Existen multitud de aspectos que diferencian al U.S. Open de cualquier otro torneo que se puede ver hoy día. Normalmente, el que más se suele tener en cuenta es la preparación de los campos que lo albergan: rough salvaje, calles duras, greenes como el cristal. Sin embargo existe un hecho diferencial que distingue a este torneo de cualquier otro y lo hace único, imposible de repetir: cualquier jugador, profesional o amateur, con un handicap inferior a 1,4 puede participar. Nunca algo tan sencillo había entrañado una dificultad tan grande, pero es la oportunidad lo que cuenta ¿no?
Las vueltas de clasificación para el segundo major del año siempre sacan a la luz alguna historia de superación, algo que siempre se intenta buscar en los circuitos profesionales. Decimos que un jugador por encima de los cuarenta años ya no está en el mejor momento de su carrera, pero la realidad de las previas del US Open se empeña en contradecir este corolario: en un campo en Estados Unidos, sin grandes masas de aficionados siguiendo su vuelta, Dennis Miller consiguió clasificarse para jugar un grande a los cuarenta dos años. Director de un campo de golf en Ohio, llevaba trece intentándolo. Y para que la historia además tenga un final apoteósico, lo consigue embocando un putt de cinco metros cuesta abajo, con caída de izquierda a derecha, dejándola colgar unos eternos segundos antes de que se desatara la euforia.
Unas cincuenta personas formaron parte de aquel momento y, a pesar de tratarse de solo una previa, se marcharon a su casa con la sensación de haber contemplado algo increíble; al fin y al cabo, estas situaciones no se viven todos los días. En un torneo similar, pero muy lejos de donde se encontraba Miller, otro jugador profesional pero ya retirado de la competición se clasificaba para el U.S. Open. Casey Martin jugó cada una de las vueltas en buggy debido a un raro problema circulatorio en su pierna derecha. “Tengo cuarenta años, y hubo un momento en el que no sabía si iba a conservar la pierna. Me duele al despertarme. Cuando me levanto del buggy, me duele. Cuando viajo con el equipo o hasta aquí, también me duele. Es algo que no va a cambiar por lo que no me quejo”.
A pesar de ello Martin, entrenador de la Universidad de Oregon, decidió presentarse a las previas. No era la primera vez que conseguía llegar hasta el U.S. Open. Catorce años antes, también conduciendo un buggy y en pleno pleito con el PGA Tour (que no le permitía competir con la ayuda del vehículo; recordemos que el US Open lo rige la USGA), conseguía jugar en el mismo campo y finalizar en vigésimo tercera posición en lo que solo puede calificarse como una actuación sensacional. Muchos se han opuesto a que un jugador compita sin caminar, entre ellos en su día Jack Nicklaus, Tim Finchem o Arnold Palmer, argumentando que un día rozando los cuarenta grados de temperatura y con un 100% de humedad no sería igual para todos los jugadores. El caso de Martin dio mucho que hablar y llegó hasta los tribunales, pero hoy día nadie se opone a que lo use. Ya no es el joven jugador que atacaba los valores del deporte, sino un hombre al que merece la pena darle una oportunidad.
Él está mucho más concentrado en el golf. Este martes jugó una vuelta de prácticas junto a Tiger Woods, compañero suyo en la Universidad de Stanford, y al finalizar reconoció estar «nervioso” de cara al inicio del torneo. Como para no estarlo. Lo que a lo mejor no se imagina es que historias como la suya lo hacen todavía más grande.
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