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Zona Pro

La perfección juega al golf

Juan José Nieto | 11 de agosto de 2014

Si ya es difícil dominar un deporte, reinventarse cada día para adelantarse a las mejoras de los rivales y combatir la sensación de saciedad y la autocomplacencia que acompañan al triunfo, cuánto más lo es si ese deporte se llama golf. En muy pocas disciplinas los jugadores se enfrentan cada semana a todos los oponentes en un escenario nuevo y frente a múltiples y variadas circunstancias meteorológicas o ambientales. En ninguna, aunque asumo ciertos riesgos al afirmarlo, el jugador se sitúa ante la escrutadora presencia de una bola quieta, aparentemente solícita aunque al mismo tiempo capaz de los mayores desaires cuando se niega, orgullosa ella, a entrar en el hoyo o a tomar la trayectoria deseada.

Cada golpe de golf es un penalty. Los fallos adquieren pronto tintes trágicos, mientras que sólo unos pocos aciertos tienen la capacidad de transportarte a la gloria. En el golf se suceden las bolas de partido, las novenas entradas y las etapas reinas. Y es que, si bien el tópico reza que un torneo de golf no se decide hasta los últimos nueve hoyos de la última jornada, todo lo que sucede en los 63 anteriores es una lucha sin cuartel por la pole. Y no, en la parrilla de cada torneo no tienen cabida casi nunca veinte jugadores. Ayer, sin ir más lejos, solo cuatro lucharon por la victoria y sólo uno venció dejando sobre el encharcado campo de Valhalla, salón de los muertos en la mitología nórdica, un reguero de víctimas. Por suerte, cien años después de la absurda y sangrienta guerra, las trincheras se han transformado en bunkers (de arena) y las victorias y las derrotas lo son sólo en el ámbito deportivo, al menos en estas coordenadas geográficas.

Sufrió pero ganó Rory McIlroy, el icono más importante de la actualidad, una especie de quinto beatle de pelo rizado y forjado a base de carisma y autoestima. Sus tres victorias consecutivas en tres de las más importantes citas del calendario le sitúan en tempranas, y al mismo tiempo lógicas, comparaciones con Nicklaus y Tiger. Sin embargo, su dominio nada tiene que ver con el que ejercieron en su día los otros dos miembros de la terna pues el suyo, frente al estratégico y psicológico de éstos (aunque igualmente abrumador), está basado más en una suerte de inspiración casi divina que hace que todos los elementos de su elástico swing se coordinen en el espacio y en el tiempo dibujando en breves décimas de segundo lo que los biomecánicos, pero también los artistas, podrían definir como perfección.

Por suerte o desgracia no todas las semanas el ritmo de su swing es tan armónico. De hecho, durante todo el 2013 los resultados fueron más bien mediocres y era habitual verle fuera de posición y algo desconcertado. Lo que no hizo nunca fue aferrarse a la estrategia para minimizar daños y mantenerse entre los mejores. Para McIlroy sólo existe una ruta para alcanzar la victoria: la más corta. Drive tras drive el norirlandés fue dejando pequeño un recorrido que a alguno de sus compañeros le pareció eterno. Precisamente un drive y una madera 3 ligeramente fallada situaron la bola a escasos dos metros de la bandera del hoyo 10, un infinito par 5 del que Rory salió con un eagle y las alforjas repletas de confianza para superar en la recta final a Phil Mickelson, Rickie Fowler y Henrik Stenson en el PGA Championship.

Ahora que todo son loas, justo ahora, toca seguir trabajando para ganar consistencia y estar preparado para cuantas circunstancias se sucedan en el futuro. Porque pasarán los meses y llegará, fiel a su cita primaveral, el Masters de Augusta, el único de los cuatro grandes que aún no ha ganado. El recorrido de Alister McKenzie pondrá a prueba la armonía del swing y la fortaleza mental del jugador norirlandés como ya lo hizo durante la última ronda en 2011. Será el momento, aunque habrá muchos más, de comprobar si es prudente la comparación con Nicklaus y Tiger, si la perfección sigue encarnándose en el swing de un joven con el pelo rizado.

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