La actuación de Martin Kaymer durante el domingo del THE PLAYERS Championship es una de esas que se recordarán durante muchos años. Su hoyo 17, saldado con el más atípico de los pares posibles, forma desde estos momentos parte de la historia del TPC de Sawgrass, no solo por lo impactante de cada uno de los golpes efectuados en él sino por la trascendencia que tuvo, llevándole finalmente a una emotiva y sufrida victoria tras dos años de sequía.
Fue una jornada final ésta dividida en varios actos que empezó con un Jordan Spieth tomando la iniciativa con dos birdies en los cuatro primeros hoyos que hicieron que se pusiera líder en solitario a un golpe de ventaja del alemán. Era la primera vez en el torneo que Kaymer no se veía en lo más alto de la clasificación y lejos de inmutarse, él siguió a lo suyo. Había trabajado demasiado para que un poco de ansiedad echara todo por la borda. Asumió tan bien el nuevo escenario que un par de horas más tarde, sus aciertos y los fallos de su compañero de partido hicieron que pareciera imposible que se le escapara, haciéndose con una ventaja de cuatro golpes.
Su supuesta coronación, sin embargo, empezó a torcerse cuando el mal tiempo obligó a suspender el torneo momentáneamente. Se especulaba con un posible final en lunes debido a las pocas horas de luz restantes, pero finalmente los jugadores volvieron al campo. Con un Jim Furyk que viniendo desde atrás firmó un 66 (-6) sin fallos, lo único que tenía que hacer Kaymer era manejar su ventaja, en esos momentos de tres golpes, para proclamarse campeón.
Sin embargo, en el par 4 del 15 saltaron las alarmas. Tardó cuatro golpes en llegar a green y cuando salió con un doble bogey camino a los tres últimos hoyos finales, su único consuelo era saber que tenía un par 5 por delante. Sin embargo, no aprovechó la oportunidad del 16, optando por patear desde fuera de green con su tercer golpe y dejando su bola ¡12 metros corta del hoyo! El par acabó sabiendo bien antes de llegar al tee de uno de los hoyos más famosos y crueles del mundo del golf.
Su golpe de salida en el 17 salvó el agua por apenas medio metro, pero cuando parecía que el único misterio sin resolver era el de saber dónde pararía la bola en el green, apareció un efecto de retroceso lateral inexplicable. Únicamente la longitud del rough del collarín evitó que la poseída bola de Kaymer no acabase en el obstáculo. La recuperación desde ahí no era fácil. Furyk, en esos momentos a un golpe por detrás del alemán, observaba atento por la televisión en la casa club, viéndose ya casi en un playoff al día siguiente cuando el approach de Kaymer se quedaba a mitad de camino literalmente.
Y fue en ese momento en el que Kaymer se hizo con un hueco en la historia del THE PLAYERS, embocando un putt de pronunciada caída de 10 metros por el mismísimo centro. Un golpe que gana un torneo. Un golpe que compensaba todas las horas de trabajo realizadas en su lenta caída desde el número 1 hasta el 61 del mundo.
«Ha trabajado extremadamente duro. Sus manos podían llegar a sangrar. Siempre que no está en un torneo, está en la cancha de prácticas, con callos que se le podían abrir». Son palabras de Craig Connelly, caddie de Martin Kaymer, testigo de los últimos años de los altibajos del jugador que obsesionado por que solo podía pegar fades, convirtió su movimiento natural en algo mecánico. A su lado también ha estado siempre en este periodo su entrenador Gunter Kessler, responsable también del retorno a la élite de Kaymer, un retorno que llegaba en un día muy especial.
Hace seis años, Martin perdió a su madre por culpa de un cáncer de piel. Su flor favorita, un girasol, estaba presente en su bolsa en el Día de la Madre. Por eso no hizo falta preguntarle a quién iba dedicada la victoria. «Pienso en ella todos los días. No necesito un Día de la Madre.»
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