Billy Horschel llevaba sin fallar un corte desde el 20 de mayo de 2012. Tras unas temporadas en las que su objetivo había sido mantener la tarjeta, afrontó un nuevo año sabedor de que no podía aspirar solo a jugar los fines de semana, sino que para hacerse un hueco en el circuito era necesario algo más. Hace un mes, en el Shell Houston Open, tuvo su primera gran oportunidad de victoria, finalizando segundo por detrás de D.A. Points. Algo dentro de él cambió entonces. Estaba capacitado para conseguirlo. Tercero en el Valero Texas Open y noveno en el RBC Heritage, afrontó una nueva prueba en Nueva Orleans en el mejor momento de forma de su carrera. Tras tres jornadas, salió a dos golpes del líder, Lucas Glover.
Para ganar una vez es necesario haber salido derrotado con anterioridad. Es lo que debió pasar por su cabeza tras verse metido en la lucha por el triunfo en tantas ocasiones. Cuatro pares en sus cuatro primeros hoyos del día conformaron la sala de espera a un despliegue espectacular, propio de un jugador hambriento de resultados. Birdie al cinco, par al seis y una racha de aciertos que comenzó en el siete y terminó en el 12, alzándole a lo más alto de la tabla con seis hoyos por delante. Era un Horschel desatado, caminando en trance por las calles del TPC Louisiana pensando en que tenía que seguir alcanzando greenes, buscando más oportunidades. Hasta diecisiete llegó a coger en regulación.
D.A. Points, su verdugo en Houston, veía cómo una semana más su juego respondía a todas sus necesidades. No ha conseguido demasiadas victorias a lo largo de su carrera y sabe que hay que aprovechar cualquier oportunidad que se presente, por minúscula que parezca. Salió en la misma posición que Billy a falta de dieciocho hoyos y solo consiguió dos birdies en sus primeros nueve, pero entonces emprendió su candidatura al título. Cuatro seguidos del 10 al 13 le colocaron en la zona alta y en el 18, dejando su bola a menos de dos metros del agujero con su tercer impacto, fijó un resultado de menos diecinueve como ganador. Pero Horschel seguía insistiendo. En el mismo hoyo, unos segundos después, afrontó un putt de más de ocho metros para llegar al menos veinte y conseguir su primer título en el PGA Tour. No veía nada más allá del trayecto que debía seguir hasta el hoyo. Ejecutó el golpe, la bola rodó suavemente a través del green, girando ligeramente de derecha a izquierda. Entró por todo el centro y él explotó. Sacó el puño, gritó, se agachó, hasta movió las piernas en una celebración que llevaba esperando durante todo un mes. “No había metido uno largo en toda la semana”, dijo al finalizar. “Pensé que si era mi momento, ese putt tenía que meterse”.
Había perdido varias veces esta temporada y siguió creyendo. Veintitrés cortes seguidos, cuarto top 10 consecutivo y primer triunfo en su corta carrera. El circuito está pensando para jugadores así. Ha elevado su juego hasta convertirse en el segundo que más birdies promedia por vuelta, décimo en media de golpes, decimosegundo en “strokes gained putting” y sexto en un ranking que combina las estadísticas más significativas («all around ranking»). Billy ha pasado de ser un hombre completamente desconocido, que caminaba por los campos intentado adaptarse a una vida exigente y extremadamente competitiva, a ser un jugador muy a tener en cuenta para el resto de la temporada. Le ha costado tanto este primer triunfo que es difícil imaginar que ahora baje los brazos y se relaje con dos años de exención.
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