antes de que comenzara el PGA Championship, Graeme McDowell había declarado: “Quien coja más greenes en regulación va a ganar, o por lo menos va a quedarse muy cerca”. Las palabras del norirlandés encontraron su reflejo en las de Jim Furyk, otro de los jugadores más consistentes del circuito: “Me gustan los diseños clásicos”. Ambos se referían a las hileras de robles que acompañan cada una de las calles de este recorrido, los greenes en alto protegidos por bunkers, la hierba segada al ras que serpentea a través de colinas. Oak Hill es también sinónimo de tradición, por eso se han celebrado allí tantos grandes campeonatos. Ambos tenían razón: el único secreto para triunfar en este escenario es jugar un golf tradicional y básico, si es que eso existe. Un golf como el que exhibió Ben Hogan en sus mejores días.
El récord de este campo estaba en las manos de este misterioso jugador, que fue capaz de finalizar con 64 impactos hace unas décadas. Curtis Strange le igualó algo más tarde. En las condiciones en las que se está disputando el cuarto grande del año, no era de extrañar que alguno de estos hombres tuviera la oportunidad de igualarles. Webb Simpson, que había firmado un 72 en la primera jornada, salió disparado hacia los líderes con cuatro birdies en sus seis primeros hoyos. No hay muchos tan capaces como él de encadenar un acierto tras otro a lo largo de una vuelta. Un leve traspiés en el 7 no le impidió conseguir otros tres más entre el 10 y el 14. Fue el primer signo de que algo importante estaba por llegar en el día. El ganador de un US Open había igualado el récord del campo en casa club, con muchos partidos todavía por finalizar.
Adam Scott, líder tras la primera jornada, se había quedado en el menos dos en otra buena muestra de consistencia. Justin Rose y Henrik Stenson fueron hasta el menos cuatro, confirmando la teoría de G-Mac: hay que tener un swing muy repetitivo para ganar aquí. Martin Kaymer con menos dos o Matt Kuchar con menos cuatro fueron otros de los hombres que comenzaron a poblar las primeras posiciones de la tabla. Era la cara más amable de Oak Hill premiando a la selección natural de jugadores que hablaban su mismo idioma. Seguid por aquí, y no tendréis problemas, parecía decirles el recorrido señalando a las calles. Hacer pocas era muy factible.
Y entonces llegó Dufner, con una expresión indiferente ante la oportunidad de terminar los 18 hoyos más memorables de su carrera. Sabía perfectamente lo que estaba en juego cuando se dejó una nueva oportunidad de birdie en el 18. Eran Hogan y Strange, pero también ese exclusivo grupo de veintitrés hombres que habían firmado un 63 en un grande. Había cogido prácticamente todos los greenes en regulación del campo, pegando el driver desde cada tee de salida. Durante más de cuatro horas, se había medido al mismo escenario que dejaba a Tiger Woods con un acumulado de más uno, a McIlroy al par o a Mickelson con más dos, y estaba a punto de dibujarle un menos ocho en el pecho. Tres metros y medios. La bola se quedo corta del hoyo.
Durante algunos minutos, el golf pasó de habitar en el reino de los deportes, regulado por una estricta competición, a formar parte de algo más grande. Dufner no consiguió el 62 pero firmó su mejor resultado en un grande, agarró el liderato del PGA Championship con dos impactos de ventaja y redactó una manifestación de poder ante el rostro atónito de sus rivales. Este escenario se adapta tan bien a su juego que estuvo a punto de dejar su pequeña marca en la historia. “Es genial ser parte de algo así”, dijo al finalizar. “Pero sería aún mejor ser capaz de ganar este campeonato”.
Scott, Furyk y Kuchar le siguen desde el menos siete. Rose y Stenson, desde el menos seis. Garrigus y Stricker esperan desde el menos cinco. Simpson, Kaymer, Hoffman y Fraser tendrán el sábado una oportunidad de recuperar desde el menos cuatro, al igual que Sergio García y Roberto Castro, situados en menos tres. Oak Hill sigue abriendo las puertas a aquellos capaces de jugar como lo ha hecho Dufner, o como en su día lo hizo Hogan. No hay secretos ni atajos en esta enorme prueba de golf. Solo un campo que espera al hombre más consistente.
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