«Esta es la forma en que solía chipear y patear», dijo Tiger Woods después de proclamarse campeón del Farmers Insurance Open. Era su octava victoria en Torrey Pines, la septuagésimo quinta en el PGA Tour y la primera en una temporada en la aspira de nuevo a los majors. Con esas palabras establecía un lazo que unía al jugador que dominó el golf durante más de una década con el actual, pero también con el hombre que perdió su matrimonio, sufrió el escarnio de los medios y fue operado de una rodilla en un estado crítico. Pregunta de los medios: «¿Has vuelto?». Respuesta del ganador: «Nunca me había ido».
Y Tiger tiene razón. Nunca se había ido. Seguía tratándose del mismo gran jugador con catorce grandes, ganador en Torrey Pines sosteniéndose sobre una sola pierna y protagonista de tantas exhibiciones a lo largo de los últimos tiempos. Era él, pero en una versión más mediocre. Durante tres semanas de 2012 alcanzó su mejor estado de forma pero seguía faltándole algo para alcanzar el nivel de antaño. «Ha sido genial recuperar mi juego corto. Esto es lo que venía buscando al final de la temporada pasada, pero me quedé sin torneos», comentó. «He trabajado duro en vacaciones, seis semanas, y ha funcionado. Me siento muy cómodo y estoy deseando ver a dónde me lleva».
Esta semana, por primera vez en cuatro años, sí volvió a ser como las de antes. No había nadie en el campo que importara más que el jugador vestido de rojo. Estaba Woods y luego el resto de participantes, como un grupo en la sombra. Pegó sus drivers largos y rectos, «en una cuerda», como le gusta decir. Sus wedges amenazaban una y otra vez con meterse en el hoyo y terminaban reposando a escasos metros de bandera y su juego corto embocaba chips desde fuera de green, sacadas de bunker a centímetros del agujero, putts que nunca perdían la línea. Esto era Tiger Woods, por si lo habíamos olvidado. Un jugador capaz de dominar la competición desde la primera rueda de prensa hasta que llegaba al green del hoyo 18 en la última jornada. Ya se hace difícil recordar quién competía a parte de él.
Su camino hasta aquí ha sido largo y lleno de dificultades, y por momento parecíamos estar atendiendo a la mismo historia de Sísifo, que subía constantemente la roca hasta la cima de una alta montaña y, una vez allí, la dejaba caer hasta el suelo. Tiger se reencarnó por momentos en su pesadilla y parecía estar llevando una pesada carga hasta un lugar alto e inhóspito. Se trataba de un swing nuevo con un entrenador prácticamente desconocido, un caddie que sustituía a otro lleno de medallas, una pierna maltrecha, el implacable escrutinio del mundo… El peso que puso sobre sus hombros era tan grande que parecía que nunca volvería a alcanzar una nueva cumbre, pero al igual que Sísifo, Woods volvió a subir y soltó su piedra para poder emprender una nueva escalada en Augusta. Nos convendría buscar un atleta en cualquier otro deporte que a los 37 años siga exponiéndose de esa forma a la competición, porque no hay muchos.
Su ventaja final esta semana fue de cuatro golpes sobre Brandt Snedeker y Josh Teaser, pero lo que de verdad importa es que nunca tuvieron una opción real de ganar. Un torneo que termina en lunes nos deja con dos cifras muy a tener en cuenta en 2013: las 75 victorias de Woods frente a las 82 de Sam Snead y sus 14 majors frente a los 18 de Nicklaus. Ha recuperado la forma y su historia, la Historia de Tiger, parece volver a ser la del golf tal y como la conocemos. Imaginen lo que esto puede significar, a dónde nos puede llevar si le seguimos observando.
Deja un comentario