Cuántas ganas tenía de pisar por fin el Augusta National. Llevaba mucho esperando el momento y por fin gracias a la revista Hándicap, que dirigía entonces, iba a poder cumplir ese sueño. Era el año 1989 y esa temporada Miguel Ángel Martin había conseguido la hazaña, fue el primer español en lograr sacarse la tarjeta del circuito norteamericano por la escuela y por ello decidí ir a Houston para pasar el fin de semana con los españoles y así aclimatarme para la gran cita del Masters.
Pues menos mal, porque tras llegar de madrugada el viernes fui víctima del jet-lag y el sábado, cuando había quedado para cenar con los españoles, me quedé profundamente dormido y me desperté a eso de las dos de la mañana, con un hambre de mil demonios pero sin nada que llevarme a la boca. Por lo tanto decidí volver a dormir y, a la mañana siguiente, ante las risas de José María Olazábal, Sergio Gómez y Miguel Ángel Martín, me precipité sobre el buffet de desayuno como si no hubiese mañana.
Por la tarde, y a la conclusión del torneo, nos esperaba el chárter que trasladaba a los jugadores y que gracias a la gestión de Sergio pude coger con ellos, con lo que llegue a destino, el motel de un indio que me había recomendado mi buen amigo José Figar, que llegaba el martes con Raúl Andreu con quien iba a compartir habitación y vivencias pues para los dos era nuestra primera cita en Augusta.
Ya aclimatado, el lunes había quedado con Olazábal para ir a seguir la vuelta de prácticas y por lo tanto fui pronto para acreditarme y empezar a empaparme de sensaciones. Y la verdad es que la primera impresión no fue precisamente la mejor del mundo. El Masters era víctima de su éxito y la cantidad de periodistas que solicitaban acreditación, enorme. Pero desgraciadamente ese año todavía estábamos en la antigua y vetusta sala de prensa y a mí, por ser novato y viniendo acreditado por una revista, no me dieron pupitre y por lo tanto tenía que escribir mis crónicas, para El Periódico de Cataluña, en el bar con la máquina de escribir colocada sobre las rodillas. Sí, por aquel entonces no teníamos la tecnología de ahora. Eran condiciones patéticas, o eso consideraba yo, para alguien que venía aquí a trabajar. Por lo tanto, cuando me encontré con Sergio Gómez en el campo se sorprendió cuando le contesté que este torneo no me parecía estar a la altura de su reputación. Yo había venido a trabajar y mis condiciones de trabajo no era las que necesitaba y el resto, la verdad, me importaba poco. Pero tras andar junto a Sergio y Maite, su mujer, y junto a Carmen Botín, esposa de Severiano, y contemplar atónito la belleza del lugar, el cabreo fue bajando de intensidad.
De hecho desapareció cuando al finalizar la vuelta tuve la oportunidad de sentirme como uno más del rodaje de Lo que el viento se llevo. Era tarde, pasadas las dos, y para entonces todo el mundo había comido salvo todos estos españolitos, y nos encaminamos a uno de los restaurantes de la casa club a comer en el buffet. Severiano desapareció como una exhalación hacía el comedor de los campeones y en ese mismo momento empecé a comprender lo que de verdad era el Masters para él. «Desde que llegamos aquí está como un león enjaulado. Vive en su mundo, en el que se encierra nada más aterrizar y todos sus pensamientos son para el campo y el torneo», me comentó Carmen. Así que el resto de la troupe, Sergio, Maite, José Mari, Carmen y un servidor nos instalamos en el comedor, donde estábamos solos, rodeados de camareros perfectamente uniformados con sus guantes blancos y sus uniformes negros y albero, y para amenizarnos música clásica que era música celestial en mis oídos. Vamos, que me sentía Rhett Butler y no me cambiaba por nadie en el mundo en aquellos instantes. La comida me impresionó, por su precio, 15 dólares, sobre todo pensando lo que llegábamos a pagar en Madrid o en el Open Británico, y he de reconocer que la calidad era excelente. La sobremesa, una maravilla con José Mari contándome con todo lujo de detalles las interioridades del campo, especialmente el Amen Corner, algo que no tuvo precio entonces y que todavía hoy sigue siendo uno de los tesoros más preciados que me han dejado tantos años en el Masters y en el periodismo de golf. Una comida inolvidable con una compañía inmejorable. Y pensar que todo empezó con una decepción…. Pero el Masters me iba a compensar con creces y Augusta también, esa misma tarde, pero eso se lo contaré a ustedes mañana.
Javier Pinedo es la voz del golf en nuestro país. Este periodista especializado atesora un currículum inigualable y lleva en el «zurrón» innumerables majors, Ryder Cups y competiciones de primer nivel. Gracias a su experiencia y conocimientos, se ha convertido en una referencia ineludible tanto en las retransmisiones televisivas de Canal+ Golf como en su columna mensual en la revista Golf Digest. Esta semana Javier Pinedo nos acompañará con una serie de artículos acerca de sus recuerdos y vivencias asociados al Masters de Augusta.
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