Este es el segundo artículo (y final) en el que José Ramón Rodríguez da un repaso a los avatares sufridos por el golf en el transcurso de la Primera Guerra Mundial y hasta qué punto afectó esta contienda global a nuestro querido deporte. La primera parte, centrada en la influencia que tuvo la guerra sobre los materiales, los clubes y los profesionales de golf, podéis encontrarla aquí.
Pocos meses después de iniciada la guerra, el gobierno alemán emitió un decreto por el cual todos los ingleses varones con edades comprendidas entre los 17 y los 75 años, excepto los sacerdotes, médicos, locos e inválidos encamados, y todos los militares de cualquier edad independientemente de que estuvieran en activo, en la reserva o retirados, fueran detenidos el 6 de noviembre de 1914 e internados. Como lugar de confinamiento se eligió el hipódromo de Ruhleben, un pueblo próximo a Spandau que distaba unos 10 km de Berlín.
Entre 4.000 y 5.000 hombres sufrieron presidio en Ruhleben, entre los que se encontraban un buen puñado de jugadores de golf que ejercían a la sazón como profesionales en distintos campos de Alemania o de los territorios ocupados. Las condiciones de vida en Ruhleben fueron muy duras durante los primeros meses, pero la adopción de la Segunda Convención de Ginebra las dulcificó notablemente, hasta el punto de permitir que Ruhleben evolucionara hacia una comunidad con autogobierno que se convirtió en una especie de pequeña colonia inglesa en Alemania.
Con el tiempo, en Ruhleben podía llevarse a cabo cualquier actividad (incluso trámites oficiales) que pudiera hacerse en Gran Bretaña, entre ellas la práctica de diversos deportes como el fútbol, el críquet, el tenis o el rugby. El 17 de abril de 1915, el Sr. M. G. Fisher solicita oficialmente permiso para jugar al golf todas las mañanas de 8 a 9, antes de que se abriera el patio para el resto de los presos. La proposición fue aceptada y la práctica del golf se hizo popular con rapidez. Los profesionales detenidos retomaron su labor docente previa, además de convertirse en improvisados clubmakers, puesto que eran ellos los que construían los palos necesarios para el juego. Las bolas, por el contrario, se importaban de Gran Bretaña.
En el hipódromo se diseñó un campo de cinco hoyos de 250×100 yardas en un terreno esencialmente arenoso con escasas zonas de hierba. La popularidad del golf llegó a ser tal que hacia el final de la vida de Ruhleben, cuando solo quedaban unos 2.500 presos, 800 de ellos pertenecían al club de golf. En esos momentos los jugadores tenían derecho a usar el patio en exclusiva para la práctica del golf dos horas por la mañana y dos horas por la tarde todos los días, medio día una vez a la semana y una semana completa cada tres meses para el desarrollo de torneos. Además había una zona acotada con redes para practicar que podía usarse en todo momento.
Buena prueba de todo ello son estas líneas de Arthur Dodd, prisionero en Ruhleben y segundo clasificado en el Campeonato Amateur Alemán de 1909 y 1910.
«Era bastante divertido ver a los entusiastas del golf, quizás unos doscientos, corriendo hacia el campo inmediatamente después de que se abrieran las puertas, la mayoría con un viejo hierro cogido de cualquier sitio y golpeando desde el tee, que medía unas 150 yardas. Todo el mundo golpeaba más o menos a la vez, yo todavía tengo una marca en la nariz de un involuntario drive de alguno de aquellos entusiastas».
En Ruhleben se celebraron tres torneos para profesionales con periodicidad anual. En 1915 tuvo lugar el primero, en el que tomaron parte Robert Murray de Dresde, James B. Holt de Hamburgo, William Jackson de Colonia, Ernest Warburton de Kiel, Frank Richardson de Bremen, C. Culling de Darmstadt, Jock Brown de Berlín y Arthur Andrews de Hannover, y para el que los miembros de Club de Golf de Ruhleben donaron cuatro premios. Después de 35 hoyos, Murray tenía un putt de tres metros para ganar el torneo, pero lo falló y finalizó empatado con Holt, con lo que se jugó un playoff a 12 hoyos que acabó ganando Murray por tres golpes. Los otros dos campeonatos los ganaron Frank Richardson y Ernest Warburton.
Acabada la guerra, Ruhleben volvió a su uso previo y en las olimpiadas de 1936 sirvió de sede a las pruebas de tiro del pentatlón moderno.
A pesar de la promulgación de la Selective Service Act en 1917, que condujo al llamamiento a filas de varios millones de americanos, y de la intensa campaña de propaganda para popularizar la idea de Woodrow Wilson de “hacer un mundo seguro para la democracia”, la repercusión de la Primera Guerra Mundial en el golf americano fue escasa. Del US Open solo se suspendieron dos ediciones, las de 1917 y 1918, a partir de la entrada de los Estados Unidos en la guerra y aun así la decisión recibió duras críticas.
Lo más reseñable fue la enorme movilización que se produjo entre los jugadores de golf más famosos para recaudar fondos. Walter Hagen, Jerome Travers y Chick Evans, ganadores de los tres últimos US Open previos a la guerra por citar algunos, recorrieron todo el país disputando partidos de exhibición, mientras que la USGA firmó un acuerdo de colaboración con la Cruz Roja para la disputa de torneos benéficos que logró recaudar un millón de dólares. Estas contribuciones desinteresadas ayudaron a cambiar el concepto que se tenía de los profesionales como jugadores de segunda y llevó a la sociedad la idea de que el deporte profesional era solidario.
El multimillonario John D. Rockefeller impulsó la celebración de un torneo benéfico en clubes de todo el país que se disputaría el primer sábado después de firmado el armisticio. Se fijo un precio de un dólar pero se animaba a todos los participantes a donar cuanto fuera posible para beneficencia. Además, Rockefeller donó 1.200 medallas para los ganadores de cada club, que mostraban en su anverso la efigie del mariscal Ferdinand Foch, un destacado héroe militar francés que luchó en las dos batallas del Marne, en la primera batalla de Ypres, en la batalla del Somme, que participó en el armisticio y que, de acuerdo con el New York Times, era un entusiasta del golf.
La mujer no fue ajena a este movimiento solidario. Alexa Stirling, ganadora en tres ocasiones del US Amateur femenino, se unió a Bobby Jones, Perry Adair y Elaine Rosenthal, para formar los llamados Dixie Whiz Kids que recorrieron la costa este y el medio oeste dando partidos de exhibición y recaudando más de 150.000 dólares. Margaret Curtis, también tres veces ganadora del US Amateur y ganadora del US Open de tenis, se unió a la Cruz Roja y marchó a Francia, motivo por el que le fue otorgada la Legión de Honor.
Francis Ouimet, héroe e icono del golf americano, agrandó su mito al alistarse voluntario en 1917. Fue destinado a Camp Devens en Ayer, Massachusetts, un campamento de adiestramiento y punto de partida para el Viejo Continente, que Ouimet jamás abandonó y donde sirvió hasta 1919 llegando a ser teniente segundo. Ouimet contribuyó como muchos otros con partidos de exhibición y fue tal la repercusión de su servicio a la patria, que en 1918 recibió la medalla de la Cruz Roja Americana “en reconocimiento de la ayuda a la humanidad durante la Primera Guerra Mundial”. Puede que todo ello empujara a la USGA a decidir devolverle el status amateur del que le había desposeído años antes en una decisión enormemente polémica.
Pasados casi 100 años desde su inicio, podemos decir que la impronta que dejó la Primera Guerra Mundial en el golf fue escasa. Es cierto que al estar buena parte de los hombres en tareas militares, el porcentaje de mujeres jugadoras aumentó y que como consecuencia de ello, los clubes pusieron a su disposición más tee-times, permitiéndoles jugar incluso los fines de semana, antes reservados a los hombres. De esa forma se favoreció un cambio de consideración de la mujer en los clubes de golf, pasando de ser un mero asociado de segunda a miembro de pleno derecho. De la misma forma, la escasez de mano de obra masculina hizo posible que muchas mujeres entraran a formar parte del personal de mantenimiento de los clubes de golf, demostrando que podía desempeñar las mismas tareas que los hombres y con la misma eficacia.
Sin embargo no sería acertado atribuir a las condiciones impuestas por la Primera Guerra Mundial el mérito exclusivo del reconocimiento de los derechos de la mujer, puesto que ese era un movimiento social que databa de años antes, que supo aprovechar la situación propicia que imponía la coyuntura bélica y que consiguió uno de sus grandes éxitos en 1918 cuando se reconoció el derecho al voto a las mujeres mayores de 30 años.
Hoy en día, lo único que queda en el mundo del golf de la Primera Guerra Mundial es un nombre. En 1991 Callaway Golf lanzó al mercado un el primer driver hecho enteramente de acero inoxidable, de unos descomunales 190 cc para la época, que denominó Big Bertha, como el mítico cañón alemán que hizo su debut en los ataques a los fuertes de Amberes y Lieja.
Si os habéis quedado con ganas de más, os recordamos que José Ramón ya repasó para nosotros la historia del golf en Estados Unidos en tres magníficos ensayos que podéis encontrar aquí, aquí y aquí.
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