Todo ha cambiado en un día. El venerable Oak Hill, empapado por la lluvia a comienzos del PGA Championship, se ha secado en cuanto el sol ha tenido unas horas de libertad en el cielo de Nueva York, dando paso al rough que habían preparado los organizadores, los greenes duros, las banderas inaccesibles… Ha sido una transformación casi repentina, pero bien necesitada para que se frenara la sangría de birdies que acometían los líderes. Como si de una reacción natural se tratase al 63 de Jason Dufner: el campo enseñó por fin las garras.
De todos los hombres que consiguieron superar el corte, solo once consiguieron jugar bajo par al tercer día. Este era el torneo que se había ideado a comienzos de semana y no el que llevábamos viendo el jueves o el viernes. Es al que se refería G-Mac con aquello de “quien más greenes coja en regulación ganará, o estará muy cerca”, en una referencia clara a que Oak Hill, en muchos sentidos, es muy similar a cualquier otra sede del US Open. Calle, green, putt; el camino que seguían Hogan o Nicklaus a lo largo de sus vueltas es el único modo posible de triunfar en este recorrido. No existen atajos ni huecos entre las ramas, solo lo que ve a través de la hierba segada al ras.
A medida que avanza el torneo, las palabras de McDowell se hacen premonitorias. No es ninguna casualidad que los dos primeros clasificados del cuarto grande de la temporada sean de los más consistentes del mundo. Sus fallos son ridículos comparados a los de sus rivales y cuentan con una cualidad que, en el golf, proporciona muchos títulos a lo largo de una carrera: pueden repetir su movimiento hasta la saciedad. Son Jim Furyk y el propio Dufner, que parece más preparado que en 2011 para optar a su primer gran título. Uno ya sabe lo que es necesario, como demostró en Olympia Fields en 2003; el otro lo intuye, sabe que está cerca y está aprendiendo rápido.
“Hubo un par de momentos hoy en los que me sentí muy frustrado, algo perturbado, supongo, por cómo estaban saliendo las cosas”, declaró Jason, que respondió a su histórico 63 del viernes con un 71 el sábado. “En un grande tienes que avanzar poco a poco. El par es un gran resultado y yo hice muchos hoy. Me mantuvo atento. Si pierdes la cabeza pierdes el ritmo. De repente te encuentras a la mañana siguiente reprochándote haberte quedado fuera del torneo”.
No tuvo que ser fácil para él, llegando de atemorizar el diseño de Donald Ross y enfrentándose a la mañana siguiente a algo mucho más fiero y peligroso. Comenzó con cuatro pares y, en el 5, salió con un doble bogey. Pero Dufner no se ha caracterizado a lo largo de los dos últimos años por ser un jugador envestido de un enorme talento. No le pega tanto como sus compañeros en el circuito y su putt está muy lejos de considerarse fiable. Sin embargo, sí que es un jugador muy inteligente. Detrás de esa cara apática e indiferente se esconde un hombre que sabe medir muy bien los tiempos, cuándo atacar y cuándo defenderse. Un birdie en el 7 y un bogey en el 8. Otro acierto en el 10, seguido de ocho pares, le permitirá salir el domingo en el último partido de un grande. “No creo que haya nadie jugando estos torneos que no sienta la presión”, concluyó. “Quieres jugar bien. Hay mucho que ganar. Algunos muestran esos nervios; otros no”.
A su lado, y con un golpe de ventaja, tendrá a un jugador que solo muestra una cara. El gesto serio y concentrado de Furyk será todo lo que verá Jason durante sus últimos 18 hoyos en Oak Hill. Desde aquel US Open de 2003, el norteamericano ha acumulado seis top 10 en las grandes citas –incluyendo dos segundos puestos– y ha tirado por la borda ocasiones muy jugosas de volver a saborear el triunfo, como cuando salió el año pasado como líder en el Olympic Club. Hoy vuelve a ser el líder en la última jornada de un grande y tendrá que romper con el pasado para cambiar el futuro. Cerrar los torneos nunca ha sido su especialidad: ha ganado nueve de las veintiún ocasiones en las que ha partido desde la primera posición después de 54 hoyos. En la última Ryder, se pudieron apreciar también estas dificultades en su enfrentamiento contra Sergio García.
“Llegando al final, creo que el que parezca relajado no significa que no esté nervioso”, comentó, tras entregar una tarjeta de 68 impactos (menos dos). “Significa que estoy cómodo en la posición en la que me encuentro, que afronto el desafío, en vez de bloquearme”. El principal cambio esta semana para él ha llegado en los greenes. El segundo día solo necesitó de 29 putts, mientras que en el tercero empleó 27. Eso, unido a su habitual solidez en el juego largo, está resultado definitivo.
Henrik Stenson (menos uno), siguiendo la misma línea que estos dos hombres, saldrá a dos de la cabeza, desde el menos siete. Mientras que Jonas Blixt (menos cuatro), un novato en estas ligas, lo hará desde el menos seis. Steve Stricker (par) y Adam Scott (más dos) partirán desde el menos cinco. Son los principales candidatos a llevarse este PGA Championship, un torneo que ha ido mutando a una velocidad endiablada. Puede que, en mitad de esta transformación, Rory McIlroy sepa progresar en su vuelta al número uno del mundo. Ayer firmó un 67 (menos tres) que le ha situado séptimo, a seis de la cabeza. Lo tiene difícil pero descartarle, con su mejor versión tan cerca, es una temeridad.
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