La pregunta que se cierne estas semanas sobre el mundo del golf es: “¿Qué pasa con Tiger Woods?” Estas semanas o bueno, los últimos cinco años, desde que ganara aquel US Open sobre una pierna. El número uno está sumido en lo que parece el peor arranque de temporada de toda su carrera, jugando en dos recorridos en los que dominó en el pasado. Primero fue Torrey Pines, donde ganó en ocho ocasiones; luego Dubai, donde lo hizo en otras dos y siempre dejando un buen sabor de boca. Esta vez firmó un hipnotizante 79 en San Diego que le hizo fallar el corte, mientras que concluyó cuadragésimo primero en el Emirates a pesar de terminar con tres birdies seguidos. Las opiniones no se hicieron esperar: “Este es el peor Tiger Woods que he visto nunca”, dijeron muchos.
Es el mejor que se ha visto durante determinadas épocas de su etapa profesional y no es extraño que, ante la novedad, surjan este tipo de sentencias. Woods ha decidido tomarse un buen descanso en vacaciones para trabajar en su golf tranquilo, sin sentir que debía ganar nada más comenzar el año. Al fin y al cabo, son solo dos torneos y él, mejor que nadie, sabe que falta todavía algo más de un mes para que comience la verdadera competición. La tentación con Tiger siempre ha sido poner demasiado énfasis en el momento, como cuando ganaba seis torneos seguidos y, al finalizar vigésimo en el séptimo, se especulaba con un posible bajón de forma. Ahora, cuando gana, se dice: “Ha vuelto”. En días como hoy la tendencia es decir: “Está acabado”. Si gana el próximo torneo en Florida no sería muy difícil apostar a que es el máximo favorito para el Masters.
Quizá esta suave vuelta a los campos de golf sea una reacción al impetuoso inicio de 2013, donde ganó el Farmers, el Cadillac Championship y el Arnold Palmer en poco más de un mes. A mitad de año, Woods parecía más cansado y menos fino, por no hablar de su tímido paso por los Playoffs de la FedEx Cup. Estos primeros compases del 2014 son solo un recordatorio de que Tiger Woods, a pesar de que juegue un gran golf durante determinadas épocas, ya no es Tiger Woods. Todavía es probablemente el mejor de la historia, uno de los más interesantes y el único que puede atraer tanta atención. Pero ahora solo es un golfista. El chico que capturó nuestra imaginación, que rompía las limitaciones que creíamos evidentes en este deporte, que no solo era brillante, sino que representaba la brillantez… Se ha ido.
Ahora tiene 38 años, está cansado, su rodilla no puede soportar tanta carga como antes, ha cambiado de entrenador y, en general, uno se pregunta por qué incluso se molesta por jugar el Farmers Insurance Open o el Honda Classic. Si fuera por él, incluso puede que apostara por hacer lo mismo que Hogan en el 53, que tras un accidente en el que casi pierde la vida jugó solo seis torneos y ganó cinco, incluyendo tres grandes. Algún paseo por los Emiratos o por la India, exhibiciones, uno o dos actos publicitarios y ya está: listo para jugar los torneos por los que verdaderamente suspira.
Con el frenético ritmo de victorias y récords con el que nos deleitó a lo largo de una década olvidamos algo que dijo cuando ni siquiera era profesional: “Hay más cosas en la vida que jugar al golf y pegar a esta pequeña bola blanca por el campo”. Fue en esta entrevista, cuando ni siquiera estaba en la universidad (1994). Lo que recuerda el actual Tiger es a lo mismo que explicó Björn Borg tras ganar once torneos del Grand Slam: “Un gran éxito genera un gran aburrimiento”. Y para trabajar y explotar todo el talento se necesita también de un razón.
Tiger ha sido el atleta mejor pagado del mundo durante casi toda su carrera. Ha sufrido los inconvenientes de la fama con creces. Ha jugado, probablemente, el mejor golf que se haya visto nunca. ¿Todavía tiene esa razón? ¿Ese objetivo? La principal diferencia con la primera década de este siglo es que sí la tiene, pero no cada semana. Es difícil ser joven tanto tiempo.
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