El PGA Tour superó este año, por primera vez en su historia, una media de distancia desde el tee de salida de 290 yardas (265 metros). Teniendo en cuenta que está formado por los mejores jugadores del mundo, el dato no debería de alarmar a nadie. Sin embargo, cuando se compara con el pasado, el aumento de distancia ha sido algo más que discreto. Respecto a 2002, se ha aumentado la distancia media en nada menos que 14 yardas y, si se coteja con año pasado, el aumento ha sido de 3,6 yardas. Es decir, se observa un crecimiento progresivo.
A la hora de afrontar esta evolución del juego se ha optado en la mayoría de ocasiones por poner límites a los fabricantes en el diseño de sus palos. En 1998, la USGA y el Royal & Ancient resolvieron limitar el COR (coeficiente de restitución) para controlar el primer gran diferencial de distancia, mientras que en 2010 el cambio fue para las estrías de los palos, que influían en la cantidad de spin que se generaba en las bolas. Mientras los diseñadores de campos aplaudían el cambio al ver cómo sus trabajos no tendrían fecha de caducidad, los fabricantes y jugadores observábamos cómo la tecnología tenía un límite en el mundo del golf. Y ese límite eran las reglas.
No han sido los únicos cambios que hemos visto durante los últimos años. El Augusta National fue reformado, desde su inauguración hasta el año 2002, solo en tres ocasiones. A partir de ese año hasta la actualidad se ha reformado en otras tres más, con incrementos de distancia importantes en muchos de sus hoyos. Era el paso lógico. Cualquier campo diseñado hace más de veinte años no es el mismo que se juega en la actualidad. Los bunkers ya no producen el mismo efecto, se encuentran formas alternativas de jugar hoyos y se baten, semana a semana, los récords de muchos campos históricos.
El consejero delegado de Ping, John Solheim, ha propuesto, a través de un comunicado, una vía alternativa que podría complacer a ambas partes implicadas, diseñadores de campos de golf y fabricantes. Apuesta por establecer una clasificación con varios tipos de bolas, que se jugarían dependiendo del campo o el nivel de los jugadores. Este “ball distance rating”, o BDR, incluiría tres tipos: una bola con las mismas características a la actual, una segunda que produzca, como mucho, 30 yardas más y una tercera que permita, a lo sumo, 30 yardas menos. Solheim ha comparado el BDR al sistema actual de salidas desde el tee, clasificadas por colores y según el nivel o género del jugador. De esta forma, se podría unir, en un momento dado, a un hándicap medio y a un profesional jugando desde el mismo tee de salida pero con distinto tipo de bola.
“Desafortunadamente, en los últimos doces años, muchas medidas en respuesta a este desafío han sido frecuentemente cortas de miras, costosas y polémicas, como la alteración de algunos de los campos más respetados en el golf y la adopción de reglas restrictivas con los palos”. El principal problema que podría conllevar la propuesta de Solheim sería controlar esa distancia a través de las bolas, pero tecnológicamente hablando no parece suponer una gran dificultad. “Fabricar una bola más corta no es del todo complicado, y sería bastante sencillo ganar veinte o treinta yardas más sin demasiados problemas si no hubiera una restricción inicial de la velocidad”, ha explicado John Rae, vicepresidente de investigación y desarrollo en Cleveland/Srixon. “Una bola ligeramente más pequeña y algo más pesada sería significativamente más aerodinámica e iría más lejos.”
La USGA anunció, en marzo de 2005, que estaba dirigiendo un estudio sobre el uso de bolas de golf que alcanzaban menos distancia. El año pasado esa investigación llegó incluso a probarse en jugadores de minitours, pero todavía no se han hecho públicos los resultados. El pasado sábado, Dick Rugge, director técnico de la USGA, declaró en una entrevista que no hay cambios inminentes en las reglas y que apreciaban la consideración de Solheim respecto al tema. “La USGA ha estado preocupada por los efectos en el aumento de distancia y así lo declaró en nuestra Declaración Conjunta de Principios, del año 2002. Cuando alguien tan comprometido con la integridad del juego como John Solheim se une a nosotros públicamente en esta preocupación, merece nuestra atención. Mientras que su método propuesto (varios niveles de equipamiento) es contrario a la tradición de las reglas del golf, damos una sincera bienvenida a los esfuerzos de John en discutir esta materia”.
Si bien es cierto que la simplicidad (cuanto menos cambiemos, mejor) siempre ha caracterizado las decisiones tanto de la USGA como de la Royal & Ancient, la propuesta de Solheim parece haber encontrado el equilibrio entre las partes más perjudicadas por el aumento de la distancia: los fabricantes y los propios campos. Varias reacciones afirman que este cambio no sería nada beneficioso para el mercado, dado que haría que fabricantes desarrollaran bolas de tres niveles de distancia y los vendedores se encontrarían una ingente cantidad de cajas para vender, sin que necesariamente suba la demanda. Sin embargo, los jugadores amateur pasarían a prestar más atención a qué tipo de bola juegan, dependiendo del campo, tee de salida o campeonato que se juegue. Requeriría una curva de aprendizaje —aún— mayor para los jugadores pero podría desembocar en una mejora general de las condiciones de juego, por ejemplo, se podría pasar de dar golpes por hoyo a jugar un tipo de bola distinto, premiando la importancia del juego corto.
La propuesta de Solheim tiene un gran valor, dado que amplía las opciones en vez de restringir las existentes. Los detalles en algo tan genérico suelen marcar la diferencia entre una propuesta válida y una desechable, pero marca un nuevo camino. Si ésta se consolida y considera seriamente, el debate pasaría a situarse entre la tradición en el juego y unas normas que, en cierto modo, rompen la tradición. Puede dar mucho que hablar, y tanto la USGA como el Royal & Ancient deberán estar atentas al problema. La mejor forma de preservar la tradición puede ser a través de un gran cambio.
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