Casi 50 años han transcurrido ya desde que pasó por el US Women’s Open Beverly Klass, el ejemplo perfecto de infancia no vivida por culpa de un padre que tristemente veía a su hija como poco más que una fuente de ingresos. Klass tenía poco más de 10 años cuando disputó el US Women’s Open, el primer paso hacia una vida descarrilada.
Klass sigue figurando en el libro de récords pese a la increíble precocidad de Lucy Li, clasificada para el US Women’s Open de este año en las previas regionales con solo once años. En las décadas que separan a estos dos prodigios infantiles, la vida, por suerte, ha cambiado y sería extraño que volviera a darse (y a permitirse) otro caso como el de Klass, pero no por ello debemos dejar de preguntarnos si es razonable, e incluso sano, que una niña de once años se zambulla de lleno en el «circo mediático» del golf profesional. Solo sus padres y su entorno más cercano (Jim McLean, su mentor, y el equipo que la rodea) tienen la respuesta.
De momento, Lucy Li es una niña feliz que ha cumplido uno de sus sueños, jugar en un US Women’s Open, y después de la vuelta afrontaba con desparpajo (y un helado en la mano) la inevitable rueda de prensa. En sus respuestas se iban alternando las expresiones más o menos infantiles (cualquier otra cosa habría sido preocupante) con otras respuestas formulaicas que podría haber pronunciado cualquier otra jugadora.
«Ha sido muy divertido. Las he pasado canutas, pero ha sido genial», explicaba Li, que pese a su corta edad se permitía el lujo de pegar el drive más largo en el hoyo 2, una marca que ha aguantado durante parte de la mañana. «Sí, vaya bote ha dado. Le he pegado por la derecha y rodó mucho, unas 50 yardas».
Al margen de la justificada polémica sobre su presencia en el US Women’s Open, y centrándonos en el aspecto deportivo, Li ha acabado con 78 golpes, +8 en el día, pero estaba satisfecha.
«Estoy contenta con mi juego. +8 no está mal, pero he hecho +7 en tres hoyos y +1 en 15. Tengo que evitar los resultados altos», declaraba, para apostillar con una retahíla propia de cualquiera de sus compañeras más veteranas. «He aprendido que hay que ser paciente. Golpe a golpe. Hay que intentar librarse de los resultados altos. Sí, he aprendido mucho».
Pero detrás del discurso de pro también asomaba la niña, esa jovencita alucinada porque le pidieran autógrafos personas mayores que ella, o que sonreía picaruela al explicar por qué se había puesto un trajecito con la bandera americana («Porque es el US Open. Además, me gusta el rojo, el blanco y el azul»), o que, cuando le preguntaban qué planeaba hacer el resto del día, respondía con un espontáneo «comer un poco más de helado».
Esperemos que sea así y que Li disfrute de su día. Que le dejen comer más helado.
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