Diez años habían transcurrido desde aquella última Ryder que yo he denominado romántica, la de 1989, y en ese tiempo la competición había conocido todo tipo de incidentes, especialmente cuando se jugaba en Estados Unidos. Pero no hubo nada comparable a lo que íbamos a vivir en Brookline. Era curioso ver que cada vez que la Ryder cruzada el charco se producían muchos excesos del público y de sus jugadores, o mejor dicho de algunos de ellos, y nada más terminar pedían perdón, siempre con la boca pequeña, rogando que en la siguiente, o sea en Europa, se recuperarse la cordura.
Había pánico a los hooligans, por aquellos tiempos una verdadera preocupación en los estadios de fútbol ingleses, y que se contagiase ese fenómeno al golf por culpa de la actitud de los americanos, actitud que complacía a sus jugadores pues toda ayuda era poca para recuperar la copa. Así, en 1993 el público apenas se le oyó pues todo era más que políticamente correcto. Incluso podemos decir ahora que era demasiado pasteleo. En 95 volvieron algunos excesos, y en el 97 los americanos aprovecharon algunos gritos de más del público en Valderrama para justificar lo que vendría en el 99.
De nuevo una Ryder llegaba a Estados Unidos después de que Europa hubiese ganado las dos anteriores ediciones, y claro, ya no podían tolerarlo y apelaron al espíritu de Kiawah con todo lo que ello conlleva. Mark James era el capitán europeo y en su equipo se dieron cita un número elevado de novatos que le plantearon un dilema sobre su participación, dilema que se encargaron de resolver sus parejas estrellas, las que eligió en la primera jornada, pues lo único que hacían era ganar sus partidos. Así, el equipo europeo llegó a la jornada dominical con la necesidad de sumar sólo tres puntos y medio para retener la copa.
Pero en ese 10 a 6 James llevaba también su penitencia, pues muchos de sus novatos no habían jugado y no estaban demasiado contentos con esa decisión. Además, el enfado o cabreo aumentó al conocer como James dispuso de ellos en los individuales, en el centro de los emparejamientos, como diciéndoles que no confiaba demasiado en ellos. Además en el bando americano contaron con una ayuda extra, George Bush padre, que el sábado por la noche arengó a los jugadores apelando al espíritu de El Alamo. Todavía no sé muy bien cómo, pero el público parecía otro y la verdad es que en el ambiente flotaba más la sensación de una guerra que la de una competición deportiva. Como si hubiese existido una consigna para que así sucediese. Incluso la señal de televisión se sumó a esa tesis y solo se veían golpes buenos de los americanos, como si los europeos no estuvieran en el campo.
Se dieron circunstancias muy raras, como cuando la bola de Sandelin desapareció como por arte de magia allí donde no había público, y eso que el sueco tenía bastante claro donde había caído. Pero pasados los cinco minutos reglamentarios de búsqueda, y cuando ya Sandelin había jugado otra bola, la primera apareció como por arte de magia. Todavía hoy nadie le puede quitar de la cabeza a Sandelin que esa bola reposo debajo del pie del marshall que estaba allí mientras todos buscaban. Aunque lo verdaderamente escandaloso se iba a producir cuando Justin Leonard metía un putt de más de 20 metros en el green del 18 para arañar el empate que necesitaban los americanos para reconquistar la Ryder. Es verdad que todavía a José María Olazábal, la victima de Leonard, le quedaba un putt para conseguir la victoria y darle la vuelta a la tortilla, pero no es menos cierto que el green había quedado impracticable pues por allí saltaron y bailaron desde los jugadores hasta sus mujeres, algunas con tacones de aguja, y era muy difícil volver a concentrarse. Txema lo intentó pero su putt no entró y Estados Unidos ganaba aquella Ryder de los excesos por 14,5 a 13,5. Volverían a pedir perdón y a rogar que en la siguiente no se volviesen a producir este tipo de incidentes, olvidando que tanto en las Islas como en España el público siempre había sido de lo más correcto. Así ellos podrían seguir cometiendo excesos como los que llevaron en 1999 a que la copa rebosase.
Entregas anteriores
1989, la última Ryder romántica
Empieza la guerra
Seve y su espíritu
Javier Pinedo es la voz del golf en nuestro país. Este periodista especializado atesora un currículum inigualable y lleva en el «zurrón» innumerables majors, Ryder Cups y competiciones de primer nivel. Gracias a su experiencia y conocimientos, se ha convertido en una referencia ineludible tanto en las retransmisiones televisivas de Canal+ Golf como en su columna mensual en la revista Golf Digest. Esta semana Javier Pinedo nos acompañará con una serie de columnas acerca de sus recuerdos asociados a la Ryder Cup.
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