Los triunfos de Rory McIlroy por todo el mundo puede que nos hagan olvidar que, en el golf, ganar es más difícil que en otros deportes. Y más hoy en día, donde cualquiera de los más de cien participantes en un torneo tiene opciones y está preparado para conseguirlo. Como si se tratara de un fenómeno paranormal estaba el caso de Graeme McDowell, campeón del U.S. Open, múltiple ganador en 2010 y corazón que bombeaba los ánimos del equipo europeo de la Ryder Cup. G-Mac había pasado de ganar todo en un año a no ser capaz de conseguirlo por precisos y contundentes que fueran sus intentos; simplemente no sucedía o faltaba un ingrediente secreto. Por fin, en el mismo evento que le vio levantar un trofeo por última vez, McDowell volvía a sonreír.
“Ha sido demasiado tiempo”, comentó tras firmar 68 golpes y superar por tres a Keegan Bradley. “Han sido dos años infernales desde que me senté aquí como ganador”. No podía haber un modo mejor de terminar la temporada y cargarse de confianza de cara a la siguiente, donde G-Mac sí tendría que volver a protagonizar los ataques a los que nos acostumbró en 2010. Decía Cortázar que no hay nada más perfecto que una esfera y la de Graeme se abrió hace dos años con dudas, material nuevo y un estatus como ganador de un grande que desconocía. Ahora, tras su victoria en el World Challenge, debería cerrarse para dar paso a más triunfos, como él mismo explica: “Nos gusta decir que todo se trata del proceso y los movimientos e intentar ser mejor. Pero seamos honestos, nosotros nos medimos por las victorias. Es algo que puedo decir ahora”.
El norilandés habrá tomado buena nota de las razones de su triunfo en el Sherwood Country Club. Hasta 41 hoyos consecutivos sin cometer un bogey y un juego corto afiladísimo compensaron sus desaciertos ocasionales de tee a green. Esta semana no ha importado que dejara la bola cerca del hoyo porque en un radio de 5 a 6 metros alrededor del agujero G-Mac veía putts sencillos y rectos. “Justo cuando pensaba que podía tener una oportunidad, él metía un putt o un chip como el del 17 (donde salvó el par)”, comentó Bradley. Así ha sido la dinámica de Graeme durante la semana y no fue muy distinta de la que siguió en 2010. Su principal arma nunca fue un poderoso juego largo o unos golpes a green extremadamente precisos, sino la capacidad meter los putts importantes en el momento adecuado.
Bo Van Pelt finalizó tercero con un global de menos diez, a cuatro golpes del ganador, mientras que Jim Furyk, Rickie Fowler y Tiger Woods fueron cuartos con menos nueve.
“Definiría en estos dos años los primeros ocho meses como una nulidad”, dijo McDowell. “Estas diez semanas son muy importantes para mí para volver a empezar y recargar mis energías y objetivos para estar listo el próximo año. Esta victoria me da muy buenas sensaciones para finalizar la temporada”. Antes de finalizar la rueda de prensa, tampoco se olvidó de su compatriota y absoluto número uno mundial: “Me encantaría verle en los últimos hoyos en algún sitio, un domingo por la tarde. Es todo lo que puedo decir”.
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