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Zona Pro

La liberación de Tiger Woods

Enrique Soto | 05 de agosto de 2013

Lo ha vuelto a hacer. El número uno del mundo consigue el liderato de un torneo de forma apabullante antes de la última jornada y se dedica a controlar, ejercer un dominio sobre la clasificación que provoca que el resto de sus rivales terminen mirándose extrañados. “¿Estamos luchando por la victoria?”, parecen preguntarse mientras sacan el puño tras un nuevo birdie. No lo hacen, porque Woods se ha erigido una semana más como el gran dictador de antaño.

Lo que vimos ayer en el Bridgestone Invitational es una nueva demostración de que Tiger Woods es, quizá, el jugador más decisivo de la historia. Si jugara al fútbol no fallaría un solo penalti; si fuera baloncesto, ni un solo tiro libre. No dejaría que se le escapara un tie-break por la victoria en Wimbledon ni se quedaría sin fuerzas en los últimos kilómetros de una maratón. La principal virtud de este hombre a lo largo de los últimos veinte años siempre ha sido guardar un absoluto control de la situación, saberse superior solo por el simple hecho de estar acostumbrado a las cumbres más altas. ¿Por qué entonces no ha ganado un grande durante cinco años? Es más, ¿cómo es posible que nunca lo haya hecho llegando desde atrás?

Cada uno de los grandes jugadores del último medio siglo han llegado a un domingo por la tarde con opciones y han sabido remontar en alguna de las cuatro grandes citas. El que más veces lo hizo fue Jack Nicklaus, que repitió hazaña en un total de ocho. Sí, ocho. Desde que tuvo 22 años se mostró habilidoso en esta faceta, remontando dos impactos a Arnold Palmer en Oakmont; hasta que con 46 cerró una de las tardes más maravillosas del golf en el Augusta National, partiendo de la novena posición a cuatro impactos. Pero también lo consiguió Palmer, un especialista en esta materia, así como Player o Faldo. Es más, remontar en la última jornada de un grande no es algo tan raro. Muchos de los hombres que solo cuentan con uno en su palmarés lo hicieron en lo que fueron las mejores tardes de su vida, donde todo fluye y nadie parece capaz de toserles. Rich Beem es un buen ejemplo, ganador del PGA de 2002.

Pero entonces, ¿cómo es posible que Woods no lo haya conseguido hasta ahora? Ha ganado catorce de estos trofeos, así como dieciocho World Golf Championships, setenta y nueve veces en el PGA Tour, cuarenta en el Circuito Europeo… Alguien como él no solo debería ser capaz de remontar un par de golpes en la última jornada de un grande, sino que tendría que hacerlo con la facilidad de quien mete un tiro libre con los ojos cerrados. Lo difícil siempre es mantener el liderato, repetirse que vas perdiendo cuando vas ganando, ganando cuando vas perdiendo, como dicen en el boxeo. El principal obstáculo que se está encontrando Tiger es que no es capaz de recuperar cuando verdaderamente lo necesita y le vemos algo perdido por el campo, falto de garra y fuerza, un globo deshinchado.

Es cuestión de tiempo, dicen muchos; y puede que tengan razón. Es la consecuencia lógica de su carrera, el siguiente paso para llegar hasta Nicklaus. Pero el tiempo sigue contando sus horas en la élite y la gran remontada sigue sin producirse, por lo que algo que parece un hecho fortuito podría encontrar una explicación. Puede que Woods, por primera vez en su vida, tenga que dejar de controlar la situación hasta extremos inimaginables, como sucedió el domingo en Firestone –en ocasiones, el torneo parecía un paseo militar hacia el hoyo 18–. Puede que Tiger deba liberarse y, aunque parezca sorprendente, volverse un poco Rich Beem durante la última jornada. Pegar golpes arriesgados, optar por la vía de la locura, caminar por el borde de un acantilado como acostumbra Phil Mickelson. A lo mejor necesita aceptar un balance que siempre ha acompañado al golf a lo largo de su historia: riesgo y recompensa. Abandonar los galones, vestirse de plebeyo y comenzar a pegar golpes hacia las nubes. Ser un poco más humano.

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